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Miguel Humberto Solari, 37 años, natural de Lima, cuarta generación de genoveses afincados en estas tierras, maneja una camioneta utilitaria Subaru Forester modelo 2016 de lunas semi polarizadas con la advertencia Baby on board.
Silvana Romaní, 29 años, natural de Lima, se traslada a bordo de su estrenado Suzuki Aerio hatchback 2017, fabricación 2016. Hace señas con el direccional para que le permitan incorporarse al carril izquierdo. Va con premura, pero para su mala fortuna son las 8:35 de una mañana previsiblemente congestionada y un taxi decidió sobreparar a media cuadra para negociar una ruta a la que no irá con una dama de mediana edad.
Miguel Humberto mira las direccionales y acelera. No sólo él, Manuel que viene detrás, María Teresa, Fabrizio y Wilson Romaní, conductor de la 73, familiar lejano de Silvana. Todos ellos formarán un circunstancial trencito tirados por la invisible locomotora del a-mi-no-me-jodas. Ninguno cederá el paso. Silvana ha cometido el proverbial error de los recién egresados del Touring: mostrar sus intenciones. Los días en la pista le enseñarán a ella y los demás cachimbos pisteros lo que el manual calla: en el póker del tránsito, el enigma te arma la mejor mano.
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Para Manuel Cahuana, natural de Puno, no se puede vivir pendiente de lo que el resto piense y el trabajo dignifica al hombre. Muchos conocidos suyos del barrio y en las zonas aledañas al Conjunto Habitacional Martinete en Cercado, llevan mala vida: drogas, delitos menores, mayores. El otro día un conocido suyo llegó borracho a casa y le destajó la cara a su mujer con una botella, ahora está prófugo. Él no, él chambea, conduce un Chevy del 2007 comprado en ganga por 4500 USD que viene auspiciado por Radio Exitosa, Karibeña y Con mis hijos no te metas. Por eso los cláxones ininterrumpidos de furibundos conductores que planifican mal su tiempo le dicen poco; si parar en el carril izquierdo para recoger a un pasajero desde la acera izquierda es necesario para parar la olla, no hay mucho que pensar. Lima es la capital del Perú, pero a veces puede ser también Londres.
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Marité Robles es la tornasolada propietaria de una camioneta Mercedes Benz 350. Es como Silvana sólo que con más dinero, más experiencia y (por eso mismo) menos escrúpulos. Como Silvana, ella también es parte de una sociedad transicional, con más incertidumbres morales que certezas, un ethos que transita del viejo patriarcalismo aristocrático al feminismo púber, al menos en su clase social e inmediaciones. Aunque a ella no le consta mucho, habría salido a marchar en Ni una menos si no hubiese tenido nada qué hacer, la causa es justa, hay tantas bestias. Quizá por eso, cuando ve al padre progresista con el hijo en coche dispuesto a cruzar la calle, le aflora un nosequé rebelde, combativo, antipatriarcal… y acelera. (Estadísticas en el Perú señalan que 1 de cada 20 mujeres en camioneta cede el paso a un peatón hombre, 2 de 20 a un peatón hombre con hijo a cuestas… ninguna diferencia significativa si se trata de peatón mujer, lo que parece contradecir la última afirmación).
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Fabrizio apellida Benavides de la Quintana y esa cuestión nominal tiene un peso específico en los círculos que leen diarios serios y en los que no también, sólo hace falta verlo: es blanco. Benavides de la Quintana va rápido en su sedán de gama alta. A través de las lunas polarizadas se pueden distinguir los gemelos de platino y la nívea camisa. Como todo joven CEO debe conducir un auto alemán. Si de algo saben los alemanes es de elegancia, desde los formidables uniformes Hugo Boss de las SS dirigidas por Heinrich Himmler a los bólidos de diplomáticos, políticos, empresarios y demás fauna aristocrática. Benavides de la Quintana, surfea Lima, anticipa, mira a través del parabrisas del auto que va adelante, zigzaguea, adelanta, 420 caballos de fuerza a 2500 rpm, esquiva, pone a prueba la suspensión multi-link del auto: Das Auto. Intrépido, asertivo y un poco 007, Benavides de la Quintana, hay que decirlo, no sólo es lo que se dice un ganador sino que además no es ningún cojudo, él sabe que si vas a doblar a la izquierda, sólo un cojudo se pega a la izquierda y hace su cola para dar el giro. No, para Benavides de la Quintana siempre hay suficiente espacio al lado derecho del primero de la fila porque para Benavides de la Quintana siempre hay primera fila. Acostumbrado a llegar primero, recibir primero y golpear primero, todo se trata de actitud mental. Nada de confusas gimnasias intelectuales buenas para convencer a incautos estudiantes de primeros ciclos de ética. Castillos de humo. La vida es simple, práctica y hay que adaptarse, este país funciona así: es mejor pedir perdón que pedir permiso.
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Manejar un bus de 25 toneladas, es casi reivindicativo para Wilson Romaní. Los autos no son sólo funcionales, son también símbolos de estatus. Pero en esta suerte de distopía madmaxiana que es el tránsito limeño, hay cierta jerarquía primitiva que se erige triunfante. Gracias al decreto ley 651 del fujimorismo, al final no importa cuánto dinero gastaste, cuan exquisito el diseño, el tipo de suspensión, ni ninguna otra frivolidad civilizatoria, aquí se impone quien tiene menos miedo al roce. Y ese, con frecuencia, es el poder del más grande. Del más grande y el más curtido. Wilson casi nunca choca. Después de 14 horas inmerso en ese baile libidinoso de embrague y freno, embrague y freno, parece increíble. El no choca, a él lo chocan. Casi siempre algún envalentonado imprudente, demasiado confiado de si, demasiado a gusto consigo, demasiado Benavides de la Quintana. Alguno que no entiende quiénes mandan en la pista. Y pierden, pues. En ningún sitio, pero acá sí. Eso se siente bien, deben saberlo.
(*) Hernán Aliaga es docente universitario de Filosofía y miembro del Grupo de Investigación sobre Teoría Crítica de la PUCP. El presenta artículo fue publicado originalmente en Disonancia.pe.