Contaminación en la Amazonía
Contaminación en la Amazonía

Este Búho no está en contra de la minería artesanal, tan ancestral y necesaria en el Perú. Nuestro país es minero y no podía ser de otra forma, con tantas riquezas en nuestro subsuelo. Pero sí me opongo a esas poderosas y sanguinarias organizaciones criminales que con el disfraz de ‘mineros humildes’ arrasan con la naturaleza, extorsionan, ordenan masacres como las de Pataz, explotan a los trabajadores a los que no reconocen ningún derecho, promueven la prostitución infantil y no pagan impuestos multimillonarios.

mueve al menos 12 mil millones de dólares al año y, con tanto dinero, no sorprende que tenga funcionarios de Gobierno al más alto nivel y congresistas en casi todas las bancadas que defienden sus intereses. Ese dinero manchado de sangre va a ser determinante en las próximas elecciones, pues buscarán tener en su mano a más partidos y parlamentarios.

Lo que hace la minería ilegal con la naturaleza, especialmente con la selva, no tiene nombre. Lo que antes eran bosques rebosantes de belleza y de vida vegetal y animal, hoy son territorios devastados y áridos semejantes a la superficie de Marte.

Este columnista ha viajado un sinnúmero de veces a nuestra selva, es mi refugio de la vorágine capitalina. Hace unos años viví una de las experiencias más alucinantes de mi vida: Navegué durante cinco días por los ríos Ucayali y Amazonas. Una aventura inspiradora y aleccionadora que todo peruano debe realizar antes de morir.

Decidí comprar una hamaca y subirme al emblemático ‘Henry V’, una lancha destartalada de cuatro pisos donde viajan personas de pocos recursos y gringos mochileros. Recuerdo que zarpamos al mediodía desde la calurosa ciudad de Pucallpa con rumbo a Iquitos.

Como sabía que el viaje iba a ser largo, cargué conmigo el libro ‘El corazón de las tinieblas’ del genial escritor Joseph Conrad. A pesar de que fue publicada en 1902, la obra está vigente y lo comprobé durante mi recorrido. Leía de noche, cuando parecía que un volcán hubiera escupido escarcha al cielo, meciéndome en mi hamaca y recibiendo el aire fresco.

Charlie Marlow (alter ego del escritor) es un marinero inglés que narra el viaje que realizó por el río Congo al corazón de África en busca de Kurtz, un agente enviado por una compañía de marfil que fue perdiendo la cordura por su alejamiento de la civilización. Durante su viaje, Marlow es testigo de los tratos salvajes a los que están sometidos los nativos africanos por parte de los colonizadores ingleses.

El libro fue una radiografía de lo que las potencias occidentales hacían en esos años contra los africanos: los explotaban hasta la muerte. Depredaban sus recursos naturales sin compasión. “Aquello era un verdadero robo con violencia, asesinato con agravantes en gran escala, y los hombres hacían aquello ciegamente, como es natural entre quienes se debaten en la oscuridad”, narra Charlie Marlow.

Hoy esa realidad parece intacta en el Perú y es más palpable si uno viaja a sus entrañas, donde no hay aeropuertos ni carreteras. Por las mañanas me levantaba tempranito para ver el alba y observar a los delfines rosados chapotear alrededor de la lancha. A las ocho de la mañana el cocinero chancaba la olla con un cucharón anunciando el desayuno: una porción de avena con tres panes con mantequilla.

Felizmente, el ‘Henry V’ se detenía en algunos pueblos pequeños y allí las vendedoras ofrecían pescados regionales: palometa al carbón, caldo de carachama o piraña a la parrilla. Como aperitivos vendían huevos sancochados de tortuga o mono tostado. Para el sol ofrecían aguajina y agüita de coco.

Pero no todo fue lindo. En distintos momentos pude apreciar a hombres que tumbaban sin asco enormes y antiguos árboles. Las zonas deforestadas eran manchas marrones y baldías en medio del manto verde. Muchas veces, en la ribera del Ucayali observé cómo llegaban los relaves de la minería informal, lo que hacía que las aguas del río se pongan negras y densas.

Sin presencia del Estado

Es lamentable que en esas zonas no haya presencia del Estado, que viles personajes se enriquezcan destruyendo el pulmón del mundo, como se le considera a la Amazonía. Pude conocer Contamana, un pueblo que va creciendo gracias a la agricultura. Desde el puerto, un altoparlante emitía la canción que la gran Tania Libertad interpretó: ‘El que me trajo hacia ti es el Ucayali con su serpentear/ Yo surcándole voy hacia ti, mujer/ Para mi vivir, yo te he de querer./ Mi cantar es así, para ti, mujer, con amor./ Contamana te vio nacer, con mucho placer’.

También Juanito, un pueblo de comerciantes y hermosas mujeres. Al cuarto día llegamos a Requena, una de las siete provincias que conforman el departamento de Loreto. ‘Mañana llegamos a Iquitos’, anunció el capitán, un hombre gordo, con boina y bigote. Al quinto día, Iquitos nos recibió con una lluvia típica de la selva: a cántaros. Tenemos un paraíso que debemos cuidar. Apago el televisor.

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