Más de ocho millones de venezolanos han migrado. Es el segundo mayor desplazamiento después del que ocurre desde Siria. Un millón han ingresado a territorio peruano. Todos, o la gran mayoría, buscan tranquilidad, trabajo y un mejor futuro para sus hijos. Desiré Mendigaña (*) es comunicadora social. Nació en Perú, pero a los tres años migró a Venezuela con su madre. Con la crisis económica del país llanero, tomó sus maletas y cruzó las fronteras por una vida digna. Ha vuelto a sus raíces. Esta es su historia.
Como en la gran mayoría de los hogares sólidos y de buenas costumbres, uno de los principales valores que me inculcaron en mi casa, en Caracas, fue que “ningún trabajo honrado debe avergonzar a nadie”. Y, ciertamente, todo trabajo que no signifique estar pendiente de la ropa y accesorios que tienen los demás para querer hacerse de lo que no es de uno a través de la intimidación y la violencia, no es más que ganarse las cosas con el sudor de la frente.
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Como muchos profesionales, yo tenía un trabajo coherente con lo que estudié. Me desempeñé como pez en el agua durante muchos años: en la producción de audiovisuales culturales, reportajes noticiosos, algunas coberturas de eventos. Con suerte, a veces me salía uno que otro ‘cachuelito’ por ahí, lo que me permitía darme un gustito con ese ingreso extra.
En fin, todo por lo que había quemado mis pestañas durante años de estudio, estaba justificado y demostrado con mi trabajo. Pero por mucho que amara lo que hacía, eso no me alcanzaba para comprarme un par de zapatos. Ni siquiera una réplica, mucho menos un original.
Definitivamente, la vida es una constante prueba de supervivencia en donde los más aptos son los que no se dejan derrotar.
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Una vez, en Colombia, entendí que hay situaciones para las cuales tú te preparas mentalmente y las asumes con increíble coraje. Pero hay otras, que por mucho que te digas a ti mismo “Sí, vale. ¡¡Yo puedo con eso y más!!”. Pero a veces hay un paradigma en tu cabecita, un pequeño saboteo, que no te deja. A mí me pasó, y estoy segura de que a más de uno también.
Luego de tener una evolución profesional satisfactoria; a mis casi cuarenta años estaba yo dejando currículos vitae en cuanto anuncio de ‘Se solicita’ veía. Trabajé en una tienda de ropa de dama, caballero y niños que se llamaba ‘El Hueco’ y, literal, era un hueco lleno de gente. También he trabajado en restaurantes, algunos trabajitos on-line desde casa, etc.
Pero, sin duda, lo que más me costó entender fue que los prejuicios quedaron atrás desde el primer momento en que avancé hacia la puerta de salida de Venezuela. La primera vez que agarré un termo de café y caminé por la plaza principal de aquel pueblito llamado Ocaña en Norte de Santander, Colombia, simplemente me paralicé.
No había palabra que me saliera. Me sentí tan mal. Pero ¿cómo podría sentirme mal por buscar dignamente ganarme el pan de cada día? Pues ese día, sí que me sentí de la patada.
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Nada ni nadie me había preparado para verme ahí con mi termito y mi paquete de vasos, intentando vender café. Bien es sabido que el ser humano es un ser de costumbres. De tal manera que con los días no solo fue café, sino también empanadas, shawarmas, arepas, postres, bisutería y cuanta cosita o ‘cosota’ pudiera vender para ganarme honradamente la vida.
Hoy por hoy, recuerdo esos días con cierto agradecimiento porque a pesar que fueron tiempos muy duros, tuve un enorme aprendizaje. Y es que, entendí que nada dura para siempre. Que adaptarse a los cambios es fundamental para la evolución personal. Esto nos lo confirmó después la llegada del COVID-19, en donde cada uno de nosotros pelea su propia batalla para no dejarse vencer por la adversidad.
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Lamento muchísimo que haya compatriotas que no sepan lo que significa la dignidad, la honradez o la humildad. Lamento profundamente que ese puñado de malos venezolanos sean los principales protagonistas de cuanta noticia de criminalidad sale por los noticieros peruanos.
Lamento enormemente que haya venezolanos que creen que parándose en un semáforo con zapatos rotos, llevando de la mano a un menor de edad que muy probablemente ni siquiera es un familiar, con su respectivo cartelito a mano y dando lastima, van a salir hacia adelante.
Ellos, no nos representan. Nos representan sí, aquellos que, como yo, se levantan todos los días temprano a trabajar por un mejor futuro, por ayudar a los nuestros que siguen allá o sacar para adelante a los que están con nosotros en esta hermosa tierra. Ese puñado de malvivientes no representan a los cientos, miles y millones de hermanos que solo desean tener la oportunidad de demostrar que los buenos somos más.
(*) Desiré M. Mendigaña Mogrovejo. Nace en Lima, Perú, pero migra a Venezuela a los tres años. Egresada como Licenciada en Comunicación Social Mención Audiovisual de la Universidad Santa María en la ciudad de Caracas (Venezuela). Trabajó como productora de televisión en programas culturales, fue reportera y presentadora del noticiero cultural. En 2012, fue corresponsal en Uruguay de la ‘I Gira Internacional de la Orquesta Filarmónica de Venezuela’. En 2018 migró a Colombia donde trabajó como locutora y productora del ‘Noticiero del mediodía’, de la cadena Caracol Radio, en la ciudad de Ocaña. En 2019, regresa al Perú después de 37 años. Distante, pero nunca ausente de la cultura y tradición peruana.
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