Con un sonrisa coqueta, como si acabara de cometer una travesura inocente, la ‘Gata’ narraba la manera en la que le había quitado la vida a dos hombres sin remordimiento. Así saltó a la fama Shirley Silva Padilla, quien cumple 25 años de prisión, tras haber asesinado sin remordimientos a un chifero que no le puso pollo a su arroz chaufa. Esta es su historia.
La noche del 25 de octubre de 2017, en San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado de la capital, Shirley Silva disparó dos veces contra Álex Maticorena (21), un DJ que además era su excompañero de clases.
Aquel día miércoles, había estado tomando con Francisco Alhuay (31), su novio de paso, cuando Álex se les cruzó y, sin motivo aparente, se enfrascaron en una discusión, golpe tras golpe.
Shirley, entonces, sacó una pistola Browning que había robado por la mañana a Saúl Huilcaya (40) —la misma con la que amenazó a su familia para que le diera dinero— y disparó a quemarropa dos veces.
Mientras Álex se desangraba en la vereda, ella y Francisco caminaron hacia un chifa de la avenida Santa Rosa, a pocos minutos de allí, y ordenaron un arroz chaufa.
Cuando Fredy Marcas (27), el cocinero, lo puso sobre la mesa, Shirley alzó la voz para reclamar que en el plato apenas había algún pedazo de pollo.
— ¿Esto es lo único que viene?— preguntó.
—Sí, señorita— dijo él, y no pudo decir nada más.
Shirley volvió a apretar el gatillo. En menos de una hora, se había llevado de paso a dos personas, pero no le importó demasiado: los dejó tendidos sobre el pavimento; después, en un mototaxi, llegó hasta el hotel El Dólar junto a Francisco como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, al parecer Francisco sí tenía remordimientos y pasado, quizás, el efecto de la adrenalina o alguna droga, decidió delatarla: Mientras ella dormía, fue a la comisaría y le contó todo a la Policía. Los agentes la encontraron allí, en el hostal, desparramada sobre las sábanas.
Ambos —se sabría después— pertenecían a la banda ‘Los diabólicos de San Juan de Lurigancho’. Él ya registraba una entrada al penal, ella tenía ya un prontuario de miedo. Detrás de sus ojos brillaba una impenitencia absoluta.
— ¿Estas arrepentida?— le preguntó un agente, mientras la grababa.
—Es que yo no sé, no me acuerdo. Estaba borracha, es como si no los hubiera matado— dijo Shirley, sonriendo casi. Le decían ‘La Gata’.
“Estaba en el chifa y no me dieron pollo, y el señor quería que le pague, pero si no había pollo (…). Me agarró el brazo, cerraron con llave y no vi cuando le disparé. Solamente le disparé, le apunté y le disparé. […] Me encontré con mi compañero Chombo, de la promoción. Los dos estaban en el piso peleándose, y agarré y le metí dos plomos”, mencionó la mujer en un medio local.
Tenía 22 años, una compilación de fotografías con armas, desnuda, videos pornográficos –se prostituía para drogarse– y tenía, sobre todo, una biografía de terror.
En 1995, el mismo año en que Sendero Luminoso hacía explotar un coche bomba frente al hotel María Angola, en un barrio llamado Villa Hermosa, Canto Grande, SJL, nacía Shirley Silva. Dicen que era una niña tímida, introvertida, solitaria casi.
Miguel Ángel Silva, su padre, la abandonó a los 14 años, y ella quedó a cargo de sus tres hermanos. De su madre no hay rastros. No terminó la secundaria (se quedó en el primer año). Nunca fue buena en colegio.
Para ella, en ese barrio marcado por la miseria y la delincuencia, en la calle, en las noches de sexo y alcohol y drogas, estaba la vida, lo más cercano a la felicidad.
El chico que deliraba con terocal y cigarrillos de marihuana. La chica que se acostaba con diez mientras jalaba cocaína. La que vendía drogas con uniforme de colegiala. El que se cortó las venas. Ellos eran sus amigos.
Shirley “es una representante visible de una generación que a muy corta edad ya está cancelada”, señala el historiador Augusto Lostaunau en uno de sus artículos.
Le fascinaban las películas de terror y las series sobre asesinos. Dicen que escribía sobre la muerte. Que hablaba sobre la muerte. Que tenía una fascinación con la muerte. Dicen, también, que el día en que su padre se marchó, Shirley lo apuntó con un cuchillo.
Sea como fuere, empezó a delinquir muy pronto: a los 18 años, en octubre de 2013, asaltó un chifa de la avenida Próceres de la Independencia y, solo un año después, en mayo de 2014, atacó a un sereno en Jesús María.
En ambas oportunidades fue llevada a la comisaría. El día en que la detuvieron por asesinar a dos personas, en su Facebook, Shirley escribió: “Gente, su Gata regresará con más fuerza”.
Tras ser sentenciada a 25 años de cárcel en el 2018 y haber intentado huir del penal Anexo de Mujeres de Chorrillos, la vida colocó a ‘La Gata’ en la región Junín, internada primero en el Penal de Concepción y ahora en Jauja. Su salida está programada para el 2043.
El año pasado, ante una visita del cardenal Pedro Barreto, ‘La Gata’ aseguró haber cambiado. “Eres chévere y he cambiado. Lo puedes ver en mis ojos, mis ojos no mienten”, le dijo Shirley a Barreto mientras estrechaba su mano. Su voz ya no es cruel ni llena de sarcasmo como cuando confesaba sus crímenes.
Después de 6 años en prisión, ahora con 28 años, Shirley Silva reflexiona desde otra perspectiva sobre los crueles crímenes que cometió. “Yo no estuve consciente, estaba poseída por los placeres. Me dejé llevar y por eso me encuentro aquí, por la vida que llevaba”, dice.
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