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El Búho en el cementerio

El Búho habla de cómo se vive el‘Día de Todos los Santos’, una tradicional fiesta donde millones de peruanos peregrinan hasta los cementerios más populares del Perú.
Cementerios repletos por visitantes en el 'Día de los Muertos'

Este Búho recibe un nuevo ‘Día de Todos los Santos’. Sé que muchos estarán resaqueados por las celebraciones de ‘Halloween’ y el ‘Día de la Canción Criolla’.

El 31 empezó para este columnista con un choque con la realidad: le llevaba su disfraz de Iron-Man a mi hijito cuando en el semáforo, un chibolito dos años mayor que mi cachorro me puso una bolsa de caramelos entre el timón del carro: “¡Jalowiinnn tío, tres por una china!”. Pero lo alucinante es que no tenía ningún disfraz, mejor dicho, su disfraz consistía en tener la cara pintada con corcho quemado.

Se había pintado bigotes y barba, y tenía un parche en el ojo como pirata. “¡Soy Jack Sparrow!”, gritó este muchachito. Miré el disfraz que era para mi retoño y no lo pensé dos veces. “¡Halloween, sobrino!”, le dije y se lo obsequié mientras ponía primera para volver a la tienda y comprar otro para mi hijo. Pero horas más tarde, revisando cajas viejas en la casa de mis padres, encontré un libro clásico, el de José Matos Mar: ‘Desborde popular y crisis del Estado’ (1984). Si ‘El otro sendero’ de Hernando de Soto, Mario Ghibellini y Enrique Ghersi fue la cara brillante de un estudio sobre el nuevo rostro del país, ‘Desborde popular...’ fue el sello, pero el más lucido y primigenio.

El ‘Viejo’ Matos, antropólogo, mentor de toda esa gran generación de talentosos del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), descubrió lo que era evidente, pero que nadie se atrevía a conceptualizar. Lima ya no era la capital a la que cantó Chabuca Granda. De los cerros bajaban el grupo ‘Celeste’, ‘Chacalón’, ‘Vico y su grupo Karicia’, ‘Pintura Roja’, ‘Los Shapis’. El ‘Jilguero del Huascarán’ y la ‘Pastorita Huaracina’ vendían un millón de discos, la ropa no se compraba en los grandes almacenes, sino en el emporio de ‘Gamarra fashion’.

Por esa época tuve el privilegio de entrevistar al ‘Viejo’ Matos. Me dijo algo que nunca olvidaré y que, aunque no lo crean, sirvió para enamorar a una chica bonita en San Marcos, Ana. “Joven -me dijo Matos-, el desborde se ve en muchos aspectos. Vaya al cementerio de Nueva Esperanza, en Villa María, es el más bonito del Perú, sus tumbas están en andenes y allí no se llora, sino se baila y se toma al pie de la tumba del difunto. Eso nunca lo vas a ver en el cementerio El Ángel”.

Salí de la entrevista directo a ver a Anita, la chica que me traía loco. ¡Ella vivía en Nueva Esperanza! Justamente me había averiguado que estaba por allá. “¿Anita, si no es mucha molestia, podría conocer el cementerio de Nueva Esperanza?”, le pregunté. Primero se mató de risa, porque un chico de Mirones que vivía a ocho cuadras de la universidad quería hacer un viaje interprovincial hasta Villa María. Pero al ver mi cara seria, ella también se preocupó y me lanzó otra interrogante: “¿por qué?”.

Le respondí: “Es que dicen que es el más lindo del Perú... como tú”. Se puso roja. Creo que ese domingo, cuando con Anita llegamos al cementerio de Nueva Esperanza, comprendí a mi país, vi en vivo y en directo eso que el entrañable José María Arguedas denominó ‘un país de todas las sangres’. Las cervezas llegaban en camionadas, al hombro, en triciclos. Las miles de tumbas, todas de provincianos migrantes, no solo las llenaban de flores. Los familiares bebían cantidades navegables de cerveza y las bandas de música andina ponían un marco de fiesta. Los ayacuchanos con sus arpas, los puneños con sus zampoñas y pututos. Anita era para mí una guía, como la inolvidable

Beatriz, quien guió a Dante Alighieri en ‘La divina comedia’. En cada tumba nos invitaban chelas. Una de ellas estaba recontramojada. Es que cada vez que tomaban, le tiraban un vaso al difunto. Al ver mi asombro, la viuda me dijo a manera de disculpa: “Joven, es que mi esposo era bien borrachito, por eso le echamos bastante traguito”.

Lo más increíble fue lo que me indicó Ana: “¿Ves esa tumba donde hay un cuadro...?”. Sí la veía, era alucinante la pintura que se vislumbraba a lo lejos, ¡era un niño! “Es mi hermanito Henry, que murió de leucemia. El enamorado de mi hermana Nela, que estudiaba en Bellas Artes y hoy es un famoso pintor que vive en París, le hizo un retrato”, me dijo. La tumba era impresionante y fue abridora en todos los reportajes en diarios y revistas, porque cada ‘Día de los Muertos’ volvía a visitar ese cementerio en comisión periodística.

Pero esa primera vez, cuando el sol se escondía entre los cerros, ebrio de impresión, con latidos del corazón y chelitas, besé a mi sanmarquina y le declaré mi amor. Por tres años vivimos jornadas intensas en ese cementerio en el ‘Día de los Muertos’. Luego nuestro idilio terminó, como fatalmente termina todo. Hoy, Anita ya no está entre nosotros. No descansa en Nueva Esperanza, sino en otro camposanto, adonde llegaré solapadamente cuando todos se hayan ido. Apago el televisor.

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