Pico TV

El primer matrimonio de Mario Vargas Llosa

El Búho de Trome nos cuenta los pormenores del matrimonio de Mario Vargas Llosa y su tía Julia Urquidi.

Este Búho asiste sorprendido al interés del público por la vida amorosa de nuestro premio Las nuevas generaciones leen con avidez la increíble historia del escritor que, cuando tenía 19 años y sorteando toda clase de vicisitudes, hizo realidad el sueño de casarse con

TE VA A INTERESAR: EL PERÚ VENCERÁ A LA VIOLENCIA

Para lograrlo tuvieron que realizar un viaje clandestino a Chincha y enfrentar la persecución del papá de Mario, un animal con terno y corbata, que amenazó de muerte al novio y a la ‘corruptora de menores’ Julia, porque en esa época la mayoría de edad se establecía a los veintiún años.

Las alucinantes circunstancias de ese enamoramiento las inmortalizó en su quinta novela, ‘La tía Julia y el escribidor’ (1977). Al ingresar a San Marcos, Mario decidió no vivir con sus padres, sino en Miraflores con sus abuelos, y frecuentaba casi diariamente la casa de su tío Lucho y su esposa boliviana Olga.

Justamente aquí recala la guapa hermana de su tía, la boliviana Julia Urquidi, recién divorciada, quien ‘sin pelos en la lengua’ sostiene que viene a Lima a conseguir otro esposo que tenga ‘una buena posición económica’.

La mujer se burla de ‘Marito’, al que conoció de niño, pero comienzan a salir al cine. De tanto encontrarse en la oscuridad de la platea, de largos paseos y conversaciones entre Barranco y Miraflores, surge el romance y la posterior ‘locura’ de contraer matrimonio a escondidas.

LA BÚSQUEDA DE VARGAS LLOSA

Pero ninguna municipalidad quería casarlos. Entonces Mario busca otros municipios más alejados como lo relata en su libro:

LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR

‘Comenzaba el recorrido muy temprano. Fui al principio a las municipalidades más raídas y alejadas del centro, la del Rímac, la del Porvenir, la de Vitarte, la de Chorrillos. Una y cincuenta veces (al principio ruborizándome, luego con desparpajo) expliqué el problema a alcaldes, teniente–alcaldes, síndicos, secretarios, porteros, portapliegos, y cada vez recibí negativas categóricas.

La piedra de toque era siempre la misma: mientras no obtuviera autorización notarial de mis padres, o fuera emancipado ante el juez, no podía casarme.

Luego intenté suerte en las alcaldías de los barrios céntricos, con exclusión de Miraflores y San Isidro (donde podía haber conocidos de la familia) con idéntico resultado. Los burócratas, luego de revisar los documentos, solían hacerme bromas que eran patadas en el estómago: ¿Pero cómo quieres casarte con tu mamá?, no seas tonto, muchacho, para qué te vas a casar, arrejúntate nomás’.

Ante las malas noticias, Pascual, su ayudante en el noticiero radial donde trabajaba, le dice que su primo es el alcalde de Chincha y los puede casar...Providencialmente, el taxista que los llevó a Tambo de Mora les dijo que el alcalde de Grocio Prado los podía casar, era un agricultor amigo.

‘Además se casarán en la tierra de la beata Melchorita’. ‘Llegamos a Grocio Prado a eso de las ocho (...) Vimos una vivienda más iluminada, con un gran chisporroteo de velas entre los carrizos, y Pascual, persignándose, nos dijo que era la ermita donde había vivido la beata. Nos saludó a la tía Julia y a mí con una reverencia fúnebre. Calculé que al ritmo que escribía le habría tomado más de una hora redactar el acta. Cuando terminó, sin moverse, dijo: Se necesitan dos testigos.

Se adelantaron Javier y Pascual, pero solo este último fue aceptado por el alcalde, pues Javier era menor de edad. Salí a hablar con el chofer, que permanecía en el taxi; aceptó ser nuestro testigo por cien soles. Era un zambo delgado, con un diente de oro; fumaba todo el tiempo y en el viaje de venida había estado mudo.

En el momento que el alcalde le indicó donde debía firmar, movió la cabeza con pesadumbre: Qué calamidad -dijo, como arrepintiéndose–. ¿Dónde se ha visto una boda sin una miserable botella para brindar por los novios? Yo no puedo apadrinar una cosa así. Nos echó una mirada compasiva y añadió desde la puerta: Espérenme un segundo. Cruzándose de brazos, el alcalde cerró los ojos y pareció que se echaba a dormir.

La tía Julia, Pascual, Javier y yo nos miramos sin saber qué hacer. Por fin, me dispuse a buscar otro testigo en la calle. No es necesario, va a volver –me atajó Pascual–. Además, lo que ha dicho es muy cierto. Debimos pensar en el brindis. Ese zambo nos ha dado una lección... Después nos alcanzó un certificado y nos dijo que estábamos casados. Nos besamos y luego nos abrazaron los testigos y el alcalde. El chofer descorchó a mordiscos las botellas de vino. No habían vasos, así que bebimos a pico de botella’. Un matrimonio de novela. Apago el televisor.

MÁS INFORMACIÓN:

Tags Relacionados:

Contenido Sugerido

Contenido GEC

Te puede interesar:

El Búho y sus series de narcos

Policía asesino y las cintas de Ted Bundy

El Búho y los Perú-Argentina

‘Picotitos’ de El Búho

Más en Pico TV

El Búho y sus series de narcos

Policía asesino y las cintas de Ted Bundy

El Búho y los Perú-Argentina

‘Picotitos’ de El Búho

La película de Pedro Páramo

El psicópata que impactó al Búho