
Hasta hoy, el joven sicario que le disparó en la cabeza al precandidato presidencial y senador colombiano Miguel Uribe Turbay, poniéndolo al borde de la muerte, no ha dado pista alguna de quién ordenó el atentado. De hecho, desconoce al autor intelectual del mismo. Para llegar hasta el cerebro de ese ataque hubo que utilizar, por lo menos, una veintena de enlaces. Será difícil identificarlo y atraparlo, aunque la policía colombiana es una de las más eficientes de la región.
Una probable pista bien podría llevar al narcotráfico o a los grupos terroristas que aún operan allí. Aunque ya no se viven los tiempos violentos que entre los años 80 y 90 asolaron ese país, Colombia sigue siendo el principal productor de cocaína en todo el planeta. Le siguen Perú y Bolivia. Tal es la cruda realidad.
Lo ocurrido a Uribe me ha hecho recordar al también colombiano Pablo Escobar, el más poderoso narcotraficante del mundo, quien desencadenó una ola de sangre en su país hasta su muerte en 1993.
Escobar no tenía escrúpulo alguno para acabar con la vida de todo aquel que se oponía a su negocio y que apoyara la extradición de los narcos a Estados Unidos.
En 1989, les puso la puntería a dos políticos que postulaban a la presidencia y anunciaban una lucha frontal contra el narcotráfico y respaldaban la extradición: Luis Carlos Galán y César Gaviria Trujillo.
Al igual que el atentado de Miguel Uribe Turbay, Pablo Escobar aprovechó un mitin que realizó Galán en una localidad llamada Soacha para asesinarlo. Para ello contó con la ayuda de Miguel Maza Márquez, el mismísimo jefe del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), el poderoso organismo de inteligencia y contrainteligencia que se encargaba de su seguridad personal.
Cuando el político se encontraba saludando a sus seguidores en un estrado de madera, un sicario le disparó con una subametralladora. Cinco balazos le cayeron en el cuerpo. Uno de ellos le perforó el abdomen, causándole un paro cardíaco inmediato. Murió minutos después.
Tras su muerte, la posta de la candidatura presidencial la tomó su íntimo amigo César Gaviria, a quien Escobar también ordenó matar. Según libros que se han escrito sobre este tema, los sicarios de Escobar reclutaron al hijo de una familia pobre. Le dieron dinero y un boleto para que realizara un viaje de Bogotá a Cali en la aerolínea Avianca.
Los infiltrados que tenía Escobar en el DAS le habían dado hasta el número de vuelo, el 203, en el que viajaría Gaviria. Antes de embarcarse en esa misma nave, los asesinos le regalaron al reclutado una grabadora. Le dijeron que cuando el avión estuviera en el aire apretara el botón de encendido para que escuchara música.
Cuando lo hizo, un explosivo se activó y el avión estalló en mil pedazos. ¡Murieron 107 personas! César Gaviria se salvó porque, en el último minuto, canceló su viaje. Los narcotraficantes no tienen límites. Nos vemos el otro martes.
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