Eloy Jáuregui, el maestro de la crónica periodística, falleció a los 70 años. (@gec)
Eloy Jáuregui, el maestro de la crónica periodística, falleció a los 70 años. (@gec)

El periodismo peruano está de luto con la partida del cronista, escritor y poeta a la edad de 70 años. Eloy era, ante todo, un maestro para los jóvenes que ingresamos a mediados de los años ochenta al hermoso trabajo de redactar crónicas. Fue mi maestro cuando ni siquiera lo conocía personalmente. No sabía que tenía un look setentero y sonrisa de ‘niño tumba la fiesta’.

Cuando ni siquiera imaginaba que iba a ser periodista y amigo, pero lo leía con gozo y con ojos de alumno aplicado en 1980, en sus columnas de la sección Deportes de un diario que hoy yace en el cementerio de papel: el ‘Diario de Marka’ de Guillermo Thorndike. Nunca olvidaré uno de sus grandes textos sobre la segunda pelea entre ‘Sugar’ Ray Leonard y ‘Mano de Piedra’ Durán, donde su prosa parecía ganchos al cerebro de los lectores.

Siempre pensé que Jáuregui representó esa explosiva mezcla de barrio y grandes lecturas en el cerebro de un pata de esquina, con mucha calle. Surquillo, el centro de Lima, La Victoria. Lo conocí gracias a otro bravo, Oscar Malca, editor que convocó a inmensos croniqueros como Enrique Sánchez Hernani y el propio Jáuregui.

Este Búho, chiquillo también, estaba en ese suplemento de viernes. Allí no solo me ‘jugaban’ libros, sino los casetes de musica salsa de Eloy y Sánchez, y de rock de Malca, y aprendí mil veces más que en las clases de la universidad. En la redacción y en los bares escuchando las anécdotas de Jáuregui, el ‘Chino’ Domínguez, Pimentel, Tulio Mora, Miguelito Burga, Obregón.

Noches de bohemia en locales como La Máquina del Sabor de La Herradura o Venezuela, ‘Las Pancitas’, ‘Las Rejas’. Los suplementos de La República y El Nacional serían la antesala de aquella redacción de genios, locos y poetas en que se convertiría el periódico Página Libre.

Bellas musas, escritores como Jorge Pimentel, jefe de Culturales, y un dramaturgo como Rafael Dumet de jefe de Policiales. Eloy y el recordado ‘Cholito’ Efraín Trelles eran los líderes de esa pléyade que caía de madrugada en el ‘Superba’, donde como filósofos departían con los chibolos sus imperdibles enseñanzas. Fue en Página Libre (1990) donde hice amistad con Eloy. Los periodistas trabajábamos 24 horas: hasta las diez de la noche en el diario y después en nuestras ‘oficinas’ en los bares del ‘Superba’ de Petit Thouars, varios huariques de Lince o el Queirolo en Quilca.

Se están yendo los grandes

En su velorio sobresalía una corona de ‘sus amigos de la taberna Queirolo’. ¡Cuántas ‘reses’ se habrá tomado en ese local! Mas ‘reses’ que una estancia argentina. El poeta era la estrella de ese diario, pero el ‘gringo’ Guillermo me decía: ‘Si por casualidad no está Eloy, tú sales corriendo a su comisión’. La verdad, tenía temor de suplir al bravo, pero el mismo Jáuregui me daba ánimos y consejos que siempre aproveché.

Poco a poco se fueron el ‘Chino’, Tulio, Burguita, Verástegui. Se están yendo los grandes. Al maestro lo veía muy de vez en cuando, porque también se dedicaba a la docencia universitaria y andaba ‘enchufado’ en su computadora navegando por las redes sociales como un Quijote buscando a su Dulcinea.

Lo encontré una vez con un bebito en brazos. Maestro, ¿a su edad con un bebé?, lo interrogué. Pero no era su ‘conchito’, sino su libro. ‘Pa’ bravo yo: La historia de la salsa en el Peru’. Fue la última gran ‘bomba’ en el Queirolo. Ese libro es un clásico. Te sumergía con su gran prosa y, sobre todo, su erudición sobre el mambo, el son y la salsa, porque el escritor confiesa en su obertura: “Siempre sueño que canto con mi orquesta a la manera de Tito Rodríguez. Que en una mesa, él toma un trago y yo inspiro un guaguancó. Pero el Creador me mandó meterle mano a las teclas”.

Jáuregui sabía perfectamente de lo que hablaba. No fue coincidencia que el libro saliera justo cuando los viejos ídolos de ‘La Fania’ llegaban al estadio de San Marcos. Eloy vivió ese sentimiento de chibolo, lateadas por bares y salsódromos, o de adolescente, leyendo a los cubanos como el hilarante Cabrera Infante, Alejo Carpentier, el denso Lezama Lima, como lo sostiene un gran amigo y otro bravo de la salsa: Agustín Pérez Aldave.

Por el libro corre ‘Pedro Navaja’ apretando un puño dentro del gabán. El gran Ángel Canales brinda un alucinante concierto en las pampas de San Juan de Miraflores, a dos meses del autogolpe de Fujimori, el 5 de abril de 1992. Los ojos del cronista se transforman en pinceles para darle a las páginas formas de partituras de sones y guarachas, donde no falta un bolero de Olga Guillot. Nueva York, Cali, el Callao y Surquillo pasan ante nuestros ojos de manera mágica.

Leí el libro bailando en la sala de mi casa con mi hijita, tomando un ‘Cuba libre’ bien cargado y sin limón. Libros como los de Eloy hacen que uno nunca deje de leer, escuchar música brava, bailar y gozar. ‘Porque la vida es una tómbola tom-tom-tómbola. ¡Tómbola!’. Apago el televisor.

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