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'El Sexto' y sus presos políticos

El Búho hace un análisis de la gran novela de José María Arguedas 'El Sexto' en estos días en los que se habla de supuestos 'presos políticos en el país'.

A este Búho le parece extraño escuchar 'tenemos presos políticos en el país'. Es una aseveración temeraria, pues se supone que en un gobierno democrático no existen ese tipo de reos. Eso es propio de dictaduras. En el Perú del siglo pasado, cuando los golpes militares eran cosa común, ante un cuartelazo a un gobierno democrático la gente decía 'volvimos a nuestra realidad'.

Durante las dictaduras del general Oscar R. Benavides o Manuel Odría, apristas y comunistas atiborraban las prisiones. Justamente, durante el gobierno de de Benavides, el gran, siendo un joven universitario, fue encarcelado por participar en una protesta por la visita del enviado especial a América Latina del fascistas italiano Benito Mussolini.

Esos meses que pasó en prisión, en 1938, lo marcaron de por vida, tanto así que entre 1961 y 1962 publicó su novela 'El Sexto', por el nombre de la tenebrosa cárcel que se ubicaba entre las avenidas España y Bolivia, en el Centro de Lima.

Este centro penitenciario fue clausurado en el primer gobierno de Alan García, unos años después que se produjera un sangriento motín.  

Arguedas cayó en una espectacular redada policial a pedido expreso de Benavides, pues los estudiantes apristas y comunistas de La Casona impidieron que condecoraran al italiano. Arguedas, siendo ya un destacado profesor universitario, narrador y antropólogo, decidió rememorar esos recuerdos carcelarios, pero llevando la trama a reflejar la profunda división entre los internos, que es idéntica a la división social del Perú de esa época. 

Divididos por ideologías, los apristas contra los comunistas; entre razas, los criollos contra los serranos; en los asesinos, psicópatas contra choros de poca monta y vagos. El sistema no dejaba nada al azahar. Había una intensionalidad maquiavélica en mezclar a luchadores sociales, universitarios, profesores y profesionales que abrazaban la tesis de José Carlos Mariátegui o Víctor Raúl Haya de la Torre, con el asesino negro 'Puñalada', el homosexual y líder de prisión 'Rosita', y hampones como Maraví, es decir, una trilogía de la maldad.   

Para los políticos hay doble castigo. No solo están privados de su libertad, sino que deben habitar en un ghetto maldito donde se imponen la ley del cuchillo, el sable y las intrigas de soplones como 'El Pato'. Arguedas, desde la visión del estudiante provinciano Gabriel, descubre una realidad y la injusticia del país a través de El Sexto  y sintoniza con su compañero de celda, un obrero comunista recio como el acero y noble como un roble, Alejandro Cámac, quien es su protector.

El obrero lo defiende de militantes comunistas más ortodoxos y sectarios, como Pedro. Como telón de fondo, la tétrica prisión de la avenida Alfonso Ugarte. 

Este columnista piensa que el país no rinde a esta novela los honores que merece. Por el contrario, el maestro mexicano Juan Rulfo, creador de esa joya llamada 'Pedro Páramo', sostenía que era una de las mejores novelas de Hispanoamérica. Leí este libro cuando tenía doce años, en segundo de secundaria y me impresionó tanto que especialmente tomaba la línea 20 y me bajaba en Alfonso Ugarte con España y caminaba hacia El Sexto, que todavía albergaba a los presos.

Alucinaba con que podía escuchar esos cánticos de los himnos 'La internacional' comunista y 'La marsellesa' aprista, que recibieron a Gabriel, el protagonista, en su ingreso al penal. 

En gran parte de la narración es Arguedas quien habla con el nombre de Gabriel, como cuando le dice a Pedro. 'Usted no conoce la sierra. Es otro mundo. Entre las montañas inmensas, junto a los ríos que corren entre los abismos, el hombre se cría con más hondura de sentimientos; en eso reside su fuerza. El Perú es allá más antiguo. No le han arrancado la médula'.

El drama carcelario llega a su punto más terrible y degradante cuando 'Puñalada' y Maraví inauguran un burdel donde prostituyen a 'Clavel' hasta volverlo loco y eso sirve de estremecedor marco para que el escritor reflexione sobre la marginalidad. Gabriel no es ni comunista, ni aprista y por ello es excluido, prejuzgado, acusado de 'pequeño burgués'. 

La muerte del líder sindical Alejandro Cámac, del 'pianista'y del soplón del gobierno 'Pato', a manos del piurano, cierran el círculo de fuego de esta estremecedora novela de tiempos en las que las dictaduras encerraban a la gente por sus ideas. No como ahora, que los políticos sinvergüenzas terminan en la cárcel por cometer vulgares delitos comunes, como el lavado de activos o aceptar dinero sucio de la corrupción. Apago el televisor.

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