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La ciudad y los perros

El Búho cuenta el paso de Mario Vargas Llosa por el Colegio Militar Leoncio Prado.

Este Búho se sorprendió cuando en la ceremonia de incorporación de nuestro Premio Nobel a la Academia Francesa, el escritor, diplomático y periodista Daniel Rondeau mostró al auditorio un banderín del Colegio Militar Leoncio Prado. ‘El banderín está aquí. Sepa, querido Mario, que esta reliquia jamás ha dejado mi despacho desde que lo compré en Lima’, afirmó entre las risas de los invitados y del novelista peruano. Este columnista recuerda que quedó impactado con su primera lectura de ‘La ciudad y los perros’ (1962) cuando tenía doce años. En ella, Vargas Llosa cuenta la historia brutal y apasionante de los escolares internos del Leoncio Prado.

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‘Los perros’ eran los cadetes nuevos de tercer año y Mario fue uno de ellos. Quedó profundamente marcado en sus dos años como alumno del tercer y cuarto año de media, en ese colegio donde lo puso su padre para quitarle las ganas de dedicarse a la literatura y ‘para que se haga hombre y no mariquita’. ‘Por el contrario, entre 1950 y 1951, encerrado entre esas rejas corroídas por la humedad de La Perla, en el Callao, en esos días y noches grises, de tristísima neblina, leí y escribí como no lo había hecho nunca antes y empecé a ser (aunque entonces no lo supiera) un escritor’, recordó muchos años después en su libro de memorias ‘El pez en el agua’.

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Como el abusivo ‘Jaguar’, el débil ‘Esclavo’, su alter ego ‘Alberto, el poeta’, el ‘cholo’ Cava o la ‘Pies Dorados’. El novelista definió así a su colegio militar: ‘El Leoncio Prado era un microcosmos del Perú, porque ahí tú tenías alumnos de todas las procedencias sociales y étnicas. Era muy interesante esa mezcla porque generaba mucha violencia. Me acuerdo clarito del primer día en el colegio, porque fue el ‘bautizo’. Llegabas, te ponían en la sección, te daban los uniformes, te cambiabas, había un discurso, me parece, y al mediodía después de la formación los oficiales se retiraban.

Entonces quedabas en manos de los alumnos de cuarto que caían como una nube de langostas sobre nosotros que ya sabíamos que el bautizo era una experiencia horrible, muy brutal. Pero yo creo que todo eso no solo me dio los materiales para escribir ‘La ciudad y los perros’, sino que también me mostró un mundo distinto, un mundo que yo incluso desconocía en los tres años anteriores con mi padre. La brutalidad, el salvajismo, los resentimientos, los complejos, los odios... Y era como un compendio del mosaico social del Perú... Tenías a los ‘blanquitos’ que formaban o formábamos un grupo relativamente pequeño; era un grupo que venía de Miraflores, de San Isidro, generalmente chicos muy fastidiosos, muy díscolos, muy rebeldes, a los que sus padres mandaban al colegio para que los militares los ‘domesticaran’. Luego había un sector muy amplio de clase media donde había muchos muchachos que querían seguir carreras militares. Pero también venían chicos de provincias que habían conseguido becas.

Eran muchachos de familias campesinas que venían de pueblitos o de los barrios más pobres de Lima. Era muy interesante esa mezcla porque generaba mucha violencia. Cada uno llevaba allí sus prejuicios, y sus odios y sus resentimientos, y todo eso se presentaba como aprisionado dentro de una estructura militar. Pero contrariamente a lo que creía mi padre, en el Leoncio Prado yo no dejé de leer. Al contrario, leí muchísimo. Además, empecé a escribir, y casi de una manera profesional, cartas de amor a las enamoradas de mis compañeros y novelitas pornográficas. Digamos que para mantener la vocación había que vestirla de una manera que encajara dentro del machismo del contexto en el que estaba. Para no parecer un maricón que escribe poemas, escribía esas cartas de amor y novelitas pornográficas. Tenía un compañero que me decía que ‘yo no sabía venderme’ y que era él quien negociaba el valor de mis cartas. Así que puedo decir que mi primer agente literario fue un cadete del Leoncio Prado. Por supuesto que el encierro me hizo sufrir muchísimo. Pero leía novelas de aventuras: Salgari, Julio Verne, ‘Los tres mosqueteros’ de Alejandro Dumas.

Recuerdo que leí también ‘Los miserables’ de Víctor Hugo. La leí con gran pasión. Leía mucho cuando nos quedábamos castigados los sábados y domingos’. Una de las grandes interrogantes en ‘La ciudad y los perros’, desde que fue publicada, es si el ‘Jaguar’ mató al ‘Esclavo’ durante una práctica de tiro de campaña. A Vargas Llosa le volvieron a hacer la pregunta hace unos años y contestó así: ‘Yo fui a México a ver a un gran crítico francés, que dirigía la comisión de literatura de la editorial Gallimard. Él había leído mi novela y yo fui a verlo en su oficina de la Unesco. Me dijo que le gustó mucho el personaje del ‘Jaguar’ porque se atribuye un crimen que no cometió para reconquistar su autoridad sobre sus compañeros. Yo le dije: El ‘Jaguar’ sí cometió ese crimen’. Entonces, me miró y me dijo: ‘Usted se equivoca. Usted no entiende su novela. Para el ‘Jaguar’, perder el liderazgo era una tragedia infinitamente superior a la de ser considerado un criminal’. (Su versión) me convenció, aunque cuando escribí la novela, yo pensé que sí lo había matado’. Y remató con una frase genial: ‘Creo que es un gran error preguntarle a un autor cómo es esto o lo otro’. Es decir, para nuestro Nobel, vale más la verdad del lector que la verdad del escritor. Es lo maravilloso de la literatura. Apago el televisor.}

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