Este Búho considera a ‘El padrino’ (1972), de Francis Ford Coppola, como una de las mejores películas que vio en su vida, de esas que uno retiene en la memoria frases inolvidables. La mayoría recuerda el nombre del director o de los actores protagónicos, el inmenso Marlon Brando como ‘El Don’ o un joven Al Pacino como su hijo Michael.
Pero no se habla mucho del autor de la novela en la que se basa el filme, el escritor Mario Puzo, quien también escribió los guiones junto con Coppola y ganó el Oscar al ‘mejor guion adaptado’. Este 2020 se cumplen cien años del nacimiento de Mario Puzo (Manhattan 1920-Nueva York 1999) y es celebrado en todo el mundo con reediciones de su novela y, por supuesto, la programación de los filmes de Coppola en los canales de cable.
La novela cumplió 50 años el año pasado. El mérito de Puzo, un ludópata que debía en los casinos 11 mil dólares e imploró al productor Bob Evans un adelanto para escribir la novela, ‘porque sino me van a romper el brazo’, es que creo un género y nunca imaginó que su historia del gánster Vito Corleone se iba a mantener como bestseller del New York Times durante 67 semanas y que a la larga vendería más de 30 millones de copias y lo volvería millonario.
Pero este columnista, mientras escribía sobre ‘un escritor de mafias’ como Puzo (publicó también: ‘Los documentos de El padrino’, ‘El siciliano’, ‘El último Don’ y ‘Omertá’), tuvo oportunidad de ver en Netflix el impresionante documental ‘Our godfather’ (‘Nuestro padrino’), sobre el más famoso delator de la mafia siciliana, el ‘capo’ de la ‘camorra’ Tommaso Buscetta, quien ‘echó’ públicamente en un megajuicio a más de 350 mafiosos, incluidos los jefes de las principales ‘familias’ de Sicilia, recibiendo varios de ellos cadenas perpetuas, como el sanguinario Salvatore ‘Toto’ Riina, ‘capo de capos’ y culpable de exterminar a los familiares más cercanos de Buscetta, que lo obligó a ‘traicionar’ a la ‘Cosa Nostra’ a la que juró fidelidad total hasta la muerte.
Para empezar, nos lo presentan como lo que fue: un gánster nacido en un hogar con 17 hermanos en la zona más paupérrima de Palermo, la capital del crimen. Se gradúa con honores en los bajos fondos cometiendo un asesinato.
En 1946 ya es miembro de la ‘camorra’, hasta que en 1963 estalló la ‘primera guerra de la mafia’ y para salvar su pellejo fugó a Estados Unidos, donde la familia Gambino lo ayudó a establecerse en el negocio de las pizzas. Buscetta es detenido por portar un pasaporte falso y, antes que lo encierren, huye a Brasil. Allí, en la playa, conoce a una bella ‘garota’, Cristina de 20 años -el tiene 42-, y ambos inician un volcánico romance y tienen un hijo, Roberto.
En Italia, el ‘capo’ dejó a dos mujeres y varios hijos. En el reportaje se cuenta que a inicios de los ochenta llega a buscarlo a Río de Janeiro un capo de la mafia siciliana y le pide que se una a ellos en la guerra contra el sanguinario ‘Toto’ Riina', y que regrese a Palermo.
El mafioso asegura a las cámaras que rechazó la petición, pero el gánster, al llegar a Sicilia, corrió la ‘bola’ de que Buscetta había aceptado la propuesta y llegaría para guerrear contra el jefe de los Corleonesi, ala opuesta a la ‘palermitana’ de Buscetta, y así provocó el exterminio de su familia.
Entre 1982 y 1984, por orden de Riina, sus dos hijos desaparecieron para siempre. Se sabe que fueron secuestrados, torturados, estrangulados y disueltos en ácido, una muerte sin dejar rastros. También corrieron la misma suerte su hermano, yerno, cuñado y cuatro sobrinos. Según su esposa y su hija, que declaran en el documental, nunca volvió a ser el mismo, sus hijos mayores tenían treinta y treintaidos años, y los otros familiares no tenían nada que ver con sus negocios turbios.
Desesperado, con un hijo recién nacido, a sabiendas de que era hombre muerto en Italia, intentó suicidarse. Salvado, fue enviado nuevamente a Italia. Anímicamente destruido dijo que solo iba a declarar ante el implacable enemigo de la mafia, el juez Giovanni Falcone, al que ofreció sus valiosísimos testimonios y así comenzó su vida como informante.
Y gracias a sus delaciones, también para la justicia norteamericana, le permitieron vivir con su familia y una identidad distinta en un programa de protección a testigos en Estados Unidos. El principal enemigo de la mafia, el juez Falcone, fue asesinado con un bombazo en plena carretera y junto a él murieron su esposa y tres guardaespaldas.
Tommaso sabía que la vida de su familia seguía corriendo peligro. Contra su propio pronóstico, lo dice el protagonista, nunca pensó morir de cáncer, de ‘muerte natural’. Para frustración de los sicarios sicilianos que peinaban Estados Unidos, falleció de cáncer en un hospital en el año 2000, a los 71 años.
Esta es una historia aleccionadora para un hombre que escogió el mal como modo de vida, pero es a la vez desgarradora para un padre que sufría al tener que esconderle la verdad a su familia, decirles que ‘su cabeza’ y ‘sus cabezas’ tenían un precio, porque la venganza de la mafia siciliana no tiene fecha de caducidad. Apago el televisor.