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Lima: El terror en nuestras calles es comentado por ‘El Búho’

‘El Búho’ comenta los nuevos hechos delictivos que han cobrado la vida de jóvenes universitarios en Lima.
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Este Búho escribe esta columna con indignación e impotencia. Me pongo en la sufrida piel de esos miles de sacrificados padres de familia que se van a trabajar todo el día para poder mantener a sus hijos y darles una buena educación escolar y universitaria, pero hoy, ven que su sacrificio lo destruyen en segundos los malditos ‘raqueteros’, sanguinarios delincuentes que se han ensañado con inofensivos universitarios y escolares, y que no han vacilado en asesinar en menos de un mes a cuatro jóvenes y dejar grave a uno.

La última víctima fue un estudiante sanmarquino de economía, y está muy mal. Pero esta sanguinaria modalidad delictiva no se focaliza solo en las inmediaciones de los centros de estudios. En cualquier punto de la ciudad se producen robos y asesinatos. Sea en San Juan de Lurigancho, Villa El Salvador o Puente Piedra. No solo los estudiantes son víctimas, también y ómnibus, así como cambistas. Además de farmacias, Spa, gimnasios, bodegas, grifos, casas de barrios populares, residencias y condominios. No solo en San Martín Porres, Callao, sino también en Miraflores y San Isidro, en los mismos centros comerciales.

Hasta , a pocos metros de una comisaría. Los malditos ‘marcas’ todos los días emboscan a comerciantes y empresarios que retiran fuertes cantidades en entidades financieras. Están dispuestos a apretar el gatillo a la más mínima resistencia. Pese al estado de emergencia, en el Callao sigue el baño de sangre en ajustes de cuentas por cupos de construcción civil, extorsiones y guerras entre mafias que controlan el tráfico de drogas en containers ‘preñados’ de cocaína.

Los sicarios siguen actuando impunemente y hasta asesinan a mujeres, comerciantes de mercados, por rencillas laborales o enfrentamientos sentimentales. Estos hasta ponen avisos ‘publicitando’ su vil ‘profesión’.

Me da pena decirlo, pero la delincuencia en el país está llegando a niveles comparables con la Colombia de los tiempos de Pablo Escobar y México del reino de los cárteles de la droga, como el de Sinaloa o Juárez. Pero me parece que la violencia que hoy reina impunemente en el país lo abarca todo. Pablo Escobar era una mezcla del ‘Chapo’ Guzmán con Abimael Guzmán. Era el más poderoso narco que inundaba de cocaína a Estados Unidos y cuando el Estado decidió enfrentarlo, el capo le declaró la guerra y desató un baño de sangre con sus coches bomba y atentados con los que instauró el terror, asesinando policías, jueces y políticos.

Pero allí no andaban bandas de criminales en autos por todos los distritos de las ciudades del país, matando a estudiantes, secretarias, madres de familia, gente honrada que regresa de noche de sus trabajos, solo parar robarles una mochila o un celular que después lo van a vender a 50 soles en Las Malvinas. ¿Qué clase de locura es esa? Aquí, en Lima, no estamos seguros ni en San Isidro o Miraflores. No estás seguro ni en un restaurante cinco tenedores o en un chifa de barrio, donde ingresan los delincuentes con revólver en mano para matar por encargo o desvalijar la caja y a los comensales, ¡delante de niños!

Me siento como el personaje de esa extraordinaria cinta de Sidney Lumet: ‘Network, poder que mata’, ganadora del Oscar a la mejor película en 1976. El conductor de un noticiero de TV, Howard Beale (Peter Finch), es despedido por bajo rating. Antes de irse, le dan la oportunidad de decir adiós en vivo. Allí aprovecha y se manda un fulminante discurso criticando las miserias de la sociedad norteamericana, sobre todo en ciudades como Nueva York, Chicago, Los Ángeles, donde los pandilleros y terroristas hacen de las suyas.

Termina su furibundo mensaje haciendo un llamado a todos los televidentes a que salgan por sus ventanas y griten: ¡¡Estoy más que harto, y no quiero seguir soportándolo!! Increíblemente, se abren todas las ventanas de las grandes ciudades y la gente sale a protestar, en medio de la tormenta, ese grito de indignación e impotencia. El rating se dispara y vuelve a su trabajo. Así me siento y esta columna también es un grito de protesta de todos los ciudadanos. ¡¡Estamos más que hartos, y no queremos seguir soportando esta desbocada espiral de violencia delincuencial!! Apago el televisor.

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