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Diario de una migrante peruano-venezolana: Mi vida en una maleta y el viaje a Lima

¿Una persona abandona el lugar que ama por simple capricho? ¿Qué historia hay detrás de alguien que atraviesa más de 4 mil kilómetros en busca de un futuro mejor? Esta es la bitácora de una migrante.

Más de ocho millones de venezolanos han migrado. Es el segundo mayor desplazamiento después del que ocurre desde Siria. . Todos, o la gran mayoría, buscan tranquilidad, trabajo y un mejor futuro para sus hijos. Desiré Mendigaña es comunicadora social. Nació en Perú, pero a los tres años migró a Venezuela con su madre. Con la crisis económica del país llanero, tomó sus maletas y cruzó las fronteras por una vida digna. Ha vuelto a sus raíces. Esta es su historia.

Soy Desiré Mendigaña (*) y esto es parte de mi diario de migrante. Entre Lima y Caracas (capital de Venezuela) hay unos 4300 a 4700 kilómetros de distancia. En horas podría traducirse a unas 75 continuas de viaje por carretera: solo imagina estar sentada en unas butacas que por lo general no están, para nada, diseñada a semejantes recorridos.

Y, por supuesto, rogándole a Dios que el auto, el bus o camión funcionen adecuadamente, que ningún policía de tránsito o migración se “enamoren” de ti, de quienes te acompañan o de tu equipaje, y no menos importante, deseando que las funciones biológicas de tu cuerpo, no te jueguen en contra porque estas carreteras no están diseñadas para hacer paradas muy continuamente.

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A toda esta retahíla de deseos y ruegos religiosos, porque uno le ruega a Dios, a los ángeles y a todos los santos benditos que ningún malhechor o pirata de carretera quiera aprovecharse de tu vulnerabilidad, de tu aparente ingenuidad y quiera hacerse el vivo. Y esto es solo para quienes decidimos emprender el viaje “por tierra”, luego de haber “ahorrado” lo necesario para viajar con apenas lo justo, sin las comodidades de un vuelo aéreo que bien podría recortar esas 75 horas a tan solo unas 4 o 5 horas, dependiendo de las escalas.

Pero, en definitiva, fue la opción más deseable al no poder adquirir un boleto aéreo bien sea por el costo que, evidentemente, era muchísimo mayor, pero que brindaba menos tiempo y mayor comodidad; o por no tener un pasaporte ni los medios para sacar uno, porque en Venezuela es casi imposible adquirir normalmente un pasaporte.

Pero volviendo a mi bus que, por cierto, debo decir que estos gigantes de cuatro ruedas lucen increíbles en cuanto folleto turístico o de agencias se encuentran, y que aparentan ser muy cómodos y prestos a llevarte sin mayor percance, no siempre concuerdan con la realidad.

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Unos de los numerosos buses que pude coger, por ejemplo, tenía una suerte de gotera en la salida de aire acondicionado que estaba justo a la altura de mi asiento, por lo que tuve que improvisar con una bolsa plástica una suerte de impermeable a mi muslo izquierdo para evitar mojarme todo el pantalón, de gota en gota.

En otro bus, cuyo trayecto era considerable, el baño quedo sin agua, y uno de los pasajeros evidentemente tuvo “cierto inconveniente” con algo que comió y dejó un regalo a todos los viajeros. Y así, sucesivamente, cada bus que abordaba era una experiencia nueva y única: llegué a conversar con compatriotas de diferentes partes de Venezuela, algunos vendrían a Lima a quedarse, otros estarían solo de paso, algunos venían a reencontrarse con sus familias que habían salido a hacer algo de dinero para luego mandarlos a traer y empezar una nueva vida en suelo incaico.

Pero otros, regresábamos al Perú después de una ausencia forzada por la crisis que hubo en la década de los ochenta como consecuencia del terrorismo que aceleró la huida de muchos peruanos al país petrolero. Y esa es mi versión. Volver a la tierra que me vio nacer, que vio nacer a mi madre, a sus hermanos, a sus padres que luego serían mis abuelos.

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Esta hermosa, noble y trabajadora tierra perucha que hacía más de treinta años me despidió con el dolor de dejar la casa de mis abuelos, mis primeros añitos de vida y recuerdos; hoy me recibe con brazos abiertos. Con la chelita y su cebichito. Ya no era la niña de tres años que no entendía las cosas que pasaban a su alrededor.

Ahora, con millones de vivencias en un par de maletas, con el corazón arrugado de tener que dejar mi hogar y a mis padres en Venezuela, volvía a mis raíces. Volvía para empezar desde cero mi proceso de adaptación a una cultura diferente, pero no ajena. Volví a Perú por la necesidad de un mejor y más tranquilo futuro, porque nadie deja lo que ama sino es por necesidad.

(*) Desiré M. Mendigaña Mogrovejo. Nace en Lima, Perú, pero migra a Venezuela a los tres años. Egresada como Licenciada en Comunicación Social Mención Audiovisual de la Universidad Santa María en la ciudad de Caracas (Venezuela). Trabajó como productora de televisión en programas culturales, fue reportera y presentadora del noticiero cultural. En 2012, fue corresponsal en Uruguay de la ‘I Gira Internacional de la Orquesta Filarmónica de Venezuela’. En 2018 migró a Colombia donde trabajó como locutora y productora del ‘Noticiero del mediodía’, de la cadena Caracol Radio, en la ciudad de Ocaña. En 2019, regresa al Perú después de 37 años. Distante, pero nunca ausente de la cultura y tradición peruana.

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