En su taller de San Isidro, parados frente a un cuadro que viene trabajando desde hace cuatro años, le consulto a Gerardo Chávez (84), uno de los pintores más reconocidos de nuestro país, por qué es tan difícil entender la pintura. “Es que no se entiende, se siente”, dice con el tono dulce que usaría un abuelo para dirigirse a su nieto. Acaba de publicar ‘Antes del olvido’ (Alfaguara), un libro autobiográfico en el que traza su azarosa vida y que ayuda a entender su obra. En esta entrevista confiesa que ha hecho del dolor, su materia prima. “No somos masoquistas, pero si nos toca vivir el dolor… creo que la carrera de artista se engorda con eso”.
TAMBIÉN LEE: Jaime Chincha sobre Pedro Castillo: “Este gobierno es desastroso” | ENTREVISTA | VIDEO
Sueño, la verdad, con tener más tiempo para seguir haciendo cosas. Es una batalla de querer seguir viviendo. Pero no le tengo miedo a la muerte. Eso existe. Está ahí, esperándome.
Muy corto, la verdad. Por eso, un poco mi inclinación a querer seguir viviendo todo lo que se pueda, para seguir haciendo.
Tengo pendiente encontrar, por ejemplo, una obra monumental.
No. Se quedará, entonces, inconcluso porque ni siquiera lo he comenzado. En la cuarta etapa de la vida queremos apurarnos porque a algunos nos flotan un montón de ideas…
Tal vez, porque hay muchas condiciones físicas que se van perdiendo. En este caso, cuanto más hago, más quiero hacer. Es un despertar a lo que fue, al pasado. Yo nunca me he acordado tanto de mi infancia como ahora.
Lo curioso es que queda casi lo mismo. Eso se ha convertido en una virtud, no todos saben mirar el niño que tienen.
Sí, con mucha frecuencia. Sigo viéndolo como un niño, pero ahora como un niño que ya tiene las posibilidades de comer esos alfajores que tanto me antojaban.
Sí, creo que sí. Hay una profunda nostalgia, es como un dolor de querer decir algo siempre. Y felizmente, digo yo, porque a veces la creación obedece a estos recuerdos.
Recuerdo cuando trabajaba con un carpintero, tenía ocho años. Le ayudaba a escribir los nombres de los que fallecían. Él hacía cajones de muertos. Comencé a sentir la carpintería. Si no hubiera sido pintor, hubiera sido ebanista.
Un artista lo hace. Inconscientemente lo hace. Porque pinta lo vivido, lo interno. El artista transforma el dolor. Nosotros queremos servirnos del dolor para sublimarlo. La sublimación proviene del dolor.
Yo creo que sí. Fíjese, yo perdí a mi madre cuando tenía cinco años. Mi niñez ha estado cargada de dolor. Hasta ahora la tengo aquí a mi madre (se señala el hombro derecho). En la vejez me acuerdo más de ella. Soy como un niño que necesita a su madre.
Sí, pero ya no es importante. El amor juega un rol tirano con uno. Uno a veces resulta un cuerpo dolido.
Sí, pero no siempre fui correspondido.
Sí. Una vez me preguntaron en Suiza si estaba enamorado. Sí, amé a alguien. Mi vida es un amor.
Julio Ramón era un tipo bastante callado, reservado. Nos conocimos el año 60 o 61 en casa de una señora que nos quería mucho, se llamaba Desiré. Tenía una cierta debilidad, cariño, por los peruanos. Esta señora rusa nos albergó por mucho tiempo. Sobre todo, para comer.
TAMBIÉN LEE: Alfonso ‘Puchungo’ Yáñez: “Después de un ampay aparecen los partidores” | ENTREVISTA
Muy (bohemia), no. La bohemia hay que saber llevarla con unos centavos en el bolsillo. La bohemia no es para tomar trago solamente, sino hacer la noche. Hablando cosas interesantes. El trago nos ayudaba a resistir la noche.
En ese tumulto de amigos peruanos conocí a Julio. Fue un hombre muy callado, no hablaba mucho, todo lo guardaba para sus escritos. Le gustaba tomar su vino tinto de vez en cuando. Cantar sus boleritos, desabrido, pero cantaba sus boleros. Vaya que por ahí a sus amigas les cantaba.
Él gozaba con una risa sin dientes. Cuando alguien le preguntaba ‘¿Y esto de quién es?’, él respondía: ‘es de Sofía Loren’. Estaba el sostén de Gina Lollogibrida… qué momento, qué momento.
Creo que no hay que darle importancia. El arte es una cosa superior, bella. Yo no me siento, por ejemplo, artista.
Yo soy un hojalatero, un gasfitero, con herramientas diferentes. Pero me han confiado las herramientas para hacer belleza. O uno nace para vivir de la pintura, o uno nace para vivir pintando. Yo vivo para pintar.
Que trabaje, que mire, que mire las cosas. Tiene que ser un fijón. Mirar día y noche. Tratar de descubrir, entre la sombra y lo real, una nueva forma.
Contenido GEC