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Mi viaje a Machu Picchu

El Búho es un viajero obstinado, por eso sufre en esta cuarentena, pero semanas antes de la emergencia nacional alistó su mochila y enrumbó a Machu Picchu, nuestra maravilla mundial
(GEC)

Este Búho es un viajero obstinado, por eso sufro en esta cuarentena. Debo agradecerle a mi abuelo esa felicidad que me sofoca cada vez que subo a un avión, a un bus o a una lancha. Todavía recuerdo con mucha claridad aquella frase que me regaló en sus últimos días: ‘Para vivir debes caminar el mundo’. Su oficio como vendedor de medicamentos lo llevó a los rincones más profundos del Perú. Y sus aventuras en aquellas travesías se convirtieron durante años en conversaciones de sobremesa.

De niño juré ser como él. Obviamente, no me convertí en vendedor de pócimas y brebajes, sino en periodista, que para mí fue mucho mejor, pues pude complementar mis dos pasiones: escribir y viajar. Recordé a mi abuelo cuando alistaba mi mochila para enrumbar a Machu Picchu, justo semanas antes de que se declarara la cuarentena nacional por culpa del maldito virus.

Era un viaje muy esperado hacia esa ciudadela inca construida increíblemente a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Él hablaba de esas ruinas con una fascinación contagiosa. Remarcaba que esta evidencia arquitectónica tan difícil de descifrar por su complejidad debería ser razón suficiente para sentirnos orgullosos de nuestros ancestros.

Por eso aquí les comparto algunos tips para cuando las actividades turísticas se reinicien. Existen muchas formas de llegar a Machu Picchu, un abanico impresionante de ofertas, desde las más sencillas hasta las más sofisticadas. Este columnista optó por la más económica posible, con el presupuesto que generalmente manejan las familias peruanas o los jóvenes estudiantes cuando hacen turismo interno.

Lo principal es madrugar. Si se inicia el recorrido desde la ciudad del Cusco, deberán tomar un colectivo en el paradero Los Pavitos a la una de la madrugada. Este transporte, por 10 soles, los llevará -en tres horas- hasta Ollantaytambo.

Al llegar empezará la verdadera ‘aventura’: comprar los pasajes de tren hacia Aguas Calientes. Las agencias turísticas recomiendan comprarlos con tres días de anticipación como mínimo, pero si desean adquirirlos el mismo día deberán hacer una cola de dos horas para –si tiene suerte- conseguir un boleto que cuesta 10 soles por tramo.

Claro que existen más ofertas, de 50, 60, 70, 100 dólares. Trenes con asientos de cuero y mesitas para tomar whisky o champagne y degustar gastronomía ‘cinco estrellas’, despachada por mozos con corbatitas michis.

Acompañado de mis dos lindas amigas, verdaderas guerreras, logramos abordar el tren del pueblo de Perú Rail hacia Aguas Calientes. Se viaja como sardina, apretujado, de pie, pero se viaja. El cielo cusqueño no tiene comparación cuando está despejado, pero tampoco tiene compasión cuando se abre y desata una lluvia torrencial que puede durar un día completo o apenas dos minutos.

Y entonces, desde la tierra, desde las plantas, se esparce ese olor que no se puede describir, pero que todos conocemos. Aguas Calientes es un pueblo ubicado en la falda de Machu Picchu. Es un lugar tan cosmopolita que se adaptó a las exigencias de toda clase de turistas. Desde modernísimos hoteles y restaurantes hasta su acogedor mercadito donde se puede disfrutar de un lomo saltado a cinco soles y un café pasadito a dos.

Una vez allí, tendrán que comprar su ticket de entrada al santuario. El costo para un peruano adulto es de 64 soles, para un estudiante universitario 32, al igual que para un niño. Al instante deberán adquirir el pasaje en bus (54 soles ida y vuelta) hacia la montaña –un viaje de 20 minutos- o si el físico lo permite puede subir caminando.

Conocer Machu Picchu debería ser una obligación cívica. Allí uno aprende que nuestros antepasados fueron seres excepcionales, que labraron la piedra con precisión de cirujano, que convirtieron una montaña inhóspita en una ciudad moderna para su época. Fue una sociedad bien constituida, con jerarquías establecidas y respetadas.

Aprovecharon el sol, la luna, el viento, el agua, para sus rituales religiosos y para su principal actividad de subsistencia: la agricultura. Ubicar la ciudadela en la cima de esa montaña se debía a una estrategia militar, por algo los españoles nunca llegaron.

Es lamentable que en los últimos años muchos turistas le pongan más atención a los selfies que a las explicaciones de los guías. Las ruinas de Machu Picchu se siguen estudiando, su complejidad continúa asombrando a los arqueólogos e historiadores.

Los peruanos deberíamos rechazar esas teorías absurdas que aseguran que Machu Picchu fue construida por extraterrestres y, más bien, debemos alentar las que señalan que la cultura incaica fue tan o más desarrollada como la egipcia o griega. Un viaje nos hace personas más sensibles, más humanas, más empáticas. Viajar nos hace ver la realidad desde una perspectiva más amplia y menos ajena. Apago el televisor


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