Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un espectacular sudado de cachema con su respectiva yuquita sancochada y rocotito molido. Para tomar pidió una jarrita de limonada frozen. “María, la calle está dura, no hay trabajo y las cosas suben como globos de gas. Hay mucha desesperanza y encima los políticos solo trabajan para ellos y le dan la espalda al pueblo.
Sin embargo, lo que nunca debe pasar es echarnos al abandono. El peruano es chamba, creativo, entrador y resiliente. Por eso, en estas épocas de crisis, aparecen más emprendimientos. Hay de todo: restaurantes, carwash, reparto a domicilio, negocios de venta de ropa, muebles y reparaciones.
Ayer leí en Trome la historia del economista Luis Enrique Raygada, quien en plena pandemia se quedó sin trabajo y empezó un negocio en la cocina de su casa. Horneaba pan artesanal, sin haber hecho nunca uno de estos productos. Pero la necesidad abre el cerebro y nos da mayor empuje. Se puso a estudiar y experimentar hasta que le salió un pan excelente.
Así fundó Pancitos del Sur, que hoy está en los principales supermercados del país. Ahora hasta piensa en exportar. Luis aconseja que si hay un sueño, vayan por ello con pasión, perseverancia y actitud positiva. El 80% de los emprendimientos mueren antes de los tres años, solo el 20% logran convertirse en empresas.
Y menciona cosas para no quebrar: no rendirse, hacer tu flujo de caja y medir tus finanzas. En muchos de los casos, la gente solo sueña, pero nunca aterriza. O tiene talento para la comida, la confección o las ventas, pero tiene miedo de emprender, de arriesgar. Hace lo más fácil, que es permanecer en su zona de confort. Solo se pone las pilas cuando una hecatombe llega a su vida con la figura de un despido laboral.
Gary tiene razón. Me voy, cuídense.
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