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La vida exagerada de Alfredo Bryce Echenique: una mirada de El Búho al escritor peruano

“Hay una frase que se le atribuye: ‘Soy considerado el más borracho de los escritores latinoamericanos’. Pero no solo de trago vive el novelista. Bebió de las fuentes de su admirado Ernest Hemingway y otros dos bravazos: Celine y Scott Fitzgerald”.

Este Búho no se sorprende que la película Este columnista va a dejar a los críticos comentar el filme. Más bien me voy a concentrar en recapitular la ‘exagerada vida’ de Alfredo Bryce, pues muchos de los muchachitos que ingresaban a la sala no conocen las sabrosas anécdotas que brotan de sus carcajadas cachacientas.

Definitivamente la novela que lo catapultó a la fama fue ‘’ (1970). Pero no se confundan, Bryce ya despuntaba como un gran cuentista. En 1968 deslumbró con su libro de cuentos ‘Huerto cerrado’. Allí ya bosqueja el universo bryceano. El muchacho de clase alta, idealista, tierno, algo solitario, con una figura paterna que lo aprisiona. De aquel libro me quedo con el notable cuento ‘Con Jimmy en Paracas’ y ‘El hombre, el cinema y el tranvía’.

Alfredo nació en Lima en 1939. Nieto del gerente del banco más importante del país y su padre, Alfredo Bryce Arróspide, también gerente del mismo; y de Elena Echenique Basombrío, nieta de un presidente del país acusado de malos manejos: José Rufino Echenique.

Los lectores de Bryce aman sus novelas y cuentos como él los ama a ellos, a su figura de viejo con lentecitos y siempre alegrón porque ha bebido sus buenos tragos. Sobre este tópico, él mismo es consciente de qué pie cojea: ‘Prefiero ser un borracho conocido que un alcohólico anónimo’, se jacta y la remata: ‘Desconfío de los hombres que no beben ni una gota de alcohol, pero todavía más de aquellos abstemios que les encanta meterse en reuniones de bebedores’.

Hay una frase que se le atribuye: ‘Soy considerado el más borracho de los escritores latinoamericanos’. Pero no solo de trago vive el novelista. Bebió de las fuentes de su admirado Ernest Hemingway y otros dos bravazos: Celine y Scott Fitzgerald.

El premio Nobel de Literatura quedó rendido con la primera novela de Bryce. ‘Es la inteligencia de su factura, la mezcla de sutil ironía, humor, ternura y la visión aguda de lo real, que componen su materia, por lo que el libro de Bryce es uno de los mejores que haya escrito un autor en América Latina’.

LAS HISTORIAS DE ‘UN MUNDO PARA JULIUS’ Y ALFREDO BRYCE

Julius era un hijo de la aristocracia limeña ya en agonía en las primeras décadas del siglo pasado. Bryce también era hijo de esa rancia aristocracia. Las fastuosas casonas como las de Julius iban a dar paso, con el tiempo, a modernos edificios. Solo el añejo hotel Country Club se resiste a desaparecer con el paso de las décadas y allí podemos encontrar en un rincón a Alfredo como un fantasma con un trago y sus recuerdos si quien le aborda le cae en gracia. ¿Por qué Alfredo prefirió ir a estudiar a la Casona de San Marcos y no a la Católica o al extranjero? Se mata de risa cuando reconoce que en la Decana se volvió a reencontrar con los paisanos que en su niñez eran mayordomos y nanas, pero en el papel de estudiantes sanmarquinos.

Alfredo llegaba a la Casona con un impecable terno casimir inglés y conduciendo un espectacular auto Peugeot convertible. Pero confesó que su mejor amigo no era un estudiante de su círculo. Era un estudiante con dejo andino de Abancaycito, ¡Tulio Loza!, el futuro gran cómico nacional.

En una conferencia, ante un auditorio atiborrado, confesó que Tulio era su mejor amigo. “Paraba con Tulio porque conocía a las chicas más bellas de la universidad, pero sobre todo a las de afuera”.

Consultado, Loza dio más sabrosos detalles, fiel a su estilo. “Alfredo era mi compañero de carpeta. Era brillante, pero tenía un gran problema, su extrema timidez. En el salón mis compañeros me pedían que lo vacilara porque le tenían envidia por su carrazo y sus ternos. Preferí ser su amigo. Una vez me dijo que estaba enamorado de una chica bien fachosa, coqueta, de vestido apretado, que pasaba todos los días a las ocho por la puerta de la Casona para ir a trabajar a una oficina. ‘Ayúdame, Tulio, háblale’. ‘Alfredo -le dije-, esa chica es un chancay al lado de tu enamorada’. Pero estaba loco. ‘Bueno, me vas a buscar en tu carrazo y lo estacionas en la puerta de la universidad’. Cuando pasó la chica, le dije: ‘No te hablo por mí, te hablo por mi amigo, que es brillante, es el dueño de este Peugeot convertible y tiene billetera gruesa’. La joven -acotó el cómico- se llamaba Violeta y salió con Alfredo y fueron enamorados. ¿Qué me iba a imaginar que iba a convertirse en un escritor famoso, ja, ja, ja”.

Pero Alfredo retrucó: “Tulio Loza quería que me case con su hermana. Un día lo fui a visitar y me atendió su hermana. La vi y le dije a Tulio: ‘Ahí no más, hermano’”, comentó entre risas.

Apago el televisor.

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