Este Búho lee que las trabajadoras sexuales de Las Cucardas, uno de los prostíbulos más grandes de la capital, están exigiendo a la Municipalidad de Lima que reabra el local. Califican de injusto y abusivo el cierre, ya que tienen la licencia al día. Lo más probable es que estas mujeres se vayan a trabajar a las calles.
“Nos quedamos en la extrema pobreza… En cualquier momento viene uno de esos proxenetas, pasamos al margen de la ley y nos pueden matar cuando quieran”, dijeron.
Hace un tiempo vi un reportaje sobre el mítico jirón Huatica (hoy jirón Renovación), que se ubicaba al lado de un afluente del Rímac, el río Huatica, en La Victoria. Allí entre 1926 y 1956 se levantaron en sus cuadras más de 200 prostíbulos que sirvieron como desfogue sexual a miles de parroquianos.
Funcionó hasta que fueran desalojados hacia lugares más ‘picantes’ como La Floral, al pie del cerro El Pino y, años después, a prostíbulos legales como El Trocadero del Callao o La Nannette (hoy Las Cucardas en el Cercado).
El jirón Huatica y sus antros están inmortalizados en grandes obras de la literatura peruana, como ‘La ciudad y los perros’ y ‘Conversación en La Catedral’, de nuestro premio Nobel Mario Vargas Llosa, o en ‘Los geniecillos dominicales’, de Julio Ramón Ribeyro.
En esas casas de citas de antaño había francesas, italianas, chilenas y argentinas. También pistas de baile y bares bien surtidos o con piso de aserrín para todos los bolsillos. Eran lugares de confluencia de la bohemia artística, políticos, militares y periodistas.
Uno de los hombres de prensa ‘policiacos’ más célebres, Carlos Ney Barrionuevo, quien fuera el ‘maestro’ literario y en bohemia del quinceañero practicante del diario ‘La Crónica’, Mario Vargas Llosa, reveló que este ‘debutó’ sexualmente con una ‘lolita’ del Barrio Rojo.
“Salíamos de La Crónica rumbo a Huatica, pero como Mario era un chiquillo, lo botábamos. Él insistía y se metía en el carro con nosotros. ‘Yo también quiero ir’, dijo y, bueno, nos fuimos todos…”, recordó.
Pero con su talento literario, Mario recreó a su manera su precoz debut sexual en un pasaje de su inmortal ‘La ciudad y los perros’ (1962). “Con un amigo leonciopradino, Víctor Flores, con quien solíamos, los sábados, luego de las maniobras, boxear un rato junto a la piscina, un día nos confesamos que ninguno de los dos nos habíamos acostado con una mujer. Y decidimos que el primer día de salida iríamos a Huatica.
Así lo hicimos, un sábado de junio o julio de 1950. El jirón Huatica, en el barrio popular de La Victoria, era la calle de las putas. Los cuartitos se alineaban, uno junto al otro, en ambas veredas, desde la avenida Grau hasta siete u ocho cuadras más abajo. Las putas, ‘polillas’ se las llamaba, estaban en las ventanitas, mostrándose a la muchedumbre de presuntos clientes que desfilaban, mirándolas, deteniéndose a veces a discutir la tarifa.
Una estricta jerarquía regulaba al jirón Huatica, según las cuadras. La más cara, la de las francesas, era la cuarta; luego, hacia la tercera y la quinta, las tarifas declinaban hasta las putas viejas y miserables de la primera, ruinas humanas que se acostaban por dos o tres soles (las de la cuarta cobraban veinte).
Recuerdo muy bien aquel sábado en que con Víctor fuimos, con nuestros veinte soles en el bolsillo, nerviosos y excitados, a vivir la gran experiencia. Fumando como chimeneas para parecer más viejos, subimos y bajamos varias veces la cuadra de las francesas, sin decidirnos a entrar.
Por fin, nos dejamos convencer por una mujer muy habladora, de pelos pintados, que sacó medio cuerpo a la calle para llamarnos. Pasó primero Víctor. El cuarto era chiquito y había una cama, un lavador con agua, una bacinica y un foco envuelto en celofán rojo que daba una luz medio sangrienta. La mujer no se desnudó. Se levantó la falda, y viéndome tan confuso, se echó a reír y me preguntó si era la primera vez.
Cuando le dije que sí, se puso muy contenta porque, me aseguró, desvirgar a un muchacho traía suerte. Hizo que me acercara y murmuró algo así como ‘Ahora tienes tanto miedo pero después cuánto te va a gustar’. Hablaba un español raro y cuando eso terminó, me dijo que era brasileña”.
¿Cómo desapareció el Barrio Rojo?
¿Cómo desapareció el Barrio Rojo? Los vecinos estaban hartos de los escándalos de día y de noche. Personajes patibularios, lúmpenes y pichicateros convirtieron la zona en peligrosa y las broncas por mujeres y hasta asesinatos inundaban las páginas policiales de los diarios. No se necesitó que cayera fuego y azufre del cielo, como en Sodoma y Gomorra, para acabar con ese ‘antro de perdición’, como lo calificaban las beatas.
Fue en 1956 cuando el recién electo presidente Manuel Prado Ugarteche escuchó los reclamos y ordenó desalojar las ocho cuadras del jirón en un megaoperativo. Durante décadas había sido el sueño húmedo de miles de adolescentes que perdieron su virginidad en sus ruidosos catres y caricias compradas. Apago el televisor.
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