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Gerardo Chávez: De niño pintaba placas de autos, hoy es uno de los artistas más reconocidos del país

Gerardo Chávez ha llevado su arte por todo el mundo. En esta entrevista nos habla del amor, la muerte, el olvido y de sus amigos Julio Ramón Ribeyro y Víctor Humareda.
ENTREVISTA AL PINTOR GERARDO CHAVEZ. FOTOS: RENZO SALAZAR

En su taller de San Isidro, parados frente a un cuadro que viene trabajando desde hace cuatro años, le consulto a Gerardo Chávez (84), uno de los pintores más reconocidos de nuestro país, por qué es tan difícil entender la pintura. “Es que no se entiende, se siente”, dice con el tono dulce que usaría un abuelo para dirigirse a su nieto. Acaba de publicar ‘Antes del olvido’ (Alfaguara), un libro autobiográfico en el que traza su azarosa vida y que ayuda a entender su obra. En esta entrevista confiesa que ha hecho del dolor, su materia prima. “No somos masoquistas, pero si nos toca vivir el dolor… creo que la carrera de artista se engorda con eso”.

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En su libro dice que los jóvenes sueñan con el éxito, ¿los viejos con qué sueñan?

Sueño, la verdad, con tener más tiempo para seguir haciendo cosas. Es una batalla de querer seguir viviendo. Pero no le tengo miedo a la muerte. Eso existe. Está ahí, esperándome.

Usted ha vivido intensamente, ¿siente que el tiempo le quedó corto?

Muy corto, la verdad. Por eso, un poco mi inclinación a querer seguir viviendo todo lo que se pueda, para seguir haciendo.

¿Qué tiene pendiente?

Tengo pendiente encontrar, por ejemplo, una obra monumental.

¿No le angustia de que la muerte lo alcance antes de lograr eso que busca?

No. Se quedará, entonces, inconcluso porque ni siquiera lo he comenzado. En la cuarta etapa de la vida queremos apurarnos porque a algunos nos flotan un montón de ideas…

ENTREVISTA AL PINTOR GERARDO CHAVEZ FOTOS: RENZO SALAZAR

¿No sucede, mas bien, que en la vejez las ideas se van apagando?

Tal vez, porque hay muchas condiciones físicas que se van perdiendo. En este caso, cuanto más hago, más quiero hacer. Es un despertar a lo que fue, al pasado. Yo nunca me he acordado tanto de mi infancia como ahora.

Maestro, ¿qué queda de ese niño que pintaba placas de autos para ganarse unas monedas?

Lo curioso es que queda casi lo mismo. Eso se ha convertido en una virtud, no todos saben mirar el niño que tienen.

Paiján es el pueblo donde pasó su niñez, una niñez dura, ¿ha vuelto?

Sí, con mucha frecuencia. Sigo viéndolo como un niño, pero ahora como un niño que ya tiene las posibilidades de comer esos alfajores que tanto me antojaban.

¿Es un hombre nostálgico?

Sí, creo que sí. Hay una profunda nostalgia, es como un dolor de querer decir algo siempre. Y felizmente, digo yo, porque a veces la creación obedece a estos recuerdos.

¿Cuál es el recuerdo más feliz de su infancia?

Recuerdo cuando trabajaba con un carpintero, tenía ocho años. Le ayudaba a escribir los nombres de los que fallecían. Él hacía cajones de muertos. Comencé a sentir la carpintería. Si no hubiera sido pintor, hubiera sido ebanista.

¿Se puede pintar el dolor, el amor, el sufrimiento, la felicidad?

Un artista lo hace. Inconscientemente lo hace. Porque pinta lo vivido, lo interno. El artista transforma el dolor. Nosotros queremos servirnos del dolor para sublimarlo. La sublimación proviene del dolor.

¿El dolor ha sido materia prima de su obra?

Yo creo que sí. Fíjese, yo perdí a mi madre cuando tenía cinco años. Mi niñez ha estado cargada de dolor. Hasta ahora la tengo aquí a mi madre (se señala el hombro derecho). En la vejez me acuerdo más de ella. Soy como un niño que necesita a su madre.

¿A estas alturas de su vida hay algo de lo que se recrimine?

Sí, pero ya no es importante. El amor juega un rol tirano con uno. Uno a veces resulta un cuerpo dolido.

¿Usted amó como quiso amar?

Sí, pero no siempre fui correspondido.

ENTREVISTA AL PINTOR GERARDO CHAVEZ. FOTOS: RENZO SALAZAR

¿Fue un hombre enamoradizo?

Sí. Una vez me preguntaron en Suiza si estaba enamorado. Sí, amé a alguien. Mi vida es un amor.

Usted vivió la mayor parte de su vida en Francia, donde conoció a Julio Ramón Ribeyro, ¿cómo fue esa amistad?

Julio Ramón era un tipo bastante callado, reservado. Nos conocimos el año 60 o 61 en casa de una señora que nos quería mucho, se llamaba Desiré. Tenía una cierta debilidad, cariño, por los peruanos. Esta señora rusa nos albergó por mucho tiempo. Sobre todo, para comer.

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¿Fue una etapa muy bohemia?

Muy (bohemia), no. La bohemia hay que saber llevarla con unos centavos en el bolsillo. La bohemia no es para tomar trago solamente, sino hacer la noche. Hablando cosas interesantes. El trago nos ayudaba a resistir la noche.

¿Ribeyro era su compañero de esas noches?

En ese tumulto de amigos peruanos conocí a Julio. Fue un hombre muy callado, no hablaba mucho, todo lo guardaba para sus escritos. Le gustaba tomar su vino tinto de vez en cuando. Cantar sus boleritos, desabrido, pero cantaba sus boleros. Vaya que por ahí a sus amigas les cantaba.

En su libro también cuenta que cuando visitaba al pintor puneño Víctor Humareda en su cuarto de La Parada (La Victoria), este tenía un cordel con ropas interiores de mujeres…

Él gozaba con una risa sin dientes. Cuando alguien le preguntaba ‘¿Y esto de quién es?’, él respondía: ‘es de Sofía Loren’. Estaba el sostén de Gina Lollogibrida… qué momento, qué momento.

Hoy cualquiera recibe el rótulo de artista, ¿qué siente?

Creo que no hay que darle importancia. El arte es una cosa superior, bella. Yo no me siento, por ejemplo, artista.

Y usted es uno de los más reconocidos de este país…

Yo soy un hojalatero, un gasfitero, con herramientas diferentes. Pero me han confiado las herramientas para hacer belleza. O uno nace para vivir de la pintura, o uno nace para vivir pintando. Yo vivo para pintar.

Por último, maestro, ¿qué le diría a un joven artista?

Que trabaje, que mire, que mire las cosas. Tiene que ser un fijón. Mirar día y noche. Tratar de descubrir, entre la sombra y lo real, una nueva forma.

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