Leila Guerriero pide disculpas por su atareada agenda. La periodista tiene decenas de entrevistas por Zoom debido a la reedición de ‘Los suicidas del fin del mundo’, una crónica sobre los numerosos suicidios de jóvenes, ocurridos entre 1997 y 1999, en la ciudad argentina de Las Heras. Allí, Leila viajó, investigó y contó qué había detrás de estas trágicas historias.
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Se cumplen 15 años de ‘Los suicidas del fin del mundo’, ¿cómo te reencuentras con el libro?
Si te dijera que siento que han pasado 15 años sería una mentirosa porque es un libro que, para mí, está muy cercano en el tiempo. Si me tomara el tiempo en concentrarme unos minutos podría reconstruir todos los días que estuve en Las Heras y todas las circunstancias en las que escribí el libro. Siento mucha cercanía…
¿Cercanía con Las Heras?
No, con la historia del libro. No es que no sienta cercanía con Las Heras, pero físicamente está muy lejos. También sucede que, por mi manera de ser, cuando termino una historia paso a otra y ya no se tiene tanta disponibilidad para ocuparse de esta historia. Después de la publicación de ‘Los suicidas del fin del mundo’ pasaron cosas muy graves en Las Heras: hubo una revuelta donde atacaron a un policía. Esto no solo hacía que varios colegas y personas me llamaran para preguntarme qué pasaba en ese lugar en el que ocurrían cosas tan violentas, sino que volví a estar en contacto con los ciudadanos de ese lugar. Hizo que me preocupara. Aún mantengo relación con algunos.
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En el libro se nota que hay dos mundos diferentes en Las Heras: los ypefianos (los trabajadores de la empresa petrolera YPF) que tenían todo y los ciudadanos del lugar que buscaban salir adelante.
Estamos viviendo en esta época mucho de eso. ¿No hay castas de vacunas? Los países centrales que han vacunado a toda su población. Eso es una casta y el resto somos los descastados que esperamos que lleguen las vacunas. El mundo siempre fue así. Esas diferencias sociales y espantosas siempre han estado allí. En Las Heras era muy notorio, así como en otros pueblos del interior de Argentina. Hay mucho prejuicio y discriminación.
Hay un diálogo que pones en aprietos a Naty, uno de los personajes de ‘Los suicidas del fin del mundo’, ¿esa es la función del periodista: llegar hasta el último recurso?
Este diálogo está reproducido literal con esta señora que era la madame del prostíbulo en Las Heras. Ella me dijo que había trabajado en un programa infantil de televisión y recuerdo que hice una gran búsqueda, recurrí a revistas y llamé al canal donde, supuestamente, había trabajado, pero no se acordaban mucho hasta que me di cuenta que todo el discurso era un disparate.
En algún momento te das cuenta que está exagerando.
O que está mintiendo directamente. Por eso quise reproducirlo tal cual porque la deja en evidencia. Su trabajo era horrible. Imagínate un prostíbulo en una ciudad perdida en la Patagonia.
“Es un lugar común, pero es verdad: de día un burdel es un lugar triste”, escribes sobre este prostíbulo.
No sé si vale la comparación, pero es como cuando asistes a una discoteca y eres el último en irse y, de repente, prenden las luces y todo ese colorido y musical, se transforma en una alfombra sucia. Era algo así. Allí ves la sordidez del lugar y la sordidez de Naty, que tiene su costado simpático o folclórico, pero también era la regenta de un prostíbulo. Es parte del telón de fondo de esta situación. En esa época muy pocas personas llevaban celulares y me acuerdo que cuando salí de ese prostíbulo, y de tantos lugares en Las Heras, nadie sabía que estaba allí.
Hay personas muy creyentes en ‘Los suicidas del fin del mundo’ que consideraban que estos suicidios no iban a volver a suceder gracias a sus oraciones y a la fe en Dios.
Había mucha religión. Es muy difícil dar una respuesta. Yo creo que para muchos la fe era el apoyo y el alivio. Imagino que para una situación tan extrema para esta gente era muy aliviador tener algo en qué creer. Sentir que lo que había pasado tenía un sentido, que había un creador o que esto había sucedido era por un destino superior. Yo soy atea, sin embargo, respeto mucho la fe de la gente y dentro de esos niveles también había fanáticos de la fe en Las Heras.
Hay una escena cuando un ciudadano de Las Heras reclama a los capitalinos que sin las provincias, Buenos Aires no tuviera servicios básicos como luz o agua.
Absolutamente. Yo creo que ese es uno de los grandes ejes del libro. Todo el tiempo están diciendo: “porque ustedes”, como si la gente viviera en otro país. También creo que es muy discriminatorio por parte del interior del país. En el fondo, no son sentimientos nobles, pero tampoco es noble lo que hace el país desde la capital: atraer el recurso y devolver muy poco. Se supone que debería funcionar como un todo, pero cada provincia tiene su idiosincrasia y, aquí, en la capital, nos traemos el petróleo y el gas. Eso genera mucho encono en la gente. Es verdad: si las provincias no nos estuvieran dando el gas o el combustible, entre otras cosas, aquí no se podría vivir, sería un páramo. Y, a cambio, lo que le damos es indiferencia y olvido. También hay una mirada muy paternalista y bucólica de Buenos Aires. Yo no soy porteña, soy del interior del país, y me siento una habitante más. Pero el porteño que nunca ha estado en el campo o en las provincias tiene una idea de que todos esos ciudadanos son ‘gente buena’, lo cual es una mirada condescendiente. No es así. Somos de todo un poco. En las provincias, así como hay gente buena y sencilla, también hay gente mala y complicada.
SOBRE LA AUTORA
Leila Guerriero es periodista en diversos medios de América Latina y España, como La Nación y Rolling Stone, de la Argentina; El País, de España; Gatopardo, de México, y El Mercurio, de Chile.
Es editora para América Latina de la revista mexicana Gatopardo. Recibió, entre otros, el Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y el Premio Internacional Manuel Vázquez Montalbán.
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