El sueño de Carlos Orozco, quien cumple una condena de 10 años en Castro Castro, es que al lograr su libertad, sus hijas lo esperen con los brazos abiertos. Dispuestas a disculparlo e iniciar una nueva vida. Una vida que transcurra por los caminos de lo correcto, esta vez.
Carlos espera, también, publicar sus manuscritos. Esos textos que ha ido escribiendo a pulso, entre reyertas ‘caneras’. A continuación, uno de ellos.
UNA VIDA QUE SE CONSUME
Carlos Orozco / Castro Castro
Mientras camino lentamente, recuerdo esta frase: “¡Ojalá que te pudras en la cárcel!”. Esta frase era muy común entre los que yo conocía, al enterarnos por algún medio informativo de la captura de personas que habían cometido algún delito. Muy indignados lanzábamos esa frase, deseándole lo peor a esa persona. La cárcel, el penal, era el destino perfecto para esos delincuentes que nada tenían que ver con nosotros, ellos eran los desalmados, los enfermos, los sin sentimientos y merecían estar ahí, ¡nosotros no!...
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Pero la vida es así, ahora voy casi cinco años preso. Me faltan cinco años más para mi libertad. Diez años de mi vida se consumirán aquí ¡Y no volverán!
Mientras camino, choco con un compañero en el patio de mi pabellón en el penal Castro Castro. Le pido disculpas, no importa quién tiene la razón, la cosa es evitarse problemas, siguiendo con el último consejo que me dio mi madre: “No te metas en problemas”. Ella dejó de acompañarme hace casi 3 años, se la llevo el Señor. Mi familia dice que murió de pena, porque no me pudo sacar de aquí. Ese día lloré como un niño, pero siempre me acuerdo de ella, ahora vive en mi mente y corazón.
La siguiente pena que tengo es sobre mis hijas. Ya están adolescentes y casi no me contestan las llamadas del ‘azulito’ (teléfono). Sus amigos ahora son su prioridad. Temo que den un mal paso y por aconsejarles mucho creo que se aburrieron de mí.
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La cárcel es triste y te desespera ser una persona que va siendo olvidada poco a poco. Fuera de esto me acostumbré a la rutina del día a día. Evito problemas y muchas personas de aquí disfrutan creando caos, son ‘caneros’, quieren que los obedezcan o respeten por tener varios ingresos pero, bueno, es cosa de ellos.
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Es bueno ver que la mayoría de mi pabellón busca hacer algo con su tiempo: estudian y trabajan gracias a que el INPE y el Cetpro nos ofrecen cursos, talleres, etc. Yo, por ejemplo, estoy en un taller de ajedrez y aparte me gusta leer y escribir. Cuando leo una obra, mi mente sale de esta prisión, ¡Y ya escribí un libro! ¡Cómo quisiera publicarlo! Sonrío y digo: No estoy tan mal, cinco años más y me encontraré con mis hijas.
¿Me esperarán afuera para recogerme? Ojalá que sí, después trabajaré. Si nadie me da trabajo venderé lo que aprendí a hacer aquí: billeteras, monederos, carteras o quizá sea un escritor famoso. Soñar no cuesta nada, la cosa es no dejarse vencer por el desaliento y la falta de esperanza. ¡Aquí, en la cárcel, solo se pudre el que quiere!
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