Por Juliane Angeles (@JulianeAngeles)
No todos estamos dispuestos a admitir que nos preocupa lo que piensan de nosotros. Gabriela Wiener considera que, si bien la gente (de su entorno) habla de ella en su último libro Dicen de mí (Estruendomudo, 2017), lo que realmente hacen es construir -como dijo Mariana de Althaus- un personaje literario que lleva su nombre.
Frontal y combativa contra el machismo, Gabriela Wiener llega al fondo y toca los detalles más escabrosos en Dicen de mí, sin embargo, reconoce que a veces la interpelación y ponerse en el centro es un riesgo. Un riesgo que está dispuesta a correr, porque sin ello el acto creativo no sería posible.
Dices que ‘Dicen de mí’ es un libro para “huir del periodismo”. ¿Te sientes más escritora que periodista? ¿Por qué?
Bueno, tampoco para huir. El periodismo me tiene secuestrada y no creo que me suelte nunca. Casi todo lo que escribo tiene alguna conexión con el periodismo. Siempre lo digo, mi periodismo es mi literatura. Salvo algún reportaje o entrevista, me dedico a escribir en espacios que me permiten experimentar con la escritura, siempre en mi estilo muy performativo y de activismo también. Lo que hago en Dicen de mí es utilizar un recurso del periodismo, como son las entrevistas, forzarlas y llevarlas a otro plano, haciendo algo poco habitual: entrevistando a la gente que tiene alguna importancia en mi vida y sobre un único tema: yo.
Este libro habla de ti, pero también de la complejidad del ser humano.
¡Eso espero! En la medida en que no pude hablar con mi conejo parece que me he centrado en los humanos. Y como dice mi amigo Julio, de cerca nadie es normal.
El libro no sería posible sin las personas a las que entrevistaste. ¿Acaso solo se puede reflexionar sobre uno mismo únicamente a través de la mirada del otro?
No solo, pero después de una década haciendo narrativa autobiográfica desde mi punto de vista me interesaba darle la vuelta y verme desde el otro lado del espejo. De pronto me pregunté qué pasaría si les pregunto a cada una de las personas que me importa qué es exactamente lo que pensaban de mí. ¿Encajaría con mi idea de mí misma, con la idea que yo pensaba que tenían de mí? Ha sido todo un experimento. La gente de mi vida habla de mí, pero ¿realmente habla de mí? ¿O hablan de alguien que imaginan, que interpretan, que prejuzgan? Seleccionar unas cosas y no otras de una persona, es desde luego dar una mirada, un punto de vista determinado, es editarla, reescribirla, y creo que en ese ejercicio, mis retratistas también se retratan. Mariana de Althaus dijo que entre todos estamos construyendo un personaje literario que se llama Gabriela Wiener. Eso me parece lo más preciso que se ha dicho.
¿Por qué nos cuesta admitir que sí nos importa la mirada del otro?
Creo que a todos nos preocupa lo que piensan de nosotros, pero pocos estamos dispuestos a admitirlo. Nos da vergüenza, nos cuesta porque los discursos de superación personal, la autoayuda, nos enseña a no depender de los demás para ser quienes somos, cuando en realidad somos relacionales, interdependientes, somos la construcción de muchas miradas. Nunca he soportado la conversación cordial, el clima, las marcas de los carros, las noticias, voy directa a lo de fondo, a los detalles escabrosos, a las profundidades. Y es alucinante: muchas relaciones de padres, hijos, amigos, se quedarán en esa superficie. Eso es lo que propone mi libro; ir más allá, estrecharnos en la aventura del conocimiento del otro, de la gente más cercana que muchas veces son perfectos desconocidos. A veces ya abuso de la interpelación y de ponerme en el tiro al blanco y eso puede hacer a los otros sentirse atacados y a mí hacerme sentir demasiado vulnerable. Es un riesgo, sin embargo, no puedo crear sin hacer eso. Mi propuesta es que otros también se animen a verse en esas relaciones que he abierto al público, la de las hermanas, la de los vecinos, la de la pareja.
¿Crees que las mujeres, debido a la forma en que han sido criadas, están más propensas a darle importancia a la mirada del otro?
Bueno, ese es otro tema. Las redes sociales han destapado un horror histórico: la mirada sobre las mujeres es cruel, terriblemente misógina y eso tiene que ver con un problema estructural. La sociedad patriarcal mira los cuerpos de las mujeres de forma fóbica, implacable: los mide, los pesa, los controla, los estigmatiza, decide qué cuerpos encajan y cuáles no, y los que queden fuera son cuerpos fustigados y autofustigados. Normal que las mujeres vivamos angustiadas por el qué dirán, y que hagamos esfuerzos denodados por vivir, respirar, seguir adelante sin leer los comentarios. Pero pocas veces se puede, el bullying hace su efecto, daña, debilita. Así es el machismo. Por eso las mujeres tenemos que desactivar ese imperativo de tener que gustar y encajar en los roles que socialmente nos quieren asignar. Eso también es violencia que padecemos.
Al final del libro optas por reflexionar sobre un episodio de violencia, en vez de publicar la entrevista que le hiciste a tu agresor. ¿Desde cuándo fuiste más consciente del machismo y te volviste feminista?
Fui consciente del machismo, de la violencia que recaía sobre mí por ser mujer, por ser un tipo de mujer, desde muy joven, aunque no sabía cómo llamarlo. Me llamaban ruca, puta, porque vivía libremente mi sexualidad y mi afectividad. Más tarde tuve parejas celosas, violentas, permití muchas cosas porque el machismo nos atraviesa a todos. Desde que empecé a escribir y publicar ya hacía activismo feminista sin darme cuenta, incluso hace una década, cuando todavía pensaba que las feministas eran unas señoras mayores aburridas. Las mujeres con más experiencia de mi entorno, con más años, mi madre, mis jefas, mis amigas veteranas, me enseñaron qué era el feminismo, ellas que tenían que trabajar el doble para demostrar lo que valían. Yo le robé a mi madre su volumen de El segundo sexo. Es en esta última ola que las que me enseñan son las más jóvenes. Las chicas se hacen feministas ahora antes de ser mayores de edad, en la niñez y la adolescencia, porque ven a sus padres ningunear o pegar a sus madres, porque ya saben reconocer que su hermano tiene más privilegios que ellas en su casa, que un novio que te prohíbe ponerte minifalda y te cela es alguien del que hay que alejarse.
¿Por qué crees que el debate del feminismo no pasa la barrera de las redes sociales en el Perú? No vemos los mismos debates en la radio o la TV.
En Argentina está ocurriendo ahora. Las feministas han ocupado los platós y los programas de celebridades de señal abierta en horarios de máxima audiencia y con ello han conseguido batir récords. Debe ser que en la tele de Perú a sus dueños machos todavía les da más miedo perder sus privilegios que tener sintonía. El feminismo ahora mismo es un temazo y está en todas partes. A ver si alguno de esos programas deja de subestimar a su público y le enseñan un poco de feminismo. Lo necesitamos a gritos, para que dejen de golpearnos, de trolearnos, de violarnos, de matarnos.
¿Sientes que hay una incomodidad sobre la forma en que algunas escritoras han alzado sus voces este último año? ¿Por qué?
¿Que a los machos les molesta que hablemos en voz alta, me dices? Claro que sí, siempre, por eso son machistas. ¿Que las escritoras estamos incomodando por hablar del privilegio masculino y blanco, y de clase, en el mundo literario gracias al feminismo? Ninguna duda. ¿Que el Comando Plath les da escozor y miedo? No me extraña. Estamos fuertes y estamos haciendo campañas muy dirigidas a cambiar el funcionamiento patriarcal de la cultura. Están temblando porque se acerca el fin de tanta juerga gratis e impunidad.
SOBRE LA AUTORA
Gabriela Wiener es escritora, poeta y periodista. Ha publicado los libros Sexografías, Nueve Lunas, Llamada perdida, Dicen de mí y el libro de poemas Ejercicios para el endurecimiento del espíritu. Sus textos han aparecido en antologías nacionales e internacionales y han sido traducidos al inglés, portugués, francés e italiano. Sus primeras crónicas se publicaron en la revista Etiqueta Negra. Fue redactora jefe de la revista Marie Claire en España. Escribe para Eldiario.es, La República, El Salto, El País y el New York Times en español, entre otros. Tiene una videocolumna en Lamula. Es parte del colectivo autogestionado Vaciador 34.