Este Búho asiste a la celebraciones por el ‘Día del periodista’ y recibo pedidos de mis lectores jóvenes para que reflexione sobre esta fecha tan importante para quienes ejercemos el periodismo y para los que estudian. Lo primero que debo decir es que no solo la considero una profesión que nos otorgó nuestro paso por la universidad, sino también como un abnegado oficio del que no te desligas nunca.
Te separas solo cuando la muerte, esa dama siniestra, te invita a acostarte con ella en el sueño eterno del sepulcro. En mis tiempos de periodista de calle sin celular, con los malditos terroristas de Sendero Luminoso asesinando y colocando coches bombas en las noches y madrugadas, tenías que estar con tu pequeño radio a pilitas con RPP al costado de tu almohada, pensando a qué horas el carro del periódico te iba a recoger para ver muertos.
El primer gran salto a la tecnología en comunicaciones periodísticas -antes de la revolucion de la computadora y el celular- fue el ‘bíper’, un pequeño aparatito que te lo ponías en el bolsillo y sonaba cuando recibías mensajes en tiempo real.
Recuerdo que un periodista que conducía exitosos programas políticos de televisión sacó una revista a finales de los ochentas. A la plana de jóvenes y talentosos redactores de política y actualidad les entregaron estos aparatos y ellos estaban felices porque los colocaba al nivel tecnológico de sus colegas de los grandes diarios de Nueva York, Londres o Madrid.
Pero uno de esos colegas, amigo mío, me contaba su calvario. El intenso director había ordenado que les manden mensajes todas las madrugadas, algunas veces sin motivo alguno. Otras veces los citaban a la revista y todo era una falsa alarma. Nadie podía dormir ni hacer otra actividad, la que sea, sin estar ‘frikeados’ por el sonido del aparatito que los bombardeaba de mensajes. Y ¡ay! quien osara apagarlo, pues recibía las terribles y humillantes reprimendas públicas del director. Los que no teníamos ese revolucionario aparatito seguíamos con las ‘fichas ring’ de la estatal Compañía Peruana de Teléfonos, no existían operadores privados como Movistar, Entel o Claro.
Luego llegó la verdadera revolución tecnológica a los medios: la computadora, que mató a las viejas máquinas de escribir Remington que utilizaban cintas que se gastaban rapidito y uno a veces traía la cinta de su casa para no tener problemas. Tuve la suerte de vivir esa nueva era en el diario Página Libre (1990), el primero en computarizar todas las secciones del diario y la mesa de edición y diagramación.
Hoy, después de más de 30 años, tengo la mente fresca, los ojos bien abiertos y expectativas como en el primer día, en la adecuación a las nuevas revoluciones tecnológicas, como la inteligencia artificial. Soy de la vieja escuela, a mucho orgullo, pero uno no puede dormirse en sus laureles. Este columnista es un convencido de que debemos adecuarnos a los nuevos tiempos. Basta ver en la calle, en los transportes públicos, que todo el mundo anda con smartphones y a ellos también deben llegar nuestros periódicos en versión digital.
Con todo el respeto y la admiración por la inteligencia artificial, estoy convencido de que no podrá escribir mejor una novela que García Márquez. En este día recuerdo los periódicos en los que trabajé. Tengo el orgullo de haber compartido redacciones con grandes escritores, poetas y periodistas, como Antonio ‘Toño’ Cisneros, Guillermo Thorndike, Jorge Pimentel, Enrique Sánchez Hernani, Tulio Mora, Efraín ‘Cholito’ Trelles, Jorge ‘Coco’ Salazar, Oscar Malca, entre otros bravos de bravos.
Escucharlos siempre significaba una clase magistral. Agradezco todos los mensajes y saludos de los amigos sinceros y verdaderos colegas, pero sobre todo el de mi madrecita que la tengo viva y el de mi padre que está con San Pedro vigilándome.
Ellos siempre me apoyaron cuando algunos les auguraban: ‘Tu hijo se va a morir de hambre como periodista, mejor que se dedique a otra profesión’. Bueno, no me morí de hambre. Y me siento feliz de trabajar en lo que siempre quise, vivir dignamente y poder darle una buena educación a mis hijos. Hay una grande y sencilla filosofía periodística para nosotros: ‘No se puede ser honesto -así alguna vez lo hayas sido- si terminas defendiendo o trabajando para un deshonesto’. ¡Feliz día del periodista! Apago el televisor.
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