Cristian Hernán Yong Granadino tenía 30 años cuando decidió desaparecer de España. Era noviembre de 2010 y ya todos los indicios lo apuntaban como el principal sospechoso del asesinato de Silvia Rodríguez Fernández, una adolescente de 16 años con la que había tenido una relación marcada por violencia y acoso. Esa misma tarde del crimen, tomó un vuelo rumbo a Lima, su ciudad natal, dejando atrás un cadáver dentro de una maleta y una investigación que no tardaría en cercarlo.
Su historia empezó mucho antes. Yong llegó a España en 2003 acompañado por su madre. Cinco años después conoció a Silvia, entonces de 14, con quien comenzó una relación que, según su entorno, pronto se tornó conflictiva. Ella trabajaba y utilizaba su salario para mantener a un hombre que nunca tuvo empleo, mientras soportaba episodios de maltrato físico que terminaron por quebrar la relación en octubre de 2010.
Pero la ruptura no lo detuvo. Todo lo contrario. Según las investigaciones, Chuki intensificó el acoso: enviaba mensajes, vigilaba sus movimientos, iba a su trabajo y, bajo los efectos del alcohol, llegaba a patear la puerta de su casa para entrar por la fuerza. Tres semanas después de esa separación, la violencia escaló al punto irreversible.
El 10 de noviembre de 2010, Silvia desapareció después de pasar la tarde entre su casa y la de una amiga. La familia pensó que había dormido fuera. La realidad era devastadora: un hombre que rebuscaba en la basura encontró una maleta verde en un contenedor de Leganés. Dentro estaba el cuerpo degollado de la adolescente. Testigos aseguraron haber visto a Chuki transportando una maleta similar horas antes.
Para entonces, Chuki ya había planeado todo. Días antes había comprado un boleto de avión a Lima. Antes de abordar, se despidió de su casero alegando que viajaba por la enfermedad de un familiar. No volvió más. Se fue dejando huellas, sangre, ADN y una ciudad conmocionada.
Seis días después del crimen, Interpol emitió la notificación roja internacional. Europa entera lo buscaba. Con el tiempo, su rostro fue incluido en la lista de los más buscados de Europol. Incluso se difundió una recreación de cómo luciría a los 44 años. Pero en Lima, él se movía con otra identidad, otro apellido, otra vida.
Quince años duró esa fuga silenciosa. Mientras la Policía española lo seguía considerando uno de los criminales más buscados, en Perú vivía camuflado con documentación fraudulenta. Su habilidad para ocultarse no se explica sin un detalle clave: la verificación biométrica, que años después sería decisiva para su caída, no existía con la precisión que hoy maneja la policía peruana.
La orden internacional se mantenía viva. En diciembre de 2024, Europol volvió a poner su nombre en la lista roja. La presión aumentó. Su círculo se estrechó. Y finalmente, una operación de la Dirección de Investigación de Trata de Personas y Tráfico Ilícito de Migrantes, con apoyo de Interpol Lima, logró rastrear sus movimientos.
Este viernes, exactamente a las 2 de la tarde, la Policía Nacional del Perú lo detuvo en Lurín, al sur de Lima. Estaba cerca de la empresa Alimentos Cielo, donde trabajaba como almacenero, cuando los agentes confirmaron su identidad con verificación biométrica. No hubo margen de error: el hombre que se escondía detrás de un DNI falso era el mismo que había huido en 2010 con el nombre de alias Chuki.
Su error había sido tramitar un nuevo DNI con el nombre de Christian Jesús Mejía Yauri en el Reniec de Villa El Salvador. Sin embargo, sus huellas digitales despertaron la alerta.
La captura fue anunciada por las propias autoridades peruanas. El general Aldo Ávila Novoa explicó que habían logrado ubicarlo tras semanas de vigilancia, inteligencia y cruces de datos. Europa llevaba 15 años esperando este momento.
Según la investigación original, Silvia lo conoció a los 14 años, convivió con él bajo maltrato y terminó la relación apenas semanas antes del crimen. Su cuerpo apareció dentro de una maleta a pocos metros de la vivienda del propio Chuki, que esa misma tarde abordó un vuelo a Lima. Hoy, a sus 45 años, permanece detenido a la espera del proceso internacional.
Su caída cierra una de las fugas más largas y perturbadoras registradas por Europol. Quince años escondido en el mismo país donde nació. Quince años bajo un nombre falso. Quince años cargando con un crimen que, finalmente, lo alcanzó.
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