Julio Simeón, 'Chapulin, el dulce'
Julio Simeón, 'Chapulin, el dulce'

Este Búho leyó la entrevista a, en la página web de Trome, donde rememora sus sabrosas anécdotas de sus 42 años de vida artística. Los Shapis tuvieron su época dorada en los años ochenta. Fueron el primer grupo de cumbia que llenó el estadio de Alianza Lima en 1984, en aquel mítico duelo con la orquesta de Aníbal López: ‘Chicha vs. salsa’.

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Fue un salomónico empate, aunque la mayoría del público eran provincianos hinchas del grupo de Huancayo. También protagonizarían su propia película, ‘Los Shapis en el mundo de los pobres’, con récord de taquilla. En esa cinta, el diminuto Chapulín se enamora de la escultural vedette del momento, Amparo Brambilla. Todo lo que tocaban se convertía en oro.

Era un nuevo género que, a base de una guitarra eléctrica rockera, mezclaba ritmos de cumbia, guaracha y huaino, dando lugar a lo que se denominó cumbia andina o simplemente chicha, con ‘hits’ clásicos como ‘Ambulante soy’ o ‘Chofercito carretero’.

Recuerdo que en 1988, con Sendero Luminoso realizando apagones, asesinatos selectivos y coches bomba, en pleno desastroso primer gobierno de Alan García, este columnista trabajaba en un suplemento llamado ‘Rojo y Blanco’, que hoy yace en el ‘cementerio de papel’, y recibí la llamada de un joven cineasta, Walter Trigo.

TROME - Chapulín habla de su característica vueltita
Chapulín habla de su característica vueltita. Video: Eric Castillo | Trome

“Búho, voy a filmar el primer videoclip chicha de la historia. Será con Los Shapis, deberías hacer una crónica”. El editor me bajó la bandera y en el ‘Shapimóvil’ enrumbamos a la locación de Cieneguilla donde se iba a filmar el clip de la clásica canción ‘Cervecita’. Fueron horas intensas de grabaciones, siempre con Chapulín en plan de estrella. Incluso actué de extra en el video.

Por la noche nos dirigimos a Huaral, donde los músicos tenían una presentación. Nunca olvidaré que la rompieron y sorprendieron al público pues, en plena época en que estaba de moda la salsa romántica, incluyeron trombones, piano y a un cantante de salsa para tocar canciones de Eddie Santiago, Frankie Ruiz e Hildemaro.

El Búho y los exponentes de la chicha

En 1991, en la revista ‘Éxito’, que dirigía mi amigo Juan Carlos Tafur, comencé a presentar al público emprendedor de Gamarra y demás emporios comerciales del país la manera como vivían en su intimidad ‘los reyes de la chicha’. El primero fue el gran Chacalón, quien nos recibió de una manera muy calurosa en un condominio cerrado frente al cementerio El Ángel. Ese día el ‘Faraón de la cumbia’ nos hizo ingresar a su templo, un altar con los dibujos de los mártires aliancistas del Fokker que se hundió en el mar de Ventanilla.

Cada personaje chichero salía en portada y cuatro páginas interiores. Víctor Carrasco, el ‘rey’ Vico, por primera vez hizo ingresar a un periodista a su residencia en la urbanización El Trébol de Los Olivos. “Mira, la situación está muy violenta y hay muchos secuestros”, me dijo premonitoriamente, pues hoy los malditos extorsionadores ‘aprietan’ a cantantes folclóricos, cumbiamberos y chicheros.

En el acogedor chalet de tres pisos, el ‘rey’ nos presentó a su madrecita, que preparó un delicioso arroz con pollo y papa a la huancaína. Su residencia tenía salones de juegos, con mesas de billar, y Vico por ese tiempo ya había filmado también su película ‘El rey’, que tuvo como protagonista a la guapa y pícara vedette Bélgica Rodas. ‘Vico, ¿hubo algo entre ustedes?’. El cantante solo se reía, “no me preguntes, que ella tiene novio y es un cómico bien bravo, ja, ja, ja”.

Esa época de los ochenta se produjeron dos fenómenos musicales totalmente contrapuestos: la música tropical andina, llamada chicha, y el apogeo del rock en español desde Chile con Los Prisioneros, México con El Tri, España con Alaska y Dinarama, Hombres G, Argentina con Charly García, Los Abuelos de la Nada o Soda Stereo. Y el rock nacional con Miki González, el rock subterráneo, Arena Hash, Río. Los grupos extranjeros llenaban el ‘Amauta’.

Pero paralelamente Lima en los ochenta recibía una nueva ola de migrantes, esta vez los llegados de las zonas de emergencia, de Ayacucho, Abancay, que huían de la insania terrorista. Aquí encontraban su identidad en los grupos de provincianos como ellos, que adaptaban a los huainos de su terruño instrumentos modernos del rock y la cumbia costeña, obteniendo un género musical que cantaba al ambulante, a la cerveza, los celos, al aguajal, hasta un himno a un niño sin hogar que murió electrocutado en la plaza San Martín, ‘Petiso’, que fue inmortalizado en una canción de Pintura Roja.

Muchos pensaban que la chicha sería un fenómeno pasajero, pero han pasado más de cuarenta años y como Los Shapis o Pascualillo, el ‘rey de la Carretera Central’, siguen más vigentes que nunca. Apago el televisor.

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