La madrugada aún no se iba cuando el asfalto de la antigua Panamericana Norte se convirtió en escenario de un hallazgo brutal. A la altura del kilómetro 154, transportistas se toparon con el cuerpo sin vida de una mujer y dieron aviso a las autoridades. La escena, en pleno tramo que cruza el norte chico, estremeció a Huaura.
Horas después se confirmó la identidad. Se trataba de Ismar Yamilet Rincón Barrios, una joven venezolana de apenas 19 años. Su cuerpo había sido abandonado en el sector de Loza, en el distrito de Végueta, y presentaba signos de una violencia que no dejó margen a dudas sobre la crueldad del crimen.
Ismar no llevaba mucho tiempo en el país. De acuerdo con información de las autoridades, había residido en el Perú entre cinco y ocho meses y no contaba con familiares en territorio nacional. Su historia, corta y marcada por la migración, terminó abruptamente sobre una carretera.
En el lugar del hallazgo se hicieron presentes efectivos de la Policía Nacional y representantes del Ministerio Público, quienes realizaron el levantamiento del cadáver e iniciaron las diligencias. Desde un primer momento, las hipótesis apuntaron a que la joven fue asesinada en otro punto y luego abandonada en la vía.
La identificación no fue inmediata, pero el cuerpo hablaba. Los peritos encontraron tatuajes que resultaron clave: un escorpión con un corazón y una frase junto a una mariposa, grabados en una de sus piernas. Esas marcas particulares permitieron confirmar que la víctima era Ismar Yamilet Rincón Barrios.
Otro detalle terminó de cerrar el círculo. En su cuerpo figuraba tatuado el nombre de su hijo, un menor de cuatro años que hoy queda en la orfandad. Ese elemento no solo ayudó a la identificación, sino que reveló una faceta íntima de la joven: era madre y cargaba ese vínculo en la piel.
Los primeros reportes forenses señalaron que Ismar presentaba cinco impactos de bala. Además, los especialistas advirtieron indicios de que habría sido torturada antes de morir, un dato que refuerza la línea de investigación sobre un crimen ejecutado con extrema violencia.
El asesinato de Ismar Rincón Barrios encendió las alertas por un posible vínculo con redes de trata de personas. Las autoridades no descartan que el caso esté relacionado con organizaciones de proxenetismo, donde este tipo de crímenes suele utilizarse como método de intimidación contra quienes intentan denunciar o desligarse.
Las investigaciones en el país han demostrado que muchas víctimas de trata terminan expuestas a episodios de violencia extrema cuando buscan salir de esas redes. En ese contexto, el caso de la joven venezolana se suma a una problemática que sigue bajo investigación.
Durante el 2025, según datos del Ministerio del Interior, se ejecutaron 175 operativos a nivel nacional y se logró rescatar a 190 víctimas de este delito. Sin embargo, muchas mujeres no logran ser auxiliadas a tiempo y quedan atrapadas en entornos dominados por organizaciones criminales.
La Dirección Contra la Trata de Personas y el Tráfico Ilícito de Migrantes ha realizado operativos en regiones como Junín, Apurímac e Iquitos, donde se rescataron 27 personas, entre ellas siete menores de edad. Estas intervenciones expusieron las condiciones precarias en las que operan estas bandas, muchas veces ocultas bajo fachadas comerciales.
El crimen ocurrido en Huaura vuelve a poner la mirada sobre Huacho y distritos cercanos, señalados como zonas con alta incidencia de asesinatos contra ciudadanas extranjeras. En medio de esa estadística y de una carretera silenciosa, la historia de Ismar Rincón Barrios queda como el rostro joven de una tragedia que aún busca respuestas.
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