¿Es posible que una persona sude sangre? ¿Cómo eran los látigos que se utilizaron durante la flagelación de Jesús? ¿Cómo el cuerpo humano reacciona ante una muerte por crucifixión? En Semana Santa, el Dr. Luis Solari de la Fuente, profesor emérito de la Universidad Católica Sedes Sapientiae (UCSS), explica algunos aspectos científicos sobre la Pasión de Cristo que es importante conocer.
Según las escrituras, Cristo sudó sangre durante su oración en el huerto de Getsemaní, justo antes que lo tomaran preso para iniciar su pasión. Pero, ¿es posible sudar sangre?
El Dr. Luis Solari explica que es un fenómeno no muy frecuente denominado hematohidrosis, donde los vasos sanguíneos capilares que alimentan las glándulas sudoríparas se rompen, provocando que exuden sangre.
“Este tipo de casos suele presentarse en personas que enfrentan condiciones de estrés físico o emocional extremo. Se han reportado cuadros de hematohidrosis en condenados a muerte”, explicó.
De acuerdo a los estudios sobre los instrumentos de tortura que se utilizaban en la época, los látigos usados para flagelar al hijo de Dios eran conocidos como “Flagrum” y estaban hechos de cuero. En la punta llevaban tres tiras donde se incrustaban bolas de plomo y pequeños huesos de animales para causar mayor daño a las víctimas.
“El peso de las bolas de plomo ocasionada un mayor dolor y los huesos se incrustaban en las víctimas, desgarrando la piel. Se estima que Jesús terminó con múltiples laceraciones, tendones abiertos y músculos desgarrados, además de un sangrado profuso. Esta práctica tenía como objetivo ocasionar el mayor daño posible al ejecutado para que no dure mucho tiempo en la cruz”, precisó el profesor emérito de la UCSS.
Se estima que Jesús debía recorrer un total 600 metros camino hasta el monte Gólgota, donde fue crucificado. El madero que llevaba pesaba entre 34 y 57 kilos, según datos históricos. Sin embargo, Cristo no pudo cargar la cruz por la gran pérdida de sangre que registró a consecuencia de la flagelación, la cual le habría ocasionado un shock hipovolémico, que es el colapso del sistema circulatorio.
“Es por eso que, según las escrituras, un centurión romano le pide a Simón de Cirene que cargue la cruz. Para asegurar que Jesús llegue vivo al Gólgota y cumplir con su crucifixión”, explicó el Dr. Solari.
La crucifixión fue inventada por los persas en el año 400 A.C. Luego, fue replicada por los griegos y los romanos. Es considerado uno de los métodos de ejecución más salvajes y crueles ideados por la mente humana. Se aplicaba a criminales que habían cometido grandes delitos, como la rebelión, y tenía como fin exhibir a los sentenciados además de provocarles una muerte lenta y dolorosa.
Distintos historiadores explican que, en la crucifixión, los criminales tenían una larga agonía de 24 horas como promedio, aunque se reportaron casos de personas que permanecieron con vida hasta 9 días en la cruz. En este tiempo, estaban expuestos al frío, el hambre, sed, y hasta a los perros y buitres que devoraban sus órganos.
En el caso de Jesucristo, se estima que agonizó en la cruz por un periodo de 2 horas hasta su muerte, ya que se encontraba muy débil a consecuencia de la flagelación y la pérdida de sangre que sufrió.
Se sabe que los clavos que utilizaron en la crucifixión de Jesús medían aproximadamente 13 centímetros. Fueron incrustados en las muñecas de Cristo y no en las palmas de las manos, como se suele pensar. Igualmente, los pies también fueron clavados y por atravesar nervios importantes, ejercían un dolor insoportable y continuo.
El médico forense estadounidense Frederick Zugibe reportó (1989 y 2005) experimentos con voluntarios para reconocer los efectos que tendría una crucifixión en el cuerpo del ser humano. Los voluntarios participantes, todos adultos jóvenes que en promedio tenían 30 años, fueron amarrados y suspendidos en cruces de 2.34 metros y sus reacciones fueron monitoreadas electrónicamente, con electrocardiogramas, midiendo el pulso y la presión arterial.
“Los estudios detallan que los voluntarios sufrieron fuertes calambres provocados por la incomodidad de la postura, además de un constante hormigueo en las pantorrillas y muslos”, comentó el Dr. Solari. Agregó que, gracias a las investigaciones, se sabe que la muerte en la cruz es lenta y que el sentenciado aqueja espasmos de dolor, náuseas y la imposibilidad de respirar adecuadamente.
Sin embargo, no se puede afirmar que la insuficiencia respiratoria fuese la causa principal de la muerte de Jesús. El Dr. David Ball (2008) hizo un estudio con voluntarios de 18 a 35 años y concluyó que no pudo establecer que la asfixia jugara un rol principal en la muerte por crucifixión.
Según el Dr. Solari, la muerte en la cruz se termina dando por múltiples factores y no solo por insuficiencia respiratoria. Para poder respirar, el individuo debía apoyarse en sus pies, para que los músculos tensionados, se alivien por un instante al menos. Cuando esto se hacía, el clavo desgarraba el pie.
“Para acelerar la muerte de los sentenciados, los soldados romanos solían fracturar las piernas de las víctimas, de manera que no puedan apoyarse sobre el madero. Sin embargo, Jesucristo estaba tan débil que no fue necesario hacerlo”, concluyó el profesor emérito de la UCSS.
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