(Foto: Congreso)
(Foto: Congreso)

Una gran mayoría sostiene que este es que hemos tenido. Para este sencillo columnista, sin embargo, el más desastroso ha sido aquel que controló el fujimorismo, a su regalada gana, con su poderosa bancada de 73 congresistas, lo que provocó su inconstitucional disolución.

Ese momento es la madre de todos los pesares políticos que vivimos hoy los peruanos. No solo se cerró esa institución, sino que aquello originó una inestabilidad política atroz que nos llevó a tener, en 2020, tres presidentes en un año.

En lo que sí habría consenso general es que el actual Congreso es el más ocioso del mundo. La mayoría de sus congresistas, salvo algunas excepciones, son campeones mundiales de la ociosidad y la virtualidad. En la práctica, son unos fantasmas. No asisten al Congreso, solo se conectan virtualmente en sus computadoras o teléfonos celulares para participar en las sesiones.

Terminada su exposición o comentario de algunos minutos, nadie sabe si en realidad están atentos al debate, en qué lugar están y a qué se dedican después de su participación.

La ociosidad es tal que, incluso para cobrar, no tienen por qué asistir. Sus sueldazos se los depositan directamente en sus tarjetas de débito. Muchos, incluso, utilizan las promociones ‘cuenta sueldo’ para conseguir descuentos en los restaurantes. He sido testigo presencial de esa grosería.

Un informe minucioso del periodista Martín Hidalgo, jefe de la página editorial de El Comercio, los ha puesto al descubierto documentadamente. Hidalgo analizó 217 sesiones de comisiones ordinarias realizadas en lo que va del 2025 y descubrió que, en veinte de ellas, los presidentes de esas comisiones ¡sesionaron solos sin la asistencia de sus colegas! Y en el resto de las reuniones, apenas asistieron, en promedio, unos cinco congresistas.

Las comisiones ordinarias, por cierto, no son cualquier cosa. Son la columna vertebral del trabajo legislativo: allí se analizan, debaten y discuten técnicamente los proyectos de ley y se fiscaliza al Ejecutivo. Muchos se preguntan, entre otras cosas, qué hacen los siete o hasta doce asesores que tienen los parlamentarios si ellos solo participan virtualmente y ni van a sus oficinas.

No hay duda que la mayoría de los congresistas se aprovecha de esta herramienta de la virtualidad, que fue dada en el año 2020 por la emergencia sanitaria que vivíamos debido al COVID-19.

Todos los organismos del Estado y privados se acogieron a esa medida, pero cuando esta se superó todo volvió a la presencialidad. El único que no lo ha hecho es el Congreso de la República.

Algunos dirán, bueno, pero el trabajo virtual de los congresistas evita gastos administrativos y logísticos al Congreso. Eso no es cierto, puesto que todos esos gastos están cubiertos y forman parte del presupuesto anual de esa institución.

Ninguno de los dos últimos presidentes del Congreso ha podido acabar con este privilegio de los congresistas fantasmas. Tal vez el que llegue en julio tenga los cojones para hacerlo. Nos vemos el otro martes.

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