
Este Búho ve con emoción la fiesta que vive Chiclayo por el nombramiento de Robert Prevost, su obispo querido, como sumo pontífice. Es histórico y conmovedor que el mismísimo papa León XIV haya nombrado a la tierra de la amistad durante su asunción como líder de la Iglesia católica y resaltara que se trata de un pueblo fiel a Dios. En medio del caos político y de inseguridad que vivimos los peruanos, estos últimos días han sido esperanzadores.
Algunos han comparado la emoción de este suceso como si se tratara de la clasificación del Perú al Mundial. El oficio pastoral del papa en el norte peruano, que logró cohesionar al pueblo chiclayano, me hizo recordar al de los sacerdotes polacos Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski. Los curitas contribuyeron al desarrollo social y cristiano de Pariacoto, Huaraz. Ambos fueron asesinados por Sendero Luminoso, quienes los acusaron de imperialistas y ‘adormecer’ a la población.
Los polacos arribaron a Pariacoto en agosto de 1989, tiempo en que la comunidad era un remoto lugar que no se registraba en el mapa. Sin agua, ni luz, ni posta médica. Vivían la sequía más larga que se haya podido conocer en aquella región del país: siete años. Con una sola misión, de llevar la palabra de Dios, Miguel y Zbigniew se asentaron ante el asombro de los lugareños, quienes en un inicio vieron con desconfianza la presencia de los dos gringos. No demoraron mucho en ganarse el cariño de la población.
Zbigniew educó a los pariacotinos en el arte de la siembra y el cultivo. Trajo de Polonia sus conocimientos en técnicas de regadío. Además, inició la construcción de carreteras que conectarían a Pariacoto con otros pueblos. Instruyó en la crianza de cuyes. Finalmente, con su conocimiento en enfermería, curó enfermos. Por esos años el mal del cólera era el principal problema. Pronto lo apodaron ‘El padre doctorcito’.
En cambio, Miguel tuvo una labor más espiritual. Enseñó a los niños y jóvenes a tocar guitarra y cantar. Su función evangelizadora hizo que cada domingo los pobladores asistieran en mayor cantidad a misa. Recorrió la región, Biblia en mano, llevando la palabra de Dios.
En menos de dos años, Pariacoto se volvió una comunidad autosostenible. Llegó la lluvia y los sembríos de manzana se volvieron un boom. A la crianza de cuyes se le sumaron el ganado bovino y vacuno. Las chacras rebasaron en producción. La carretera era una realidad. La iglesia, cada domingo, se llenó de gente adulta, jóvenes y niños. Antes de lo que cualquiera hubiera creído, los dos curas se ganaron el corazón de los pobladores.
Sin embargo, el 9 de agosto de 1991, una columna de Sendero Luminoso irrumpió en el pueblo pidiendo entre gritos la ubicación de los frailes. Los encontraron en la iglesia. Se los llevaron. A Miguel y Zbigniew los fusilaron en un descampado. Sobre sus cuerpos dejaron este mensaje: “Así mueren los lames… del imperialismo”.
Cuando llegué a Pariacoto, una comunidad pequeña, de clima cálido, de gente amable y trabajadora, me encontré con una ferviente devoción a los curas. Cuando supe todo lo que habían hecho allí, entendí por qué. Muchos de los adultos eran niños cuando los polacos pisaron esas tierras. Y recuerdan con cariño las alabanzas que aprendieron, los valores que les inculcaron.
Los mayores los evocaban como personas empeñosas y de quienes heredaron técnicas que ahora dominan con gran destreza. Nunca tuvieron otro fin que no sea el bienestar del prójimo y el amor a Dios. Por eso resulta increíble que Sendero Luminoso los haya ejecutado con total sangre fría, motivados por el mero desprecio a la vida, so pretexto de su ideología marxista-leninista y antiimperialista.
Tras su muerte, en 2015 fueron beatificados por el papa Francisco. Hoy, en Pariacoto se les venera como a verdaderos ángeles. La estela de su paso por esas tierras sigue alumbrando. Como sacerdotes construyeron una iglesia, en el sentido espiritual, porque fomentaron la caridad, la solidaridad, el desprendimiento, la unión y la fe, una labor tan parecida a la del papa chiclayano de corazón. Apago el televisor.
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