Este Búho acaba de ver la película ‘Gotti’, estrenada en junio de este año, una biopic del último gran capo de la mafia neoyorquina, John Gotti, protagonizada por el notable John Travolta. Pese a ello, ni la presencia de John pudo aplacar los cuestionamientos a la cinta, de la que comentaron que una vida tan ‘cinematográfica’ como la de Gotti se perdía en un collage de retazos ‘a la deriva y sin sentido’. Incluso se leyeron críticas disfrazadas en memorables citas de películas como ‘El padrino’, como: ‘Travolta aceptó una oferta que debió rechazar’ o la que escribió el crítico del ‘New York Post’, Johnny Oleksinski: ‘Preferiría despertarme con una cabeza de caballo cortada en la cama que ver Gotti otra vez’.
Pero la polémica desatada por el filme nos obliga a echar una mirada a la historia de este ultimo ‘Don’ norteamericano, que murió en prisión de un cáncer de garganta a los 61 años, en el 2002, mientras cumplía cadena perpetua. Nació en un hogar humilde del Bronx y fue el quinto hijo de once hermanos de un matrimonio de inmigrantes napolitanos. En ese barrio de broncas y delincuencia, Johnny se inclinó por lo ilegal y a los dieciséis abandonó los estudios para enrolarse en una pandilla que robaba carros. Varias veces ingresó a prisión, pero salía rápido, hasta que en el año 1966 entró a trabajar para un jefe de la familia del capo de capos, Carlo Gambino. Allí le vino la prosperidad, ya tenía cuatro hijos y se mudó a un bonito departamento en Queens. Al matar al asesino de un sobrino de Carlo Gambino, se ganó el respeto de este, quien frecuentemente recibía las visitas de Gotti.
Pero Paul Castellano, brazo derecho de Gambino, lo miraba con desprecio. ‘Lo veía como un hampón, un asesino’. Castellano proponía que la ‘Cosa Nostra’ debía legalizarse, entrar en los negocios legales, frecuentar buenos restaurantes y círculos sociales. Paul nunca había sido un matón callejero, parecía un gerente. En 1975, Gotti cae preso y ahora sí es condenado a cuatro años. Cuando sale de la cárcel ya Gambino había muerto y el nuevo capo de capos era Castellano. En 1980, la desgracia tocó las puertas de la familia Gotti. Frank, su hijito menor de doce años, falleció atropellado de manera accidental por un vecino, llamado John Favara, cuando montaba bicicleta. El pobre hombre se apersonó al velorio para pedir disculpas y confirmar que el muchacho se cruzó en su camino, pero Bárbara, la esposa del capo, histérica de dolor, lo atacó con un bate de béisbol y lo llamó ¡asesino¡
A los pocos días le robaron el auto, que apareció luego pintado con la palabra ‘asesino’. Favara pensaba mudarse a otra ciudad, pero no tuvo tiempo. Cinco meses después del accidente fue secuestrado por cinco matones y nunca más apareció. Después de la muerte de Gotti se desclasificaron documentos y se supo que un sicario de Gotti, que cumplía condena por varios homicidios, le reveló a un confidente que por orden de su jefe mató de siete disparos a Favara y desapareció el cuerpo en ácido. Pero el crimen que cometió y sacudió a la nación fue el asesinato de su jefe, el capo de capos Paul Castellano. Lo mataron a la salida de un restaurante junto a su guardaespaldas, ante decenas de testigos. Era el año 1985 y ya no se estilaba perpetrar ese tipo de homicidios en una mafia ya ‘modernizada’. El mismo Gotti y su feroz lugarteniente estuvieron frente al restaurante para ver cómo era abatido su jefe. Con Castellano muerto, Gotti asumió el control absoluto de las extorsiones, robos y tráfico de narcóticos de la mafia neoyorquina. Quienes pusieron reparos a su ‘elección’ fueron a la postre asesinados por orden de John, que mandó ejecutar a Salvatore ‘Sammy el Toro’. El instinto homicida de Gotti afloró cuando empezó a liquidar a sus lugartenientes, acusándolos de ‘acumular poder’.
Pese a todo, parecía inmune a la justicia y ganaba los juicios por homicidios. No había testigos. Pero la ocasión llegó. El FBI descubrió el bar donde se reunían John y sus secuaces y que a determinada hora subían a una casa del piso de arriba. Allí vivía una viejita viuda de un antiguo miembro de la organización. Decidieron plantar micrófonos para grabar las conversaciones. Escucharon cómo planeaban crímenes, extorsiones y envíos de droga. El 11 de noviembre de 1990, trece detectives detuvieron a Gotti y su banda. Nadie quería hablar. Hasta que ‘Sammy el Toro’, su lugarteniente y sicario, escuchó conversaciones de Gotti, donde proponía matarlo por ambicioso. ‘El Toro’ se convirtió en canario y cantó con pelos y señales todos los 19 asesinatos que cometió por orden de Gotti. Por su delación, le concedieron una pena benigna, cinco años de prisión. Hoy vive escondido en algún lugar de Estados Unidos. La mafia neoyorquina ofrecía un millón de dólares por su cabeza. Fin de la película. Apago el televisor.