
Este Búho estuvo por el centro de Lima el feriado por el Día del Trabajo y recordé con nostalgia mis incursiones al pasaje 18 de Polvos Azules. Allí, un amante del séptimo arte era feliz como niño en dulcería. En esos callejones pasé buenos momentos de mi vida, conversando con amigos y descubriendo ‘joyitas’ que me ‘volaban’ la cabeza. Ese lugar ya no existe, en cambio ahora está lleno de zapatillas, pero traje a la memoria aquellos días luego de desempolvar un clásico: ‘El hombre que mató a Liberty Valance’.
Aún recuerdo cuando el dueño de uno de esos puestos me lo recomendó: ‘Búho, este western es un hito del cine. Llévatelo. Te va a gustar’. Consciente de sus amplios conocimientos en esta liga, cogí el DVD y lo guardé. No exageró mi viejo amigo. La película dirigida por John Ford, que se estrenó en 1962, era y sigue siendo una obra monumental en su género.
El filme está ambientado en Shinbone, un pueblo al oeste norteamericano, en donde la única ley que rige es la del revólver, abunda más el licor que el agua y lo único que sobrevive es el cactus bajo el sol abrasador. Hasta allí llega el senador Ramson Stoddard (James Stewart) para despedir a Tom Doniphom (John Wayne), un granjero y viejo pistolero que acaba de morir.
Acosado por los reporteros del ‘Shinbone Star’, quienes no entienden por qué un importante político del país asiste al velorio de un pueblerino, Stoddard viaja al pasado para recordar los viejos lazos que lo unía con Doniphom. Rebobina: Stoddard era un joven abogado cuando se mudó hasta Shinbone para ejercer su profesión. En el camino, su carruaje es asaltado por el bandido más famoso del oeste, el despiadado criminal Liberty Valance (Lee Marvin), quien le propina una paliza que lo deja al borde de la muerte. Este es el punto de partida para comenzar a entender la película de Ford, que por un lado pone al hombre de sociedad que cree en las leyes y el orden y, por el otro, al salvaje pueblo de vaqueros que soluciona sus problemas a punta de balas y en donde el honor se gana con sangre.

Siendo un profesional recién llegado de la ciudad, Stoddard se establece en el pueblo, en donde educa a los analfabetos, ayuda en las labores de un restaurante y aconseja a los habitantes a actuar bajo las leyes del Estado. Mientras tanto, Doniphom, al otro lado de la balanza, cree que la única autoridad que gobierna ese territorio es la de las balas y es como mantiene a raya al salvaje Liberty Valance. Por eso, cuando Stoddard le confiesa que quiere enjuiciar al criminal por la brutal golpiza, le da un consejo: Aquí cada hombre arregla sus propios problemas’.
Las apariciones del despiadado ‘Liberty Valance son intermitentes al inicio y solo para humillar al forastero. Sin embargo, muy pronto, cansado de las intromisiones del joven abogado, quien asesora legalmente al pueblo sobre sus derechos a unas tierras que desean los grandes ganaderos, Liberty Balance le hace una advertencia: O se va o lo mata.
El enfrentamiento a tiros, a mitad de la noche, en la puerta del clásico bar del oeste, es el fulgor máximo de la cinta. Para los entendidos, ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ inaugura el subgénero ‘western crepuscular’, en el que los clásicos hombres varoniles, que recorren paisajes agrestes a caballo, que se enfrentan a tiros con indios, pasan a un segundo plano. Mas bien, se muestra una sociedad en donde la democracia, la justicia y la ley ganan terreno.
Lejos de los característicos silencios, en la película los diálogos son extensos. Épicas son las palabras del periodista, editor, director del ‘Shinbone Star’, Dutton Peabody (Edmond O’Brien), cuando es propuesto para ser representante del pueblo en la disputa por los terrenos, a lo que él se niega diciendo: ‘Yo, yo soy su conciencia, soy la vocecita que resuena en la noche, soy su perro guardián que espanta a los lobos, yo… ¡soy su confesor!’.
‘El hombre que mató a Liberty Valance’ es una obra mayor de John Ford. Cierra un ciclo en el cine norteamericano y da inicio a otro, al que muestra una Norteamérica moderna, progresista, civilizada. No en vano cuando al mítico Orson Wells le pidieron que enliste a sus tres cineastas favoritos, no dudó en responder: ‘John Ford, John Ford y John Ford’. Hoy la película se puede hallar en la internet, con el riesgo de descargar algunos virus de yapa. Apago el televisor.








