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Los 'silencios' de las mafias

El Búho compara la situación política del país con 'Casino', una de las mejores películas de Martin Scorsese.

Este no sabía si reír o llorar cuando observó en televisión cómo Alejandro Álvarez, uno de los 16 abogados que habrían recibido sobornos por favorecer a la empresa Odebrecht en sus fallos arbitrales y para los que el fiscal Germán Juárez Atoche ha solicitado 36 meses de prisión preventiva, hacía todo lo posible para escaparse a Estados Unidos.

Ese mismo día que pidieron cárcel para él, se fue al aeropuerto disfrazado con gorrito solapón y una silla de ruedas, compró allí mismo su pasaje con el fin de viajar a tierras norteamericanas. Al momento de registrarse, los funcionarios, conscientes del requerimiento del Ministerio Público, lo derivaron a la Policía Fiscal de Requisitorias, adonde el abogado ingresó muerto de miedo.

Pese a ello, no tenía mandato de detención ni impedimento de salida del país, por lo que el investigado, sonriendo de oreja a oreja, logró viajar. Pero la sonrisa se le borró en el aeropuerto de Miami cuando las autoridades norteamericanas, enteradas del requerimiento judicial, de inmediato decidieron colaborar con la justicia peruana, evitando una casi segura falta a la sesión y, en el peor de los casos, una evasión a la justicia como muchos otros, empezando por el expresidente Alejandro Toledo. Pero, al margen de la situación judicial, este columnista, cuando el escurridizo abogado se presentó en el aeropuerto en silla de ruedas, no pudo evitar comparar esa escena con otra similar de una gran película del maestro Martin Scorsese.

CASINO (1995): Cuando el FBI descubre que los tres casinos de Las Vegas, que dirige el judío Sam ‘Ace’ Rosenthal (Robert de Niro), eran en realidad millonarios negocios de los angurrientos viejos mafiosos de Chicago, inician una redada gracias a ‘un mando intermedio’ de la organización, que tenía la ‘mala costumbre’ de apuntar nombres y los ‘trabajitos’ de la mafia en una agenda, al mismo estilo de Nadine.

Al ser encontrada por las autoridades, hizo que todos los mafiosos de Chicago fueran detenidos y juzgados en un tribunal.

Todos llegaron a la audiencia con el juez, ¡en sillas de ruedas, entubados, con suero, oxígeno y un ejército de enfermeras! Parecían diez convalecientes de la enfermería de un asilo de ancianos. Todo para que el juez se compadeciera de ellos y les otorgara comparecencia por ‘enfermedad grave’. Pero cuando termina la audiencia, se reúnen en un privado del juzgado, sin tubos ni oxígeno, más saludables que el descerebrado de Fabio Agostini.

Allí deliberan que en el negocio ‘hay mucha gente involucrada’, muchos testigos que los pueden delatar si es que los ‘aprietan’ los federales y, por ende, se pueden ir de boca. No les importa si son miembros de su propia mafia y mantienen una amistad de años, fundada en la siniestra ‘ley de la omertá’. Muy serios y con caras compungidas, deciden ‘sacrificarlos a todos’. Ni siquiera uno de sus socios principales e impulsor del negocio, el senador Andy Stone, se salvó. Esa parte de la película es brutal.

Fue una orgía de sangre con la música de ‘The Animals’ y el tema ‘The House Of The Rising Sun’ (‘La casa del sol naciente’) como cortina musical de las ejecuciones. Uno de los más fieles a los ancianos mafiosos, John Nance, quien era el encargado de extraer las ganancias de Casino y llevárseles a Chicago, también tuvo que ser asesinado. Se había escondido donde creía que nadie lo iba a encontrar, en una gran residencia en la bucólica playa Herradura, en el litoral del Pacífico, en Costa Rica. Y los ‘capos’ lo hubieran dejado allí, porque sabían que no se atrevería a delatar a sus peligrosísimos jefes. Para su mala suerte, su hijo fue capturado en Las Vegas por los federales. Los mafiosos pensaron que ahora sí podía ‘cantar’ para salvar a su hijo, como hizo Luis ‘Chalán’ Nava con su primogénito, la ‘joyita’ de ‘Bandido’, al inculparse y ‘echar’ a Alan García para que sus nietas crezcan con su padre en libertad. Por eso, el largo brazo de la ‘Cosa Nostra’ llegó hasta Costa Rica Así, patéticamente, terminan los viejos corruptos.

Apago el televisor.

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