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El Búho viajero

El Búho recuerda su inolvidable aventura en el Callejón de Huaylas y sus paisajes de ensueño.
El majestuoso Nevado Pastoruri (Foto: Gustavo Castillo)

Este Búho siempre tiene su mochila lista. Soy un viajero de mil batallas. Hasta ahora tengo imágenes de un viaje que quedó grabado en mi corazón. El inmenso Parque Nacional Huascarán, en el Callejón de Huaylas, frente a mí. La calma de los lagos, la majestuosidad de los nevados, un cielo intensamente azul coronado por un halo solar emocionaron a este columnista acostumbrado a una vida gris y vertiginosa por el periodismo, bajo el cielo percudido de Lima. No me quejo porque es lo que escogí y me apasiona.

Desde mi ventana observé la Cordillera Blanca, esa muralla que cruza el continente y parte a la mitad nuestro país. Íbamos hacia el Pastoruri (5,240 msnm) sobre una carretera aparatosa, llena de baches, bordeada por puyas de Raimondi e ichu. El muchacho que nos guía hablaba de esta ruta como la ruta del calentamiento global. Dice que allá, donde la montaña ahora es roca y tierra, antes había hielo. Ahora, donde hay una pampa ondulante, antes había una laguna. En esos surcos antes corría el agua, agua donde antes había truchas.

Cree que los hijos de nuestros hijos, cuando hagan estas mismas rutas en unos años, ni siquiera alcanzarán a ver las bellas cochas que vamos dejando atrás, en donde habitan patos salvajes y de donde beben algunos ganados. El bus nos dejó a una hora del nevado. Había un viento frío, pero el sol calentaba. Antes de empezar el sendero, unas mamitas ofrecían matecito de muña o coca. Caldito de cabeza de cordero, cebiche de chocho o choclito con queso. El turismo no solo beneficia a las grandes agencias, sino a los actores que orbitan alrededor, niños que jalan caballos, señoras que tejen u hombres que esculpen artesanías. Hasta aquí llegan turistas de todas partes del mundo, sobre todo montañistas que se internan en los nevados durante semanas para poder alcanzar las cimas más altas de la cordillera.

Mientras avanzábamos hacia el Pastoruri por un caminito empedrado, quien me acompaña pregunta si respirar este aire puro nos devuelve algo de la vida perdida en la gran ciudad. Si estos paisajes que parecen pintados nos rejuvenecen o purifican el alma. Si acaso este cansancio placentero servirá para reiniciar nuestra mente abrumada de tanta basura política del Congreso.

Hay una respuesta a sus preguntas y lo canta el trovador uruguayo Jorge Drexler: ‘Somos una especie en viaje/ No tenemos pertenencias, sino equipaje/ Vamos con el polen en el viento/ Estamos vivos porque estamos en movimiento’. El viento frío golpeaba el rostro y llegaba a los pulmones como navaja. Después de una hora intensa, ante nuestros ojos se presentaba el nevado Pastoruri, famoso por ser tomado como ejemplo para medir las consecuencias del cambio climático. Cada vez está más pequeño, dicen los que vuelven después de algunos años. Se va desvaneciendo a una velocidad que horroriza a los ambientalistas.

Si actuamos ahora, promoviendo conductas responsables desde los más pequeños hasta los más grandes, quizá podamos conservarlo un poco más, aunque a estas alturas ya parezca una tarea inútil. Los pronósticos pesimistas afirman que para el año 2060 el planeta habrá subido 4 grados de temperatura, lo que significa inundaciones, pérdidas de glaciares, olas de calor, escasez de agua y más. Conocer esta maravilla geográfica debería considerarse una obligación ciudadana. Son desde estos nevados que nacen nuestros ríos más importantes, los que dan vida a todo el país.

Los recorridos hacia el Pastoruri salen de Huaraz, una ciudad tan golpeada por la corrupción, pero que, gracias a la calidez y calidad de su gente, se ha posicionado como uno de los destinos turísticos más importantes del Perú. El visitante, además de recorrer su impresionante geografía, puede hacer rutas gastronómicas para probar el pancito serrano, el jamón local, el queso paria, el chicharrón de chancho, el tradicional manjar blanco, la cerveza artesanal o la raspadilla con hielo del Huascarán. Va mi saludo y afecto a todas esas personas del sector turismo que no tienen feriados ni fines de semana libres, porque su labor es hacer que el viajero viva una experiencia que recordará toda su vida. Apago el televisor.

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