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El Búho recuerda a José María Arguedas

En el año del Bicentenario, el Búho reflexionó sobre el discurso que el recordado José María Arguedas brindó al recibir el premio ‘Inca Garcilaso de la Vega’
José María Arguedas.

Este Búho observa los violentos conflictos sociales protagonizados por los trabajadores del agro por mejores condiciones salariales, de trabajo, y se pregunta qué hubiera pensado y escrito el gran a propósito de esta situación en pleno año del Bicentenario.

Tal vez el antropólogo se habría mudado a alguna zona de Ica o Zaña en el norte para estudiar el fenómeno de los agricultores de los fundos agroexportadores, miles de ellos llegados de las comunidades campesinas de las sierras altas de Ayacucho, Huancavelica o la sierra de la Libertad y quienes dejaron sus comunidades, sus parcelas, para vender su fuerza de trabajo por un precario jornal.

Arguedas (Andahuaylas 1911-Lima 1969) habría comprendido la situación en un país profundamente dividido que no resuelve hasta hoy sus diferencias. El escritor fue incomprendido hasta por las élites.

Perdió a su madre cuando solo tenía tres años y ese lamentable suceso marcaría su vida para siempre. Su padre era un abogado itinerante, que lo llevaba por la sierra mientras litigaba, pero se casó con una terrateniente y lo dejó al cuidado de esta en su hacienda.

Pasaba todo el tiempo con la servidumbre indígena, porque la madrastra prefería a sus hijos mayores. Siempre recordaba que uno de los hermanastros era el típico gamonal, déspota y abusivo con los indígenas. Era el amo del pueblo, de los que no existen ahora, sino en muy pocos lugares del país (…).

“Y a mí me trataba muy mal…”, recordaba. “Yo fui un verdadero protegido de los indios, como estaba tan maltratado como ellos, a pesar de que era hijo de un señor (…). Yo tendría entre cinco y nueve años. Dormía en la cocina, sobre una batea muy grande que servía para amasar pan, sobre unos pellejos”.

Esas experiencias le hicieron adquirir la visión indígena del mundo, que lo marcaron a fuego y sirvieron para que escribiera ‘Agua’ (1935), ‘Yawar Fiesta’ (1941), ‘Los ríos profundos’ (1958), ‘El sexto’ (1961), ‘Todas las sangres’ (1964) y su novela póstuma ‘El zorro de arriba y el zorro de abajo’, ambientada en Chimbote durante el ‘boom’ de la pesca y la harina de pescado, el sindicalismo, las mafias, la compulsiva migración indígena.

Y junto a la historia sus desgarradores ‘Diarios’ donde cuenta detalles de sus intentos de suicidio y sus angustias. José María consideraba que el Perú era el país ‘de todas las sangres’. En su memorable discurso después de recibir el premio ‘Inca Garcilaso de la Vega’ en 1968, al que tituló ‘No soy un aculturado’, reflexionaba con profundo amor sobre el país. Palabras que los peruanos deberíamos tener muy en cuenta a la hora de los ‘festejos’ por los 200 años de nuestra controvertida independencia.

‘Hay que considerar siempre el Perú como una fuente infinita para la creación. Perfeccionar los medios de entender este país infinito mediante el conocimiento de todo cuanto se descubre en otros mundos. No, no hay país más diverso, más múltiple en variedad terrena y humana; todos los grados de calor y color, de amor y odio, de urdimbres y sutilezas, de símbolos, utilizados e inspiradores.

No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacámac y Pachacútec, Guamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a cuatro mil metros; patos que habitan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el sol para beberle su fuego y llamear sobre las flores del mundo. Imitar desde aquí a alguien resulta algo escandaloso.

En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo. Ojalá no haya habido mucho de soberbia en lo que he tenido que hablar; les agradezco y les ruego dispensarme’.

En este nuevo año, el del Bicentenario, debemos tener muy presentes la poesía, el amor que nuestro escritor insigne le ponía a sus palabras cuando hablaba del Perú, su gente, su historia y sobre todo nuestro futuro. Apago el televisor.


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