Las enemistades existen en todos los ámbitos, pero cuando el ego está de por medio, se puede convertir en todo un dolor de cabeza. Repasemos algunas de las enemistades literarias más conocidas.
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Ricardo Palma vs. Manuel González Prada
Ambos escritores terminaron enfrascados en una disputa por ideas. Los dos pertenecían a generaciones diferentes, Palma a la Romántica y González Prada, voz principal del periodo de reconstrucción de la posguerra (Guerra del Pacífico), a la Ecléctica. Reclamaba el aniquilamiento del pasado.
En su “Conferencia en el Ateneo de Lima”, González Prada lanza su primer dardo contra Palma: “Quien escribe hoy y desea vivir mañana, debe pertenecer al día, a la hora, al momento en que maneja la pluma. Si un autor sale de su tiempo, ha de ser para adivinar las cosas futuras, no para desenterrar ideas y palabras muertas. Arcaísmo implica retroceso: a escritor arcaico, pensador retrógrado”. Palma se sintió aludido por los discursos de Prada.
Años después, cuando la tensión había amainado, Palma informa de ella a don Miguel de Unamuno: “González Prada (radical) y yo (liberal) vivimos alejados y sin cambiar saludo desde 1890. En un discurso lanzó esta frase (...) los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra. Yo (...), refuté su frase en un artículo al que don Manuel no quiso contestar, encomendando a la jauría de sus devotos alborotadores que amasasen el lodo de las calles y me lo echasen a la cara”. Y por último, alude a Prada como “hombre roído por la envidia”.
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Sartre vs. Camus
Jean Paul Sartre y Albert Camus se conocieron en 1943, en la resistencia en París durante la Segunda Guerra Mundial y se habían hecho muy amigos. Ambos tenían ideologías de izquierda, pero llegó un punto en el que Sartre se volvió más radical.
A partir de ese momento Camus se convirtió en un duro crítico de quien fuera su amigo. Intercambiaron artículos en los que se lanzaban implacables acusaciones e insultos.
De las ideas ideológicas pasaron a temas personales. Camus le recordó a Sartre que durante la guerra había estado muy lejos de ser un héroe. Sartre, en tanto, lo acusó de falta de autenticidad y de ser un traidor a la clase obrera.
Mario Vargas Llosa vs. Gabriel García Márquez
El 12 de febrero de 1976, estando ambos en México en un estreno de una película, Mario Vargas Llosa no esperó el abrazo del colombiano y le metió un puñetazo en el ojo.
“¡Esto es por lo que dijiste (o hiciste) a Patricia!”, le dijo el escritor peruano. Esto provocó una enemistad de 38 años entre los dos premios Nobel.
Trascendió que Patricia, esposa de Vargas Llosa, acudió a Gabo y a la pareja de este, en busca de un consejo porque descubrió que su marido andaba de conquistador con otras mujeres.
Él le recomendó que se divorciara. Al enterarse el peruano, García Márquez terminó con el ojo morado y una foto que pasó a la historia. Así terminó la amistad.
Ni uno ni otro explicaron nunca las causas del incidente. Solo se sabe que en una entrevista le preguntaron a Gabo si había perdido a algún amigo, y él contestó “sí, a uno”.
William Faulkner vs. Ernest Hemingway
Faulkner tenía una idea baja de su colega. Lo definió así: “No tiene coraje. Nunca ha sabido utilizar una sola palabra que llevase al lector al diccionario”. Hemingway contestó: “Pobre Faulkner. ¿Realmente piensa que las grandes emociones provienen de las largas palabras?”.
Sin embargo, John Fruscione en su libro “Faulkner y Hemingway, biografía de una rivalidad literaria” afirma que ellos se ridiculizaban y respetaban a la vez.
Muchos críticos consideran que la rivalidad no fue más allá de estos comentarios, que no fue tan grave como muchos afirman. Luego del suicidio de Hemingway y del infarto de Faulkner, se encontró la obra completa del otro en la biblioteca de cada uno.
Miguel de Cervantes vs. Lope de Vega
Los celos los separaron. Miguel de Cervantes y Lope de Vega se conocieron en 1583 en la calle de Lavapiés, en Madrid. Eran muy buenos amigos, uno hablaba bien del otro, pero solo al principio antes de la peor traición que un escritor puede cometer contra otro.
Se dice que Cervantes le entregó a Lope de Vega un manuscrito de ‘El Quijote’. Una década después Cervantes se molestó al ver una segunda parte de su novela de un plagiador anónimo bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda. Cervantes estaba seguro de que era Lope de Vega.
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