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La esposa y la amante de Julio Ramón Ribeyro

El escritor nacido en Santa Beatriz siempre fue muy reservado con su vida privada

Este Búho considera a como uno de los mejores cuentistas de habla hispana. ‘La palabra del mudo’, su reunión de cuentos, siempre estará en mi cabecera. El escritor nacido en Santa Beatriz siempre fue muy reservado con su vida privada. A diferencia de Patricia, la esposa de Vargas Llosa, o Mercedes, de ‘Gabo’ García Márquez, su esposa Alida Cordero y madre de su único hijo Julito, mantuvo una férrea distancia con las reuniones intelectuales de su marido.

Cordero acaba de morir de un infarto, justo cuando se va a presentar un libro de cinco cuentos inéditos, ‘Invitación al viaje’, en la Feria del Libro de este mes. Inclusive hay poco material fotográfico entre Alida y Julio Ramón. Las generaciones de admiradores de su obra tienen que agradecerle al escritor Daniel Titinger, cronista y admirador de Julio Ramón, que había conseguido el financiamiento de un libro sobre la vida del cuentista de la Universidad Diego Portales, que incluía un viaje a Europa a recorrer los pasos del artista.

Era un secreto a voces que cuando Titinger viaja a París a entrevistarse por primera vez con la temida viuda del escritor, ya se sabía cómo pasó Julio los últimos años de su vida: abandonando su departamento parisino, a su esposa e hijo, para vivir los últimos años que le quedaban de vida en un departamento en Barranco, donde fue feliz frente al mar con las visitas de sus amigos escritores Toño Cisneros, Willy Niño de Guzmán, Fernando Ampuero, ‘Balo’ Sánchez León y Alonso Cueto.

Julio Ramón Ribeyro iba a a chibolear en locales barranquinos

Iba a salsódromos, a navegar, a chelear y a chibolear en locales barranquinos donde llegaba en plan de estrella. Daniel conocía de todas esas historias. Tenía el título para el libro: ‘Un hombre flaco’. Pero había un obstáculo que se le presentaba como abismal: no tenía contacto con la viuda.

Y la orientación que le iba a dar al libro era presentar al verdadero Ribeyro, sobre todo el que vivió y murió en Barranco en 1994, donde tuvo un volcánico romance con Anita Chávez. Paradójicamente, unos años después del fallecimiento de Ribeyro, Anita se casó con Alfredo Bryce, uno de los mejores amigos del autor de ‘La palabra del mudo’.

Este columnista cree que los verdaderos seguidores de Ribeyro agradecerán el trabajo de Titinger, que contó con el apoyo del biógrafo oficial de Julio Ramón, el sanmarquino Jorge Coaguila, el primero que logró penetrar ese ‘Muro de Berlín’ que construyó el autor de ‘La palabra del mudo’ en torno a su vida.

Algo sedujo a Coaguila, ‘Coaguita’, quien también preparaba en ese momento una biografía del escritor, para que se animara a ‘cruzar el charco’ con Titinger. Juntos recorrieron los pasos del literato por librerías, hoteles, bares, universidades y fondas de Europa, hasta llegar a conversar con su viuda, Alida Cordero.

Sostengo que el autor del libro ‘Un hombre flaco’ no debe sentir que comete ‘infidencias’. Era un secreto a voces que Ribeyro sufrió mucho en su relación con una mujer autoritaria. Titinger revela, por primera vez, el nombre de la amante con la que Julio Ramón pasó los últimos días de su vida, Anita, de la cual murió enamorado.

“Estaba asustado con esa entrevista (a la viuda) –reveló–, pensaba entrar y encontrarme con todas esas cosas malas que me habían dicho de ella. Sin embargo, Alida fue generosa conmigo y con Coaguila (…) Quítale la palabra amor, si quieres, pero fue generosa con su esposo hasta el último (…). ‘Está bien que se haya enamorado –dijo Alida–, que haya sido feliz’”, refiriéndose a la relación de su esposo con Chávez.

Sin embargo, en los testimonios de los empleados de la familia Ribeyro el libro consigna las estrictas órdenes de Alida de prohibir que la novia de Julio Ramón ingresara a la habitación donde agonizaba. A Julio Ramón le gustaba bailar canciones de Juan Luis Guerra y escuchar a Oscar D’León. Le agradaba cantar boleros en karaoke, ver fútbol e hinchar por la ‘U’. Salía a montar bicicleta, tomar y hasta navegar con sus amigos.

Al final de su vida conoció la fama y le gustó. Fue un hombre feliz. Cuando llegó a inicios de los ochenta, invitado por el Banco Continental a su auditorio en San Isidro, gracias a mi amiga, la poeta Tatiana Berger, logramos conseguir una ubicación privilegiada. Vi los ojos del escritor. Estaba sorprendido, fascinado. Debió rejuvenecerlo ingresar en plan de estrella. Comprobar que tenía un vasto público joven, fresco, que lo leía como culto. Apago el televisor.

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