Este Búho se indigna al enterarse de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos acaba de admitir una demanda del terrorista Víctor Polay Campos contra el Estado peruano, al que acusa hasta de ‘torturas’. Increíble. Y no entiendo cómo las autoridades educativas del país no se preocupan por introducir buenos cursos de historia política contemporánea. Clases maestras con videos incluidos, para que los adolescentes de secundaria y universitarios conozcan la magnitud de la insania terrorista, no solo de Sendero Luminoso, sino del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).
Este Búho vio con sus propios ojos el modo en el que se formó esta banda subversiva, en 1980, cuando grupos que participaron en las elecciones de la Asamblea Constituyente, como el Partido Socialista Revolucionario (Marxista-Leninista) y facciones del MIR, deciden unirse para fundar un nuevo movimiento inspirado en la guerrilla tupamarista uruguaya y en el ‘Che’ Guevara. Víctor Polay había sido aprista radical. Así, los líderes del MRTA pasaron de la noche a la mañana a la clandestinidad e iniciaron acciones armadas sin anunciar fecha, como sí lo hizo Sendero.
Combinaron acciones guerrilleras en sus bases asentadas en la zona de San Martín y la selva central. Les gustaba la propaganda y daban ‘entrevistas’ a la prensa nacional y extranjera. Pucallpa y Tarapoto fueron testigos de las atrocidades de los ‘cumpas’, que llegaron a cometer verdaderas masacres contra travestis y consumidores de drogas, lo que llamaron ‘profilaxis social’. Pero en la ciudad funcionaba una maquinaria diabólica. En Lima estaba ‘su caja chica’ para financiar su supuesta guerrilla.
El ‘Negro’ Avellaneda capitaneaba el grupo de secuestradores que disparaba a matar a los guardaespaldas y, a veces, también acababa con las personas que iban a plagiar. Pero Peter Cárdenas Schulte, el sanguinario número dos del grupo terrorista, era el cerebro de la malsana ‘industria’. Secuestraban a prósperos empresarios, algunos vinculados a las comunicaciones y a la política, como Héctor Delgado Parker, y otros relacionados con el agro, la minería y la banca.
Ellos sepultaban a los empresarios en un cautiverio que no tiene parangón en la historia de los secuestros en América Latina. Fue precisamente Peter Cárdenas, apoyado por Nancy Madrid, quien ideó y diseñó esas terribles cámaras de tortura medieval, a las que llamó ‘cárceles del pueblo’. Estas se construían haciendo agujeros diminutos debajo de los clósets de casas residenciales, donde se alojaban los jerarcas del movimiento, como Víctor Polay, Jorge ‘El Negro’ Avellaneda y Cárdenas. Los ‘sepultaban’ en habitaciones reducidas bajo tierra, eran ataúdes de concreto donde no había luz solar y el foco lo prendían solo cuando les lanzaban las sobras de lo que almorzaban los terroristas. La táctica del negociador Peter era destruir moralmente a la familia. Les enviaban fotos donde aparecían desnudos y totalmente delgados, para obligarlos a que cumplan con el rescate.
Algunos no tuvieron la suerte de salir tras un largo periodo de encierro y morían en cautiverio, como el empresario minero David Ballón Vera. Héctor Delgado Parker, después de meses, fue liberado porque pagaron su rescate, pero las terribles condiciones del confinamiento le destrozaron la salud. Murió pocos meses después. Este columnista pertenece a la generación de jóvenes que sufrieron los delirios de Sendero y el MRTA, que no vacilaban en poner coches bomba en lugares públicos, cerca de cines y restaurantes.
Ante esta demanda aceptada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, me pregunto qué dirán los hijos y nietos del general Enrique López Albújar, asesinado en plena calle con trece balazos que le descerrajaron los sicarios del MRTA. Por eso no debemos olvidar esos terribles años, por más que nos duela. Y hay que enseñarles a los jóvenes sobre Abimael Guzmán, Osmán Morote, Peter Cárdenas y Polay Campos. El primero arde en el infierno y los otros tres son ‘lobos’ que ahora se visten de corderitos. Apago el televisor.
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