‘Amor eterno, eterno, eterno...’ Eterno y mágico fue el momento cuando conocí, en el Cusco, a Alberto Aguilera Valadez, ‘Juan Gabriel, el Divo de Juárez’. Este encuentro volvió a mi mente la mañana del sábado 3 de setiembre de 2016 al estar, en el lado Mexicano, en la ciudad fronteriza de El Paso, en Texas, frente al puente internacional que atraviesa el río Bravo, (que muchos ‘mojados’ cruzan en busca del sueño americano) a la espera de la llegada del cortejo fúnebre. El ídolo de multitudes y generaciones había fallecido (oficialmente) de un infarto al miocardio en un departamento que tenía frente a la playa de Santa Mónica, en Los Ángeles, Estados Unidos, la mañana del 28 de agosto.
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Todos los hoteles de Ciudad Juárez, hasta donde Trome llegó, estaban ocupados por equipos de prensa de todas las latitudes del mundo después que se supo que el cuerpo de Juan Gabriel había sido cremado, por decisión de sus hijos, al día siguiente de su muerte, y sus cenizas habían sido llevadas a El Paso. El cantante, antes de su partida, ofreció su último show en The Forum, en Los Angeles.
Conocí a Juan Gabriel la primera vez que visitó Perú (1993). Recuerdo que era muy difícil tener contacto con él en su hotel en Lima, así que lo seguí hasta Cuzco. Ahí conseguí entrevistarlo, luego que estuvo en Machu Picchu. Esa entrevista se dio después que leyó la carta que le escribí y que gentilmente uno de los maleteros del Hotel Monasterio, le entregó. Mientras estaba parada en el frontis del hotel, escuché a las personas que pasaban por ahí decir que Juan Gabriel estaba en la Plaza de Armas. Llegué hasta el lugar y la escena que vi, estaba cargada de ternura. Juan Gabriel bailaba y cantaba con un grupo de niños. Ese cálido gesto también se repetía con sus fans que se acercaban para estrecharle la mano, mientras él sonreía.
El divo estaba vestido con un conjunto color morado con diseños incas que cubrió con un chal de grandes cuadros que compró en el lugar. En ese ínterin, hice contacto con el empresario Walter Sachún que lo trajo al Perú - quien también estuvo en la despedida que le hicieron en el Palacio de Bellas artes en el DF- y su jefa de prensa para pedirles unos minutos con el artista. La respuesta fue ‘ve al hotel’.
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Estaba sentada en el lobby y de pronto Juan Gabriel apareció. Se acercó y me dio un cariñoso beso en la mejilla al saludarme. Me dijo: Tú eres la de la carta. Bueno, conversemos. La entrevista fue amena, cálida, y un abrazo, diez minutos después, marcó la despedida. Mi block de notas, mi grabadora de casette y cámara fotográfica de rollos, me acompañaron en esta travesía.
Recuerdo que al salir del Monasterio, rumbo a mi hospedaje, estaba tan contenta que cantaba ‘El Noa, noa’, jamás hubiera imaginado que años más tarde estaría frente a ese local, que hoy es una playa de estacionamiento con el nombre del emblemático club donde Juan Gabriel cantaba, escuchando cómo sus fans lamentaban su partida, hacían vigilia con sus veladoras en mano y esperaban pacientemente que sus restos llegarán a Ciudad Juárez para despedirlo.
EL PASO
Al mediodía, con un calor que bordeaba los 38 grados, una docena de motorizados llegó al El Paso para escoltar las cenizas del Divo de Juárez, hasta su casa ubicada en el 126 de la calle Perú (vaya coincidencia), en la zona norte de Juárez. Las horas pasaban y los restos del cantante ni siquiera llegaban al control aduanero gringo para pasar al lado mexicano. Eran cerca de las 5 de la tarde cuando por fin se divisó el cortejo atravesando el puente. Juan Gabriel estaba en México y los periodistas que estuvimos ahí, de grandes cadenas de televisión, con nuestros celulares, selfie stick, transmitíamos en vivo lo que pasaba minuto a minuto.
Luego de cruzar el puente sobre el río Bravo, las cenizas de Juan Gabriel fueron llevadas al frontis de su casa en Ciudad Juárez. Sobre un estrado se había levantado un altar, para realizar una misa de cuerpo presente en plena calle. Más de cien mil personas asistieron a la despedida del cantante. Los periodistas, estábamos apostados sobre un estrado y otros en los techos de las casas y tiendas de la zona para registrar la emotiva despedida que sus fans le daban.
Al día siguiente, un avión llevó sus cenizas a la Ciudad de México donde más de 700 mil personas desfilaron ante sus restos en el Palacio de Bellas Artes. La gente para la que Juan Gabriel cantó innumerables veces gratis, como aquel concierto en el Zócalo que reunió a más de 350 mil personas o la vez que cantó, también en el mismo lugar, durante ocho horas seguidas, pudo decirle adiós a su ‘Amor eterno’.
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