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El verdadero ‘Django’

El verdadero ‘Django’ pasó 42 años de su vida en prisiones pero ahora se dedica a predicar la palabra de dios.

Este Búho no se sorprende de las colas en los multicines para ver la tercera y última parte de la saga sobre el tristemente célebre delincuente . Qué lejano está ese año 2002 cuando se estrenó ‘Django, la otra cara’ y la cazuela se venía abajo con la escena erótica entre el protagonista Giovanni Ciccia y ‘La Chica Dinamita’ (una jovencita y atrevida Melania Urbina), quienes inscribieron sus nombres en una de las tomas más candentes en la historia del cine nacional, haciendo el amor en una azotea chalaca.

Pero no voy a hablar de la película. Me voy a referir al personaje en carne y hueso. Porque el ‘Django’ del celuloide existe y tuvo una vida también de película. Curiosamente, después de transitar a finales de los setenta e inicios de los ochenta a través de lluvias de balas, atrapado y confinado en penales de los que se fugaba también en medio de ráfagas asesinas, llegó al nuevo milenio ya tío y recorriendo la calle no con una pistola, sino con una Biblia, y lo único que intenta robar a los transeúntes o en colegios e instituciones, son algunos minutos de su tiempo para predicar la palabra de Dios.

Así como Clint Eastwood en el legendario filme ‘El jinete pálido’, donde hacía de asesino redimido y convertido en predicador, Oswaldo Gonzales Morales, ‘Django’, también es un prontuariado asaltante de bancos -porque jura que nunca mató a nadie- convertido en pastor evangélico. Nació en Cajamarca, en el pueblito de Sitacocha, pero a los ocho años quedó huérfano y una tía se lo llevó al Callao.

Allí, en los años sesenta, aprendió rápido a robar fruta en el mercado, también pasteles, y a los 18, un auto. No había terminado el colegio, pero no importaba. Con robar un banco tenía para vivir como rey algunos meses. Formó su banda con su mejor amigo, Carlos Dávila, ‘Pistolita’. Admiraba de su amigo no solo su sangre fría y su arrojo a la hora de los asaltos, sino también a su novia, una bellísima chiquilla de ojos verdes de solo catorce años. Maritza Rodríguez se llamaba y cursaba el tercero de media. ‘Pistolita’, mayor que ella, la enamoró con regalos, vestidos, zapatillas y plata para que ayude en su casa. Cuando fue a pedir permiso para convivir con la adolescente, la madre le dijo: ‘Te la llevas, pero me pagas todo junto las mensualidades de un año de colegio’. La vieja prácticamente la vendió.

‘Django’ y ‘Pistolita’ daban golpes, le dejaban el dinero a Maritza Rodríguez y desaparecían un tiempo. Pero en un atraco, a la casa de Maritza no llegó ‘Pistolita’, solo ‘Django’ . “A mi amigo lo acribillaron y murió en el acto. Cuando fui a contarle a Maritza lo que le pasó a su marido, me rogó que la llevara conmigo”, dijo.

Juntos conformarían una pareja de leyenda criminal mismos ‘Bonnie y Clyde’, pero de Los Barracones. La prensa los apodó ‘Django y la Chica Dinamita’. Maritza exigió a su amante participar en los robos. Ella ingresaba portando un cartucho de dinamita en la mano y amenazaba con encenderlo para hacer volar a todos. Las cajas fuertes se abrían al instante. El asaltante se hizo célebre porque no había cárcel que se le resistiera. Participó en la sangrienta fuga del penal de Lurigancho junto a los temibles ‘Doce del Patíbulo’, con ‘Oso Taype’, ‘Loco Vicharra’, ‘Perro rabioso’, ‘Loco Aldo’, ‘Flaco Larry’, ‘Cisco’ y Chancho’.

De todos ellos solo Aldo, Taype y ‘Django’ fueron recapturados con vida, los otros murieron en su ley. “Pasé 42 años de mi vida en prisiones ‘El Frontón’, ‘Lurigancho’, ‘El Sexto’, ‘Castro Castro’ y los gélidos de La Oroya, Lampa y Huancavelica. En todos fui ‘faite’”, afirmó.

Pero como cantara su ídolo Héctor Lavoe: ‘Todo tiene su final’. Sus antiguos compinches, su ‘batería’, ya no existen, ‘todos están muertos’. Su antiguo amor y compañera de fechorías, la ‘Chica Dinamita’, se cansó de esperar que salga de prisión, se dejó consumir y murió de tuberculosis entre sombras.

‘Django’ salió y compró un terreno en Puente Piedra para reencontrase con su familia y sobre todo con Dios. Tiene una esposa, Mercedes Mesones, hijos, nietos y hasta bisnietos. A sus 71 años, bromea con ‘estoy todavía chibolo’, pero lo que no le hace gracia es que uno de sus hijos menores, Alexander de 29, mejor dicho, Romina, sea travesti. Allí ya no habla de ‘perdonar a los que no saben lo que hacen’. No acepta que la ‘sangre de su sangre’ tenga esa opción sexual. “Que venga a mi casa a pedir perdón de rodillas”, afirma categórico. El ‘león’ al parecer todavía no ha sido domado del todo por los santos evangelios y mostró afilados colmillos. Apago el televisor.


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