Este Búho considera que, por décadas, Nueva York ha sido el centro de todo tipo de historias violentas para el cine y la televisión: la denominada ‘Capital del mundo’ permitió a Francis Ford Coppola o Martin Scorsese mostrar la oscuridad y maldad del hombre moderno o, a través del guionista y director David Mamet, nos mostró un paseo a la muerte a través de la decadencia de las épocas setenteras y ochenteras de ‘la gran manzana’.
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Entre ambos extremos, la ciudad terminó por convertirse en un símbolo de la prosperidad, pero a la vez contrastaba la terrible violencia que cortaba en canal a la urbe. Algo de esa percepción de Nueva York, como centro del mundo, es parte del documental de Netflix ‘Fear City: New York vs. the Mafia’, del director Sam Hobkinson, que este columnista acaba de devorar en una madrugada.
El documental de tres capítulos de cincuenta minutos nos muestra que a inicios de los ochentas, el centro de Manhattan experimentaba un explosivo boom inmobiliario. En cada cuadra se construían inmensos rascacielos que dan trabajo a miles de obreros de la construcción civil y esas moles de concreto demandan inversiones de millones de dólares.
Los sabuesosos del FBI siguen los negocios turbios de las cinco familias de la gran ciudad. Los Gambino, Lucchese, Colombo, Genovese y Bonanno, que controlan el tráfico de drogas, las apuestas, las extorsiones, la prostitución y hasta los recojos de basura.
Pero gracias a las interceptaciones telefónicas legales a los capos de la mafia y sus lugartenientes y ‘soldados’, descubren que están obteniendo ilícitamente millonarias cantidades en extorsión a las grandes constructoras y los sindicatos.
EL CLUB DEL CONCRETO
Aparecen en el documento dos importantes exjefes de esas familias que relatan cómo eran los ‘Capos’, sus excesos y los terribles crímenes que cometieron. Un capataz de una contrucción de sesenta pisos fue asesinado a golpes y su cuerpo lanzado del piso 56. ‘Así terminaban los que se oponían al llamado ‘Club del concreto’, que integraban las cinco familias delictivas de la ciudad. Cada millonaria construcción era ‘propiedad’ de esos facinerosos que extorsionaban a los legítimos constructores y a los trabajadores.
Esa modalidad que en el país adoptaron los delincuentes y de la cual Gerson Gálvez, ‘Caracol’, era uno de los más angurrientos con las extorsiones en las grandes obras del Callao. También nos presentan los testimonios de los veteranos agentes del FBI que lograron desmantelar la estructura criminal altamente organizada e impenetrable.
El documento nos muestra cómo los agentes se las arreglaron para instalar micrófonos en sus casas, negocios, inclusive en sus propios automóviles, arriesgando sus vidas. Un momento culminante sucede cuando, gracias a dichas escuchas, lograron detener a los jefes de las cinco familias, incluido el ‘Capo de capos’ Paul Castellano, quien moriría acribillado en 1986.
También escuchamos cómo los mafiosos hablan sobre sus negocios turbios, asesinatos, disputas y ajustes de cuentas. Finalmente la serie explica todo el proceso y las dificultades que vivieron los del FBI y fiscales para armar un solo caso y así lograr sentencias a los jefes de estas sanguinarias familias del crimen y que azotaban a la ‘Capital del mundo’.
Las lacras venezolanas de ‘El tren de Aragua’
Este columnista se pone a pensar en el grado de inseguridad ciudadana que se está viviendo en el país. Si en los tiempos de ‘Caracol’, ‘Wilbur’ y ‘Pedrito’ se ejecutaban extorsiones a los grandes proyectos de inversión de obras estatales y privadas, como cupos de trabajadores, ‘planillas fantasmas’, hoy se está multiplicando otro tipo de extorsiones, como la que hacen las lacras venezolanas de ‘El tren de Aragua’ y sus ramificaciones, que no vacilaron en asesinar al dueño de una playa de estacionamiento porque se negó a pagarles cupos.
Otros delincuentes extranjeros se dedican a amenazar de muerte a sencillos dueños de cebicherías, farmacias, peluquerías, bodegas, distribuidores de cerveza, colegios. Cualquier tipo de emprendimento, por más humilde que sea, es conminado a pagar cupos.
La ciudadanía está indefensa, mientras tenemos un presidente que compra 18 mil kilos de pollo y otros miles de lomo fino y embutidos en Palacio. Este señor vive en una burbuja consumiendo sus horas tratando de limpiarse de sus delitos y de los de su familia.
¿Acaso ya olvidó su promesa de expulsar por vía aérea a los venezolanos que delinquen en nuestro país? Y a los delincuentes nacionales deberían mandarlos a Challapalca, a esos penales donde los cóndores usan chalina. La inseguridad ciudadana es el problema más grave que atraviesa nuestro país, pero lamentablemente tenemos un ministro del Interior que está preocupado en que no capturen a los corruptos prófugos de la justicia. Una vergüenza. Apago el televisor.