Jaime Bayly acaba de cumplir 59 años.
Jaime Bayly acaba de cumplir 59 años.

Este Búho, cuando tiene tiempo libre, navega por YouTube donde encuentra programas que lo entretienen. Uno de ellos es ‘Café con la Chévez’ de mi colega Carlita Chévez, a quien le va muy bien entrevistando a diversos personajes de la farándula. También veo temas de fútbol, box y cine que me interesan. Otro programa que me parece divertido es el del ‘Tío Terrible’, Jaime Bayly, quien tiene su podcast y acaba de cumplir nada menos que ¡¡59 años!! y los está celebrando con su esposa Silvia y su pequeña Zoe en las montañas de Aspen, en Colorado, donde van los turistas a esquiar.

Increíble cómo pasa el tiempo. Jaime cuenta sus historias de forma hilarante y recordó cuando era un jovencito de 15 años y ya escribía en el recordado diario La Prensa. Precisamente de esa experiencia surgió ‘Los últimos días de La Prensa’ (1996). Nunca estuvo más salvajemente corrosivo y pendenciero, al retratar el mundo de un periódico. Un chiquillo Diego Balbi, alter ego de Bayly, llega para convivir con una troupe de periodistas e intelectuales viejos, orates, alcohólicos y fascistas ultraviolentos.

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Ganador de premios como Herralde y Planeta, Jaime, en esta su tercera novela, se aleja de su atormentada atmósfera gay de anteriores trabajos, para narrar historias de un mundo tan fascinante como decadente. Diego Balbi ingresa a La Prensa en 1980 porque la situación en la casa de sus padres se había tornado insostenible. Producto de su abuso de las drogas, su indefinición sexual y la expulsión del colegio, su padre se había convertido en un cancerbero y el joven Balbi amenazaba transformarse en un Edipo de Tebas. Para evitar un parricidio, se refugió en la casona sanisidrina de sus abuelos.

Diego Balbi, en el periódico del centro de Lima, hace grupo con una pléyade de jóvenes estudiantes de la Universidad Católica. Este grupo en verdad existió y fueron los llamados ‘Jóvenes turcos’ (Enrique Ghersi, Juan Carlos Tafur, Mario Ghibellini, Carlos Espá, Freddy Chirinos, Iván Alonso, entre otros), quienes gracias a Federico Larrañaga (¿Federico Salazar?), que era hijo del director Arturo Larrañaga (¿Arturo Salazar Larraín?), ingresaron al diario que fundara Pedro Beltrán cuando ya estaba en su etapa moribunda.

El gran periódico, que en una época mantuviera a una plana de periodistas de primer nivel, a la que llamaban ‘La escuelita de Beltrán’, en ese año ochenta, después que el gobierno de Belaunde les devolviera el diario a sus dueños, estaba comandado por Arturo Salazar Larraín y el jefe de editorial era un locuaz y erudito Enrique Botto (Chirinos Soto). Este personaje introduce al joven Diego a la cultura, pero sobre todo a la cotidianidad de las bebidas espirituosas en los mullidos sillones del Club Nacional. Fue en aquella Redacción de La Prensa donde el verdadero Enrique Chirinos bautizó a ese grupo de jóvenes liberales y libertinos como los ‘Jóvenes turcos’.

¿SE MOLESTÓ FEDERICO SALAZAR?

Enrique Ghersi, abogado y coautor de ‘El otro sendero’ con Ghibellini y Hernando de Soto, no dudó en calificar la novela de Bayly como una divertida ficción. Lo cierto es que en la obra, los jóvenes sí se metían grandes ‘turcas’ en insomnes noches de bohemia y puterío con la plata que la tía de su amigo Larrañaga, la ‘devoradora de hombres’ y todopoderosa secretaria del director, manejaba de la ‘caja chica’.

Las malas lenguas dicen que el periodista Federico Salazar se molestó un buen tiempo con Bayly por lo que consideró ‘exageraciones’. Pero otros personajes que integraron la cofradía de los ‘Jóvenes turcos’, como Freddy Chirinos y el periodista Juan Carlos Tafur, ambos en ese entonces jóvenes estudiantes de la Católica, relataron a este columnista que la Redacción de La Prensa en verdad estaba llena de seres alucinados, orates homicidamente anticomunistas y beodos.

No fueron elucubraciones de Bayly. Incluso, fue verdad una de las partes más alucinantes de la novela, cuando el jefe de la sección de Policiales, anticomunista que había peleado en la Segunda Guerra Mundial, lanzó del balcón de un segundo piso a su redactor y este terminó con todo el cuerpo enyesado. Ese redactor, años después, corroboró a este Búho el terrible episodio. El periodista se llamaba Héctor Perona y se reía cuando me contó su historia. Ya no era un simple redactor, sino el jefe de Policiales de La Razón, diario cuyo director era ‘Chema’ Salcedo.

Diego sostiene con convicción que esa Redacción, como todo periódico, ‘se asemejaba a un manicomio o un burdel’. Misteriosas damas medio brujas y medio hechiceras, que viven en casonas ruinosas con decenas de gatos; beodos cultísimos; anticomunistas asesinos; secretarias ninfómanas; redactores putañeros, borrachos o drogos. Una historia hilarante y cautivadora. El testimonio de redacciones periodísticas que ya nunca volverán. Apago el televisor.

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