Como mis lectores ya saben, este Búho es admirador de la obra de nuestro insigne cuentista Julio Ramón Ribeyro (Lima 1929-1994). Recuerdo que leí sorprendido su novela ‘Los geniecillos dominicales’ (1965) cuando estaba en segundo de secundaria. Luego ‘me hice adicto’ a sus cuentos reunidos en ‘La palabra del mudo’. Me deslumbraron sus primeros relatos de 1958, a los que tituló ‘Cuentos de circunstancias’: Allí estaban los emblemáticos ‘La insignia’ (inolvidable), ‘El banquete’, ‘La botella de chicha’ o ‘Explicaciones a un cabo de servicio’.
Puedo decir que mis ‘años maravillosos’ en San Marcos me los pasé siempre con algún libro de Ribeyro o muchas veces leyendo en solitario en el hoy remozado estadio sanmarquino la genial ‘Prosas apátridas’. Luego, ya periodista, saboreé tremendas narrativas como ‘Solo para fumadores’, ‘Relatos santacrucinos’, ‘Dichos de Luder’ y su desgarrador diario íntimo ‘La tentación del fracaso’ (1992-1995).
Pero nada me ha impresionado más que leer un nuevo libro del maestro. Bueno, Julio Ramón murió en diciembre de 1994, pero el libro que comento, titulado ‘Cartas a Juan Antonio’ (Revuelta Editores 2019), que fue uno de los más vendidos de la Feria del Libro que hoy culmina, presenta las cartas reunidas cronológicamente, desde 1953 a 1983, que le mandaba a su entrañable hermano mayor durante los treinta años ininterrumpidos de su prolongada estadía europea, creo que no tiene comparación con ningún otro texto escrito por Ribeyro.
Ni siquiera con sus diarios íntimos como ‘La tentación del fracaso’, porque allí el escritor hasta pudo maquillar sus comentarios. En cambio, en esa interminable e íntima correspondencia epistolar con el ser humano hacia el que sentía una confianza sin fin, un amor filial correspondido a prueba de balas, nuestro escritor, especialista en esquivar entrevistas, flashes fotográficos y popularidad, se muestra tal como es.
Sin ningún tipo de autocensura o maquillaje. Los admiradores de Julio Ramón y los críticos literarios del Perú y del mundo le estaremos siempre agradecidos al periodista y literato sanmarquino Jorge Coaguila, responsable de compilar y editar el libro, quien también debería incluir en sus títulos académicos, el de ‘ribeyriano’. Su fascinación por el escritor llevó a un jovencito ‘Coaguita’ a visitar a su hermano mayor para intentar conocer algo más de su admirado cuentista, ¡y se encontró con un tesoro! Su hermano tenía todas las cartas de puño y letra guardaditas y seleccionadas. Las había atesorado desde que había viajado jovencito a Madrid.
Cuando el cuentista Julio se enteró de que su hermano tenía esas cartas donde le hablaba de cosas íntimas, familiares, donde desnudaba sus posiciones políticas en años tan convulsionados con la guerrilla del MIR en el país, sus descarnadas opiniones sobre colegas escritores, poetas, artistas, editores, sus amores, odios, sus posturas ante la política peruana, el Apra, Belaunde, los militares, el conflicto chino-soviético, la Revolución cubana, la guerra de Vietnam; en una carta del año 1977 le escribió: ‘Me parece bien que guardes las cartas y las ordenes. Quizá alguna vez podrías publicarlas con el título ‘Cartas a Juan Antonio’. No sé si tendrán algún valor, pero de todos modos hay cosas que seguramente solo te he dicho a ti y que al menos, tienen el mérito de la sinceridad’. Y mérito tiene de sobra.
Encontramos a un joven escritor en los difíciles inicios, que le cuenta a su hermano hasta confidencias de los famosos escritores y poetas de la época, pero siempre adicionando una moraleja genial de su cosecha, como una sobre el monumental poeta comprometido con el pueblo, Alejandro Romualdo (autor del mítico poema ‘Canto coral a Túpac Amaru’): “Ayer comió en mi casa el cuñado de Romualdo, Raúl, y no me habló muy bien del poeta social. En realidad, está dolido porque, según dice, a Romualdo se le ha despertado con los años un furor fálico y no le es fiel a su esposa. ¿Qué cosa es más importante en Romualdo? ¿Su vida conyugal, su poesía, su acción política? Todavía no se ha creado una escala de valores que nos permita valorar a una persona de acuerdo con sus diversas cualidades o defectos. Yo me he inventado, al menos, una regla que ya varias veces te he repetido: ‘No hay que exigir a una persona más de una cualidad’”.
Pero también encontramos a un Ribeyro como crítico literario: “Las dificultades que tú tienes en leer ‘La casa verde’ (segunda novela de Vargas Llosa) son explicables. Si bien esta novela no se dirige a especialistas, está destinada a un público que esté familiarizado con la novela moderna, y se propone exigir del lector una participación activa en la lectura. En cierta forma, es el polo opuesto a ‘Cien años de soledad’ (novela de Gabriel García Márquez), que como su autor declara, ‘podría ser leída hasta por un niño’. Te aconsejo que la leas, pues a mi juicio está en la categoría de obra maestra”.
Este columnista leyó este libro epistolar con regocijo y me ilustré de un periodo crucial en la historia de la humanidad, con los ojos de un escritor peruano extraordinario. Pero me quedé corto, el próximo domingo seguiremos leyendo más cartas del gran Julio Ramón a su hermano.
Apago el televisor.