Este Búho ve con admiración y asombro a los niños asistiendo a clases y cumpliendo sus tareas de manera virtual, sin salir de la casa. Es increíble cómo la tecnología puede cambiar nuestras vidas para bien y servir a millones de personas en estos momentos en que la pandemia del coronavirus tiene al mundo entero contra la pared. En mi más de medio siglo de vida jamás imaginé ver a escolares siguiendo clases por internet.
No puedo evitar ingresar al túnel del tiempo para recordar mis épocas de escolar, sobre todo a mis maestros más entrañables. Dicen los economistas que hasta el primer gobierno de Fernando Belaunde (antes de los años 70), los sueldos de los maestros estaban a la par de los de sus colegas de Chile y Argentina.
Mi profesora de primero de primaria llegaba con su carrito y hacía movilidad a alumnos que estaban en su ruta. Con el gobierno militar estatizante de Velasco Alvarado se hundió la economía y empezamos a vivir la pesadilla de la inflación. Los sueldos, sobre todo de los empleados estatales, comenzaron a devaluarse.
Recuerdo a un gran profesor de secundaria, de Geografía del Perú y el Mundo: Zacarías, ‘el bueno’. Era de lentes, de modales muy finos, un hombre educado que no solía gritar. Pero era un estudioso de su materia y logró tener uno de los mejores gabinetes de Geografía entre las grandes unidades escolares de Lima. Nos presentaba documentales de Estados Unidos y Alemania, que él conseguía de las embajadas de Alemania Oriental y la Occidental, porque no hacía distinción política. Estábamos al día con los descubrimientos en astronomía, geografía, flora y fauna.
En esos tiempos de convulsión política contra los militares, algunos profesores desubicados le tocaban la puerta: ‘¡Zacarías, baja a la asamblea!’. Y él respondía ‘¡Estoy en clase, por qué no hacen la asamblea a la hora del recreo o en la tarde!’.
Acataba las directivas, pero respetaba su profesión y no quería hacer perder clases a los alumnos. Como paradojas de la vida, la otra cara de la medalla era otro profesor que se apellidaba igual, un gordito que era tan vago que llegaba al salón de quinto de media con su ‘Comercio’ en el maletín. Abría el diario y miraba al brigadier del salón, Bazán, un zambo alto. ‘¡Bazán, quiero leer mi periódico, nada de bulla!’. Y el morocho se paraba y ordenaba ‘¡Apanao al que habla!’. Y todo el salón se quedaba calladito. El que decía algo era brutalmente ‘apanado’ con patadas y puñetes en todas partes del cuerpo, bajo la mirada sádica del pésimo docente al que apodaban, con justa razón, ‘zángano’.
Increíble cómo ha cambiado la enseñanza pública. La carrera del profesorado es, en verdad, un apostolado. Conozco amigos muy preparados que pudiendo ingresar a otras carreras como ingenierías o ciencias, eligieron la de Educación. No es que no tuvieran la capacidad para entrar a otras facultades donde los puntajes son más altos, sino que optaban por el magisterio por vocación. Han pasado muchos años y sonrío al recordar los tremendos libros que cargábamos para estudiar, como el de Baldor. Había tomos bien pesados que hoy pocos utilizan y que solo están en las bibliotecas empolvándose, pues todos esos conocimientos, y muchos más que podrían ocupar varios estantes, se encuentran al alcance de cualquiera en pequeñas tablets. ¡Extraordinario! En la palma de la mano tienes un mundo por explorar.
Apago el televisor.