Este Búho observa indignado cómo las violentas ‘tomas de carreteras’, las protestas que terminan en actos vandálicos y las amenazas a los comercios para no abrir sus negocios están liquidando el turismo en lugares emblemáticos como Cusco y Puno.
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Hay miles de adolescentes de quinto de secundaria que lloran en Perú y el extranjero, porque se quedaron sin viaje de promoción a Cusco, teniendo pagados pasaje y estadía con meses de anticipación. Puno parece un pueblo fantasma. Todo está cerrado. Están matando a una de las principales fuentes de ingresos de la ciudad: el turismo.
El odio y racismo que sembraron Pedro Castillo y Aníbal Torres traen consecuencias funestas para el país. Lo dividen. Cuando todos los peruanos somos una sola raza. Nunca olvidaré mis viajes a Puno.
El primero en 1987 y me alojé en un hotel frente a la isla Esteves, en el lago Titicaca. En ese tiempo, el mejor hotel de la ciudad estaba en esa isla, el Hotel de Turistas, de la cadena estatal Entur Perú.
Recuerdo que con mi anfitrión, el puneño Jaime ‘Jimmy’ Aucapoma, llegamos para la gran fiesta de la Candelaria, junto a miles de turistas del Perú y el extranjero. Este año de la barbarie se tuvo que suspender. En esa fiesta conocimos a Kate y Rachel, un par de turistas de la universidad norteamericana de Cornell, que estaban alojadas en ese hotel ‘ficho’.
Ellas nos invitaron a la isla, a cerrar la noche. Las chicas pedían tragos y tragos en medio del sonido del silencio en la terraza, mirando el lago mágico. Solo quebraba la quietud la música del grupo Illapu: ‘Amigo negro Jose’, música con charango y quena que tanto les alocaba a las gringas, que nos sacaban a bailar de la manito. ¡Es el mejor afrodisiaco! ¡Cheerrsss, darlings!, gritaba el ‘brichero’ Aucapoma.
Allí nos enteramos de que en tiempos de la guerra por la independencia, los españoles construyeron en Esteves una cárcel para albergar a los patriotas capturados, y uno de sus más célebres prisioneros fue José Rufino Echenique, futuro presidente del Perú.
Años después, se demolió el Hotel de Turistas y se construyó el espectacular hotel Libertador de categoría cinco estrellas. Ese majestuoso complejo hotelero, que da trabajo directo e indirecto a más de mil puneños, está totalmente paralizado actualmente.
En un segundo viaje, amplié mis horizontes a otras islas puneñas, como Taquile y los Uros. En el muelle, en modernos catamaranes, salíamos rumbo a la archifamosa isla de los Uros. Con mucho orgullo llevé a mi hija. Ella no podía creer que esa ‘isla’ sea artificial, que flota con totora. Allí viven todo el año.
Miles de turistas de todo el mundo la visitaban. Los uros son los descendientes de los pukinas. Ellos subsisten gracias al pago que les hacen los operadores que llevan a los turistas a su isla. Además por la venta de artesanías de totora que venden también en la ciudad y por el alojamiento –se puede pernoctar en la isla– y el restaurante.
Allí degustamos un riquísimo ceviche de pejerrey y su karachi frita con papa sancochada, porque sus pobladores son expertos pescadores. Como cantaba Andrés Calamaro en ‘Mil horas’, ¡yo me pregunto! ¿De qué viven actualmente los entrañables uros, ahora que hay bloqueos inhumanos de carreteras que mantienen incomunicada la ciudad y los radicales han ‘ordenado’ no abrir ningún tipo de negocio, mismo ‘paro armado’ de Sendero Luminoso?
¿De qué van a comer sus hijos? Que Sigrid Bazán o Indira Huilca vayan y les pregunten a los uros, a los de Taquile, a los puneños emprendedores si están de acuerdo con ese inhumano asfixiamiento económico al que los están sometiendo por puras plataformas políticas.
Y que esos huachafos que se pusieron recién a leer y recitar al poeta Oquendo de Amat, si en verdad tanto quieren a Puno, aboguen por los puneños a los que no los subvenciona todos estos días de paro la sucia minería ilegal, y que solo reclaman seguir trabajando con el sudor de su frente para salir adelante. Apago el televisor.
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