El fotógrafo Gary llegó al restaurante por unas milanesas de pollo con papas fritas, arrocito graneado y, para tomar, un tacita de anís.
“María, los padres tenemos la obligación de interesarnos por lo que les pasa a nuestros hijos en el colegio. No se debe solo matricularlos, olvidarnos de ellos el resto del año y aparecer para alguna que otra actuación o cuando nos manda a llamar el profesor. Lo digo no solo por el rendimiento académico, sino porque en los colegios, aunque sea duro admitirlo, hay bastante violencia. En los últimos cinco años se han registrado a nivel nacional cerca de ¡¡veinte mil denuncias por bullying!!
¿Pero cuántos casos más de violencia ocurren contra los chicos que no se llegan a denunciar y de los que nadie se entera? La triste realidad es que miles de niños y adolescentes son torturados física y psicológicamente en los colegios.
El bullying no es un tema sencillo, sino que es complicado para las víctimas, muchas de las cuales terminan con serias lesiones. Hace unos meses, un escolar de un colegio de Chaclacayo fue brutalmente golpeado por diez compañeros, quienes le fracturaron la mandíbula. Para reconstruírsela se tuvo que realizar una operación quirúrgica de alta complejidad en la que se le adaptaron dos miniplacas de titanio y cinco tornillos. Intervinieron siete médicos especialistas que, además, tuvieron que realizar un procedimiento para evitar que pierda los dientes.
Pero las cicatrices físicas, por más graves que sean, no llegan a ser tan terribles como las heridas en el alma de los chicos víctimas de bullying. Muchos de estos llegan a pensar en el suicidio, y de hecho se matan o huyen de casa, pues sus agresores con su desprecio y agresiones constantes les hacen sentir que no valen nada. Los padres debemos exigir a las autoridades de los colegios que combatan este problema”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.