Este Búho les contaba a sus lectores la semana a pasada de mis incursiones a la Costa Verde, especialmente a Los Pavos, a inicios de los años 80. Era el point de moda. Como los miles que llegan los fines de semana ahora a. Siempre me consideré un privilegiado por vivir cerca del mar. Desde la mítica Unidad Vecinal de Mirones, de niños, tomábamos los ómnibus de la Colonial para llegar hasta Cantolao, en La Punta, con sus aguas heladitas y sus piedritas redondas. Pero de adolescentes, nuestro destino era la Costa Verde.

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Mi viejo no tenía carro y paraba trabajando de sol a sol en una fábrica transnacional. Mi viejita sacaba de su diario para pagar nuestro boleto de micro, el verdecito con crema, la Línea 20, que creo hasta ahora existe, y arrancaba en Tingo María y se iba por el centro, La Victoria, Lince, San Isidro, Miraflores, Barranco y Chorrillos. Su último paradero era en la esquina de ‘La cancha de los muertos’, donde antes jugaba el Deportivo Municipal.

Si queríamos llegar a La Herradura rápido, arriesgábamos la vida cruzando el tétrico túnel y corríamos el peligro de ser atropellados por los carros o atacados por los murciélagos que habitaban en sus techos. Lo bueno era que te ahorrabas un vueltón, que significaba irse por la pista que comenzaba en el Club Regatas y bordeaba los acantilados donde, por unas monedas, un suicida empleado a destajo del restaurante ‘El Salto del Fraile’ se lanzaba a las fieras olas.

Hombre se salva de morir ahogado, pero su acompañante extranjera le roba sus pertenencias
Una extranjera aprovechó el pánico en que su acompañante luchaba por su vida para no morir ahogado en la playa de Agua Dulce, Chorrillos. El sujeto al recuperar la cordura denunció que sus objetos de valor habían sido robados por parte de la extranjera. (Fuente: América TV)

En La Herradura, que tenía arenita fina, carpas, tablistas y bellezas espectaculares, había un lugar, el ‘Curich’, donde comprábamos inolvidables cremoladas de fresa, guanábana y unas ricas hamburguesas.

Para llegar a esta playa, definitivamente ‘rompíamos el chanchito’ o pedíamos propinas a tíos, padrinos y hasta cogíamos algún sencillo que encontrábamos en la máquina de coser de mamá o el terno de papá. Era para una buena causa. A los quince años éramos sanos. No existían los celulares. Para enamorar a una chica la mirabas a los ojos, no le mandabas un ‘wasap’ con un corazoncito, ni le escribías por Tinder.

Las cartas escritas a mano eran el WhatsApp de mis tiempos

Las cartas escritas a mano eran el WhatsApp de mis tiempos. En esas incursiones a la playa corríamos olas gritando ¡¡huecooooo!!, y nos colocábamos en un ‘point’ donde ponían música de moda. Se iniciaban los 80 y la ‘New Wave’, llegada desde Estados Unidos, inundaba las radios. ‘Idaho privado’ o ‘Fiesta sin límites’, de ‘The B-52s’, reinaban junto a ‘Rapture’, ‘One way or another’, de Blondie.

Nunca imaginé que, treinta años después, vería a ambos grupos en sendos conciertazos en Lima. Los ingleses también la rompían en las radios. ‘She’s so cold’, de The Rolling Stones, ‘Pass the dutchie’ (‘Paso a la diversión’, la llamaron las radios) de Musical Youth, un grupo de morochitos londinenses tipo Menudo, que la rompieron en las radios y en las playas. Rod Stewart, Daryl Hall y John Oates, o John Cougar se escuchaban en los parlantes de los locales. Era un ambiente zanahoria.

La malograda comenzaría un par de años después, cuando algunos malos generales de la Policía de Investigaciones se convertirían en socios de narcotraficantes como Reynaldo Rodríguez López, ‘El Padrino’, o de los narcos colombianos que operaban en Uchiza y toda la selva central. Ellos surtirían de droga a los jóvenes miraflorinos, los reyes de las discotecas pitucas, los ‘chicos malos’ del Clan Calígula, que tuvieron un final trágico. Pero me quedé corto. Después les cuento más de las playas de Barranco y el ‘boom’ del rock en castellano. Apago el televisor.

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