
Hace unas semanas, cuando me enteré de que la exfiscal antidrogas Flor de María Maita Luna había sido detenida, me pregunté cómo había hecho esa autoridad para mantenerse prófuga durante ¡24 años! Es todo un récord que una funcionaria tan visible haya estado tanto tiempo en la clandestinidad, pese a que tenía un pedido de captura desde el año 2002.
Maita es toda una celebridad: Vladimiro Montesinos, cuando era el jefe de inteligencia de Alberto Fujimori, la convirtió en la más poderosa fiscal de la lucha contra el narcotráfico en el país. Todos los casos de alto vuelo pasaban por sus manos.
Maita recibía órdenes de Montesinos para digitar los casos de acuerdo a su conveniencia y de la importancia del investigado. Un inocente podía ser convertido en culpable o un culpable en inocente. El siniestro Montesinos era quien decidía.
La exfiscal, según la acusación que existe contra ella, era parte de la red de magistrados que el asesor de Fujimori formó para controlar el Ministerio Público y el Poder Judicial.
A cambio de esa labor, ella recibía —al igual que las otras autoridades judiciales— sumas de dinero mensuales en dólares del Estado, que pertenecían a los fondos reservados del SIN. Contra Maita pesan dos cargos graves: la declaración que brindó la exsecretaria de Montesinos, Matilde Pinchi; y la copia de un documento, con su propia letra, que ella envió al SIN reclamando uno de sus pagos mensuales que no le habían enviado.
Nacida en Jauja, Flor de María Maita es una antigua conocida de este columnista. En 1995, investigó el más grande caso de narcotráfico conocido como ‘Los Norteños’, en donde el principal implicado era Fernando Zevallos, alias ‘Lunarejo’, a quien yo también investigaba periodísticamente en el diario El Comercio.
Maita casi nunca conversaba con periodistas. Solo lo hacía cuando era abordada en las afueras de la fiscalía o del local de la Policía antidrogas. Era reacia a los medios de prensa. Para mí era necesario tener un contacto directo con ella.
Un día me enteré de que estaba buscando un documento antiguo del historial de Zevallos, que yo lo tenía. Fui a buscarla a su despacho. Su secretaria me dijo que la fiscal no recibía a periodistas, que todo lo gestionara por la oficina de Relaciones Públicas.
Le pedí que le dijera que tenía un documento que a ella le interesaría ver. Minutos después me hizo pasar. La desconfiada fiscal ni siquiera me dijo que tomara asiento, pero todo cambió cuando leyó el papel. Nunca fue una autoridad confiable. Muchos sabíamos que trabajaba directamente para Montesinos.
No era muy difícil de advertir que estaba entrenada para ocultar secretos, como hasta ahora lo hace. Cuando fue detenida y le preguntaron dónde había estado escondida, la jaujina respondió que siempre estuvo en su casa, esperando que la Policía fuera por ella, pero nunca llegó. El cinismo a prueba de balas. Nos vemos el otro martes.
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