Este Búho leyó en el suplemento cultural español ‘Babelia’ una reveladora lista: ‘Los ventiún libros de siglo XXI’. La selección de las mejores obras del nuevo milenio que abarca a escritores de nacionalidades de los cinco continentes. Por eso resultó todo un galardón para los novelistas latinoamericanos que el chileno Roberto Bolaño ocupara el primer lugar, con su monumental ‘2666′.
Recuerdo las circunstancias en que leí por primera vez a Bolaño, fue su hipnótica y adictiva novela ‘Los detectives salvajes’. El libro literalmente lo destrocé de humedad y arena aquel verano del 2002. Me achicharraba en una playa de Tumbes, pero no me metía al mar por seguir leyendo esas alucinantes aventuras de los poetas infrarrealistas mexicanos de fines de los 70. Publicada en 1998, le cambió la vida a Roberto. Después del golpe de Augusto Pinochet en 1973, se fue a vivir a México, donde fundó ese grupo de delirantes poetas, admiradores de los vates peruanos de ‘Hora Zero’.
En 1977 emigró a España donde vivía su madre. Se estableció en un pueblito de la Costa Brava, Blanes, a 70 kilómetros de Barcelona. Se casó con la catalana Carolina López, que trabajaba en los servicios sociales. Escribía de noche, trabajaba en cualquier oficio para mantener y apoyar al gasto familiar, comprar libros y pagarse un café. Fue lavador de platos, guardián de un camping de verano. Participaba en cuanto concurso de cuentos había solo con la intención de ganar un premio en efectivo.
Cuando la editorial Anagrama publica ‘Los detectives salvajes’ (1998) gana el premio ‘Herralde’ y al año siguiente el ‘Rómulo Gallegos’. Por fin pudo dedicarse a escribir a tiempo completo, pero no modificó su austero ritmo de vida. Salvo los viajes, las invitaciones y conferencias por el mundo, paraba encerrado escribiendo mañana, tarde y noche en un departamento que no tenía calefacción. Tenía un motivo de vida o muerte. Los doctores le habían diagnosticado un mal hepático tan grave que necesitaba un trasplante de higado. Tenía un hijo llamado Lautaro y una hijita de dos años, Alexandra. Además de su esposa, Carolina López, también tenía una amante catalana, bella y culta, la profesora Cármen Pérez de Vega, a la que conoció en un vagón de tren, con la que mantuvo una relación intensa de seis años y quien lo llevó al hospital de Barcelona la madrugada del 1 de julio del 2003 con intensos dolores.
Roberto Bolaño quería asegurar el futuro de su familia
Bolaño vivía con el temor de morir y dejar en el desamparo a su esposa y a sus dos niños. Por eso un día antes se había reunido con Jorge Herralde para negociar un contrato de libros futuros. Sacó cinco libros más: ‘Amuleto’, ‘Nocturno de Chile’, ‘Amberes’, ‘Una novelita lumpen’ y el libro de cuentos ‘Putas asesinas’, y le propuso escribir una obra monumental a la que tituló ‘2666′, que algunos llaman su ‘testamento’, pues salió publicada en el 2004, un año después de fallecer, que es una radiografía de los detritus de la ciudad más peligrosa del mundo: Ciudad Juárez, México. Bolaño escribió más de dos mil hojas de ‘2666′ para que la publiquen por tomos, uno cada año, y así asegurar la educación de su hija de dos añitos. Cuando murió, el 15 de junio de ese año, ya no vivía con su esposa, sino con la amante. Jorge Herralde, su editor de Anagrama, convenció a su esposa para que la obra se publique en un solo libro, ya que por tomos iba a perder el efecto telúrico de leerla de un tirón.
Quienes pensaron que ‘2666′ era el testamento definitivo, se equivocaron. La viuda, al beneficiarse con los derechos absolutos de toda su obra, actuó de manera vengativa contra el editor Herralde, quien publicó todos sus libros desde que era un ilustre desconocido. Le quitó todo el catálogo de las obras al acusarlo de ‘alcahuetearlo’ en su romance con Pérez de Vega y firmó contrato con su rival, la editorial Alfaguara, y seguiría publicando libros inéditos con Random House y la reedición de ‘Los detectives salvajes’, que fue un boom de ventas en Norteamérica.
También atacó a Carmen, de quien dijo ‘nunca fue nada de su marido, una difamadora familiar’. Tachó de ‘traidores’ a los amigos escritores, poetas, editores de Bolaño y les prohibió hablar de él. Después de guardar años de respetuoso silencio ‘por la memoria de Roberto’, la última pareja del chileno concedió una entrevista a la periodista argentina Mónica Maristain para su excelente libro sobre Bolaño, ‘El hijo del hombre playa’, a partir de un collage de recuerdos de sus años de locura juvenil en Mexico hasta su consagración en España. Allí la catalana culmina con una sentencia: ‘Los únicos herederos de Roberto son sus lectores’.
En la entrevista que la escritora argentina entabló con la mujer que hizo felices los últimos seis años de la vida del escritor, hay detalles poco conocidos de los últimos momentos del novelista al ingresar al hospital de donde nunca saldría vivo: ‘Cuando al tiempo de llegar es que los médicos deciden pasarlo la sala UCI, donde no había camas y donde él no quería ir. Estaba bien en Emergencia, donde una doctora, cuyo nombre no recuerdo y quién sabe si la reconocería ahora al verla, nos trató maravillosamente. Lo cuidó, me cuidó. Esa noche, Roberto le preguntó: “Doctora, yo no saldré de este hospital, ¿verdad?”. Y ella le respondió: “No, no, vamos a hacer que usted salga, por supuesto, Roberto, usted saldrá de este hospital”. La verdad es que no salió y hasta ahora continúan las batallas legales entre la esposa y la amante. Apago el televisor.