Muerte de 'China Baby': Investigación en Perú
Muerte de 'China Baby': Investigación en Perú

Una semana entera estuvo sin nombre, flotando entre desechos y tuberías. Fragmentada, olvidada, convertida en símbolo brutal del crimen impune en Lima. El programa ‘Estás en todas’, en su sección ‘Crimen y castigo’, recordó este sábado el caso de ‘China Baby’, la historia de una joven que quiso ser libre, pero terminó cayendo en las garras del crimen. Y que, como tantas otras, no podrá contarla. Pero nosotros sí.

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Hace poco más de un mes, los trabajadores de Sedapal nunca imaginaron que encontrarían restos humanos mientras revisaban los filtros de La Atarjea, en El Agustino. La sorpresa inicial dio paso al horror: partes del cuerpo de una mujer, meticulosamente cortadas, abandonadas como basura. Era el 9 de junio. Nadie sabía quién era. Pero el tatuaje en su espalda habló cuando nadie más pudo.

En tinta negra decía: ‘Paula Sophia’. El nombre de su sobrina. Esa fue la clave que permitió identificarla. Era Fabiola Alejandra Caicedo Piña, de apenas 19 años, conocida en redes como ‘China Baby’, tiktoker venezolana que había llegado al Perú con la ilusión de empezar de nuevo, pero terminó asesinada con sevicia.

DE LAS REDES AL INFIERNO

Nació en Barquisimeto y cruzó la frontera a los 16 años, acompañada por su pareja de entonces, Mayner Yoffrey Giménez Castillo, un hombre 21 años mayor. Vivieron en Huaycán. Compartían una habitación en la UCV 25, zona B. Ahí, el 17 de diciembre de 2022, él apareció muerto.

La versión oficial: suicidio. Pero la familia del fallecido no lo creyó nunca. “Fabiola lo mató”, decían en redes, donde incluso crearon páginas con su rostro pidiendo justicia. Nunca hubo una acusación formal, pero el juicio popular la marcó de por vida.

Siguió adelante. Bailaba, modelaba, se reinventaba. Se hacía llamar ‘China Baby’ y subía videos desde discotecas de Independencia y Ate. En su cuerpo llevaba tatuajes con frases en inglés, flores y mariposas, sin imaginar que serían esas marcas las que ayudarían a devolverle su identidad cuando ya era tarde.

HORROR SIN NOMBRE

El informe forense fue una radiografía del horror. El doctor José Luis Pacheco, del Instituto de Medicina Legal, confirmó lo que nadie quería oír: “Tenía quemaduras en piernas y pies. El descuartizamiento fue post mortem. Usaron una herramienta de corte preciso. Esto no fue improvisado”.

Del 9 al 15 de junio, sus restos fueron apareciendo en distintos puntos del sistema de agua. El crimen tenía el sello del crimen organizado: tortura, mutilación, descarte. “Esto fue un mensaje”, aseguró un perito policial.

Y el mensaje era claro: nadie se mete con estas mafias y sale ileso.

Los restos descuartizados de la joven fueron hallados en las rejillas de las bocatomas de La Atarjea.
Los restos descuartizados de la joven fueron hallados en las rejillas de las bocatomas de La Atarjea.

¿VENGANZA O MAFIA DE TRATA?

Para la Policía hay dos líneas. La primera: un ajuste de cuentas. La familia de Mayner Giménez nunca perdonó su muerte. En redes la señalaron y hasta circularon audios donde Fabiola —llorando— parece admitir su culpa: “No puedo decir que hice todo, pero sé que Mayner se lo merece... Yo podré escapar, pero no de mi consciencia”.

La segunda: trata de personas. Fabiola había llegado sin documentos, siendo menor de edad, y según la Dirincri, habría trabajado en locales de la zona rosa de Santa Anita e Independencia. Habría sido captada por una facción del ‘Antitren’, organización criminal con presencia en Lima Este.

Los detectives creen que esa mafia le daba “protección” mientras ella ofrecía servicios sexuales. La noche antes de su muerte, fue sacada de una fiesta con engaños. Luego la torturaron, le quemaron los pies y piernas, y la asesinaron.

DESMEMBRADA, SILENCIADA, BORRADA

El cuerpo seccionado fue arrojado al río Rímac. El agua hizo el resto. La joven apareció en pedazos. Su rostro se borró. Pero no sus tatuajes.

El primero que la reconoció fue un familiar, al ver su espalda en un reportaje televisivo. Después, su prima confirmó la desaparición. Y entonces, las redes volvieron a hablar. Fabiola había subido su último TikTok el 5 de junio. En el video aparecía sonriente, cantando, desafiando la tristeza que arrastraba desde hacía años.

El crimen, por su ensañamiento y precisión, fue derivado a la unidad de trata de personas. Se investiga una posible red que captura a mujeres jóvenes con aspiraciones de influencer y las esclaviza con fines sexuales. En las últimas semanas, otras mujeres han sido encontradas muertas y escondidas en maletas, flotando en ríos o tiradas en descampados.

La PNP ya maneja varios nombres. Analizan cámaras de seguridad, audios, chats y publicaciones. Pero aún no hay detenidos.

EL CLAMOR DE UNA FAMILIA

“Era imposible no reconocerla. Ese tatuaje era todo para ella”, escribió su tía. “Yo solo pido que esto no quede impune”, dijo su prima en redes sociales.

La historia de Fabiola no es un caso aislado. Es una advertencia. Una postal cruda de cómo operan las mafias que trafican con la vulnerabilidad. Mujeres que cruzan fronteras para soñar, y terminan convertidas en cuerpos sin nombre.

Sus restos siguen incompletos. Las autoridades buscan más fragmentos. La familia exige justicia. Y miles de usuarios en redes, que alguna vez la vieron bailar en TikTok, ahora ven con horror las imágenes de sus tatuajes en reportes forenses.

Tenía 19 años. Un tatuaje decía: “Ámame como soy”. Pero nadie la amó lo suficiente para salvarla. Solo su piel gritó lo que su voz ya no pudo.

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