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Jaime Bayly y Los últimos días de La Prensa

En medio del éxito de Los Genios, el Búho recuerda otra de las obras más logradas de Jaime Bayly, Los últimos días de La Prensa

Este Búho no se sorprende con las revelaciones del periodista , con el que compartiera aventuras periodísticas en el desaparecido diario La Prensa, a inicios de los años ochenta. ‘Jaime era el más junior, pues estaba en el colegio y realizaba prácticas. Era el chico que cortaba cables (de noticias internacionales). Hace años que no hablo con él, pero sí con su mamá Doris’.

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El ‘Tío Terrible’ acaba de publicar su libro, pero de su fecunda y dispar producción, ‘Los últimos días de La Prensa’ (l996) es tal vez una de sus más logradas obras. Nunca estuvo más hilarante, salvajemente corrosivo y pendenciero, al retratar el mundo de un periódico.

Un chiquillo de quince años, Diego Balbi, alter ego de Bayly, llega para convivir con una troupe de periodistas e intelectuales viejos, orates, alcohólicos y fascistas ultraviolentos. Ganador de premios como Herralde y Planeta, Jaime, en esta su tercera novela, se aleja de su atormentada atmósfera gay de anteriores trabajos, para narrar historias de un mundo tan fascinante como decadente.

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Diego Balbi ingresa a La Prensa en 1980 porque la situación en la casa de sus padres se había tornado insostenible. Producto de su indefinición sexual y la expulsión del colegio, su padre se había convertido en un cancerbero y el joven amenazaba con transformarse en un Edipo de Tebas.

La Prensa en su etapa de agonía

Diego Balbi, en el periódico del centro de Lima, hace grupo con una pléyade de jóvenes estudiantes de la Universidad Católica. Este grupo en verdad existió y fueron los llamados ‘Jóvenes turcos’ (Enrique Ghersi, Juan Carlos Tafur, Mario Ghibellini, Carlos Espá, Freddy Chirinos, Iván Alonso, entre otros, quienes gracias a Federico Larrañaga (¿Federico Salazar?), que era hijo del director Arturo Larrañaga (¿Arturo Salazar Larraín?), ingresaron al diario que fundara Pedro Beltrán, cuando ya estaba en su etapa de agonía.

El gran periódico, que en una época mantuviera a una plana de periodistas de primer nivel, a la que llamaban ‘La escuelita de Beltrán’, en ese año ochenta, después que el gobierno de Belaunde les devolviera los diarios a sus legítimos propietarios, estaba comandado por Arturo Salazar Larraín y el jefe de Editorial era un locuaz y erudito Enrique Botto (Chirinos Soto).

Este personaje introduce al joven Diego a la cultura, pero sobre todo a las bebidas espirituosas. Fue en aquella Redacción de La Prensa donde el verdadero Enrique Chirinos bautizó a ese grupo de jóvenes liberales y libertinos como los ‘Jóvenes turcos’. Enrique Ghersi, abogado y coautor de ‘El otro sendero’ con Ghibellini y Hernando de Soto, no dudó en calificar la novela de Bayly como una divertida ficción.

Lo cierto es que en la obra, los jóvenes sí se metían grandes ‘turcas’ en insomnes noches de bohemia y puterío con la plata que la tía de su amigo Larrañaga, la ‘Devoradora de hombres’ y todopoderosa secretaria del director, manejaba de la ‘caja chica’.

Las malas lenguas dicen que el periodista Federico Salazar se molestó con Bayly por lo que consideró ‘exageraciones’. Pero otros personajes que integraron la cofradía de los ‘Jóvenes turcos’, como el periodista Juan Carlos Tafur, confirmaron a este columnista que la Redacción de La Prensa en verdad estaba llena de seres alucinados, orates homicidamente anticomunistas y beodos.

No fueron elucubraciones de Bayly. Incluso, fue verdad una de las partes más alucinantes de la novela, cuando el jefe de la sección de Policiales, anticomunista que había peleado en la Segunda Guerra Mundial, lanzó del balcón de un segundo piso a su redactor simpatizante de la izquierda y este terminó con todo el cuerpo enyesado. Diego sostiene con convicción que esa Redacción, como todo periódico, ‘se asemejaba a un manicomio o un burdel’.

Balbicito es un jovencito que descubre un mundo extraño, donde desfilan tantos personajes como en un circo. Misteriosas damas medio brujas y medio hechiceras, que viven en casonas ruinosas con decenas de gatos; beodos cultísimos; anticomunistas asesinos; secretarias ninfómanas; redactores putañeros, borrachos o drogos. Una historia hilarante y cautivadora.

Redacciones periodísticas que ya nunca volverán

El testimonio de redacciones periodísticas que ya nunca volverán. Este columnista también vivió de joven esas alucinantes redacciones dirigidas por inmensos directores brillantes que se rodeaban de editores y poetas, genios locos y borrachos. Los cierres de edición se prolongaban hasta la madrugada y en la mesa habían botellas de whisky y cartones de Marlboro. Eran diarios con demasiados genios juntos, con algunas damas y caballeros que se iban a la azotea a fumar sus ‘tronchitos’ con la venia de los jefes.

Otros deambulaban con demasiadas ‘aspiraciones’ por la redacción y siempre había el pretexto para una juerga. Todo era gritos, carcajadas y carajeadas cuando el director se ‘cruzaba’. Los jóvenes éramos ‘escueleados’ por verdaderos maestros. Mandaban al chofer todas las noches a traer pollos a las brasa del ‘Dallas’. Nada que ver con los periódicos del nuevo siglo. Y no vengan a echarle la culpa a la pandemia.

Desde antes de esa hecatombe, las salas de redacción ya se habían convertido en ‘salas de hospital’ por el silencio sepulcral y aburrido. Y los redactores parecían que trabajaban en un banco y a las 5 de la tarde arrancaban a sus casas. Los ‘cierres de edición’ se pusieron draconianos, tempraneros, privilegiando el horario de ingreso a imprenta que la primicia periodística. Con la irrupción de las ediciones digitales, ya lo único que parece importar son las ‘páginas vistas’ que generan las notas en la web. Este Búho ha transitado por ambos mundos. Por eso fue tan importante que novelas como la de Bayly dieran fe de ese mundo de locos que un día fueron las redacciones de algunos periódicos del siglo pasado. Apago el televisor.

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