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Actriz Alessa Esparza cuenta la historia de su abuelo sobreviviente del holocausto - ENTREVISTA

La actriz debuta como escritora con el libro ‘El salto de un valiente’, que narra la extraordinaria historia de su abuelo sobreviviente del holocausto. En exclusiva, te compartimos un capítulo.

comenzó con la invasión de la Alemania nazi a Polonia en setiembre de 1938. Entonces José Wichtel era un niño judío que bordeaba los 13 años. Vivió en carne propia el horror del : la desaparición de sus amigos y su familia. Su vida transitó al filo de la muerte en innumerables ocasiones. La actriz (28) ha plasmado en su libro ‘El salto de un valiente’ esa conmovedora historia. José Wichtel fue su abuelo.

Alessa, ¿tu abuelo fue sobreviviente del holocausto?

Sí.

¿A qué edad te empezó a contar su historia?

Cuando tenía 15 años. Tengo 80 horas de grabaciones de todas nuestras conversaciones.

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¿Cómo nació la idea del libro?

Por la relación con mi abuelo. Nuestra conexión era contar historia. Él me contaba historias y yo le contaba historias. Cuando cumplí una edad en la que él me podía contar más sobre este tema (el holocausto), que nunca lo había compartido con nadie, lo que quise era escribirlo.

¿Qué fue lo más duro que te contó?

Todas las injusticias que tuvieron que vivir. Un momento que me marcó y está en el libro es cuando separan a su familia del padre, quieren ir a su encuentro y no pueden. Eso te choca un montón porque todos tenemos familia.

Alessa Esparza y la historia de su abuelo sobreviviente del holocausto nazi | ENTREVISTA

¿Es muy distinto lo que uno ve en las películas a lo que te contó tu abuelo, quien fue un testigo directo?

Siempre he visto las películas, he tenido un interés particular. ‘La vida es bella’ es una de mis favoritas. Nunca encontré rencor en su voz. Siempre lo contó con una liviandad, pudo ver la esperanza y las lecciones. Las conversaciones no eran tristes, él encontraba mucha luz dentro de lo que había pasado.

¿Cómo llegó a vivir sin rencor?

No me lo dice, sino me lo enseña, con la vida que él creó, con la hermosa familia que formó. Ese el legado que dejó.

Este no es un libro para entender el holocausto, sino para entender el perdón, la superación, ¿verdad?

Totalmente, yo creo que todos se podrán relacionar con el libro porque es una historia sobre la resiliencia, la valentía. Sobre cómo las pequeñas decisiones que tomamos todos los días pueden cambiar nuestras vidas, estés en la situación que estés.

Alessa Esparza junto a su abuelo José Wichtel (Foto: archivo personal)

¿Por qué decides contar la historia desde la mirada de tu abuelo?

Me parecía super poderoso contarlo desde su perspectiva en tiempo presente, para que tenga esa urgencia. Cuando él me lo contó, me dijo que necesitaba que yo transmita la emoción. Me dijo: ‘tú eres actriz, necesito que transmitas a través de las páginas, como lo haces en los escenarios, lo que sentí, porque es importante que se entienda todo el horror que se vivió ahí’.

La conexión con tu abuelo era muy fuerte. Dicen que nadie te quiere más que tus padres, excepto tus abuelos…

Es verdad, tuvo una relación hermosa con él. Siempre digo que fue mi mejor amigo. Podíamos conversar de todo, tengo 80 horas de grabaciones, pero nosotros hemos conversado muchísimo. Hubo un vínculo bonito desde el amor. Siempre le digo a mis amigos que disfruten de sus abuelos.

¿Qué crees que te hubiera dicho sobre el libro?

Me hubiese encantado que lo pueda leer. Creo que él está muy orgulloso. Creo que me daría un abrazo de los que siempre me daba. Y creo que estaría muy feliz, sí.

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¿Hay problemas que se siguen arrastrando desde los tiempos del holocausto?

Definitivamente, creo que todos debemos trabajar para tener un mundo con más tolerancia, donde se acepten las diferencias, donde no discriminemos a alguien porque piensa distinto a nosotros. Creo que todavía hay mucha violencia y tenemos que trabajar como sociedad para erradicarla y vivir desde el amor y no desde el odio.

ALESSA Y SUS LECTURAS

¿Lees bastante?

Me encanta leer. En mi casa se lee un montón.

¿Esa pasión viene de tu mamá?

Si, y ella también escribe. Ha publicado un poemario. En mi casa se promueve mucho eso.

¿Cuáles han sido tus lecturas?

Mi primer libro favorito fue ‘La sombra del viento’, de Carlos Ruiz Zafón. Fue el libro con el cual me enamoré de la lectura. Recuerdo que me quedaba leyendo bajo las sábanas con una linterna.

'El salto de un valiente', la historia de José Wichtel, sobreviviente del holocausto. (Foto: Trome)

¿Tienes autores favoritos peruanos?

Leí hace poco a , Cortázar es de mis favoritos. Jorge Luis Borges me parece espectacular. también. Me encanta cómo escribe.

Finalmente, ¿qué mensaje deja tu libro?

Habla de la resiliencia. Lo escribí en la dedicatoria: yo se lo dedico a quienes deciden moverse por el mundo desde el amor y no desde el odio. Ellos son los valientes que hacen toda la diferencia.

Qué importante es perdonar…

Sí, totalmente. Y nosotros lo hicimos cuando volvimos a Polonia. Mi abuelo no quiso volver a pisar Polonia. No quiso hacerlo porque era muy fuerte para él. Volvimos a ese pedazo de tierra donde hubo tanta destrucción. Regresamos desde el perdón, desde el volver a sembrar. Es un mensaje, la vida tiene que continuar.

UN CAPÍTULO DEL LIBRO

Amablemente, la autora cedió un capítulo de su libro para los lectores de Trome. El texto está escrito desde la mirada de su abuelo, José Wichtel.

'El salto de un valiente', libro de Alessandra Esparza sobre su abuelo sobreviviente del Holocausto

Verano de 1941

Recorro mi mente para encontrar ideas mientras reviso el reducido espacio en el que vivo. De pronto, veo el lugar perfecto. ¡Cómo no se me ocurrió antes! Siempre estuvo ahí, pero nunca lo consideré. La creatividad y la osadía surgen en momentos de crisis o cuando sientes tu libertad amenazada. Mi escondite perfecto es un perchero con un pequeño espejo que en la parte baja contiene una especie de cajón angosto y largo en el que se pueden guardar zapatos. Cuando se corra la voz de que ha empezado la razia, pienso aprovechar mi extrema delgadez para meterme dentro. Nadie podrá imaginarse que en un espacio tan reducido puede caber una persona. Hago un primer ensayo: debo comprimirme al tamaño de un puño compacto, pero logro caber en el cajón. En teoría funciona. Veremos qué ocurre en la práctica. Llega el día. Los sonidos de los pasillos son inconfundibles: la razia. Tomo aire como si fuese un nadador listo para hacer su salto triunfal a la piscina, solo que en lugar de una piscina dispongo de un cajón. Y ganaré la carrera si nadie me ve. En la oscuridad de mi pequeño escondite percibo los latidos de mi corazón contra el pecho como si fuera una pelota de hule que no para de rebotar. Siento mi respiración caliente y gotas frías de sudor. Si llegaran a entrar, ¿podrían escucharlas caer contra la madera? En mi estómago explota un tornado de emociones. Mi cuerpo, consciente del gran peligro que corro, desea salir volando. Mi mente lo frena: solo queda esperar. Si me encuentran me darían una paliza imposible de olvidar o me matarían. Todos esos pensamientos pasan por mi cabeza, pero yo le tengo fe a mi insólito escondite. Siento que es el único lugar seguro en este mundo tan hostil. Aunque ni yo mismo puedo creerlo, el trabajo es otro de los lugares donde me siento a salvo. Una fábrica de artículos esmaltados que me depara tareas muy tranquilas en comparación a las historias que escucho. A veces me quedo a dormir ahí para no volver al gueto. Las razias domingueras han empezado a hacerse con más frecuencia por las noches. Sacan a las personas de sus camas y en la confusión uno no puede distinguir si se trata de un sueño o de la realidad: ambas cosas se han fundido en una única pesadilla sin fin. Dormir en la fábrica es, para mí, no correr el riesgo de pasar la noche en la comisaría y ser despachado a la mañana siguiente a un trabajo en el que los golpes son cosa común y corriente. Por esa misma razón me encuentro involucrado en este juego de las escondidas en el que la victoria es la supervivencia y la derrota la muerte. No sé cuánto tiempo llevo metido aquí, pero se me hace eterno. El cuerpo entero me palpita y cada vez me resulta más difícil respirar. Las rodillas se me clavan contra el pecho como tornillos y mi cara flota en un charco de mi propio sudor. Tengo la sensación de que un batallón de hormigas rojas desfila por el lado derecho de mi cuerpo. Cada átomo de mi ser grita por salir. De pronto, escucho cómo se abre la puerta de la habitación: un sonido tan perturbador como el de los pesados pasos que lo siguen. Son inconfundibles botas alemanas. Mi cuerpo entero se contrae. Mi corazón va a estallar. Aguanto la respiración. Le pido al cielo que me vuelva invisible, imperceptible. Los escucho recorrer los pocos centímetros del cuarto. Abren las puertas del armario. Me tapo la boca. Remueven nuestras cosas. Lo hacen a propósito. Un vistazo basta para saber que no hay nadie ahí. La sangre me hierve, los ojos me arden. No paro de sudar. Cierran las puertas del armario con ímpetu y el sonido me sacude. Una pausa. ¿Qué hacen? Casi puedo escuchar cómo recorren las paredes con la mirada. Temo que me puedan oler. Se quedan quietos unos segundos interminables. —Hier ist niemand. Con el escueto «no hay nadie» que expresa uno de ellos, se marchan. Gané esta ronda del juego. Sigo vivo.

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